sábado, 19 de enero de 2019

GENTE QUE VIENE Y BAH

Aunque debo confesar no haber leído nunca nada de la escritora Laura Norton, basta ver la película Gente que viene y bah para intuir por donde van los tiros de su obra. Y es que la segunda adaptación que Norton ha visto de su trabajo en poco tiempo tiene las mismas señas de identidad que No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas. Se trata de historias románticas con apuntes de comedia enfocabas a un público joven y, esto es importante, femenino. No es casualidad que ambas películas estén dirigidas por mujeres, María Ripoll la primera y Patricia Font la que ahora nos ocupa.
Quizá se deba a mi condición masculina, o a un guion demasiado complaciente con la comedia ligera propia de las producciones de Atresmedia, pero en ningún momento conecté con la desdichada protagonista, una arquitecta que tira su carrera por la borda tras protagonizar un bochornoso espectáculo en una importante presentación tras descubrir la infidelidad de su novio (una infidelidad, por cierto, propiciada por ella misma). Desde ese momento, todo lo que vamos a conocer de la protagonista a la que da vida Clara lago es que es autocomplaciente, alcohólica y cobarde y que prefiere ir siempre por el camino de lo fácil que tomar decisiones de adulto. No es esto lo que nos dice la película, ojo, es lo que yo entiendo al verla.
Además, para seguir con los típicos de estas comedias de gente que pasa más tiempo llorando que diciendo cosas graciosas (ahí está otro ejemplo con Señor, dame paciencia, curiosamente también de Atresmedia), la muchacha regresa al amparo de la protección familiar, escondiéndose de la gran ciudad en un pueblo rural muy pequeño y bucólico, donde deberá lidiar con los problemas del resto de la parentela y donde, mire usted que casualidad, el primer día se tropezará con el tipo más guapo y simpático de la zona que, además (más casualidades de la vida) está sin pareja.
Todo un despliegue de clichés donde destaca un personaje, si cabe, más odioso aún que el de Clara Lago, y es el de la madre, interpretado ni más ni menos que por Carmen Maura. Dotada de una (supuesta) sabiduría absoluta, la mujer es de esas que siempre tiene una sonrisa amable, la palabra adecuada o el consejo más sabio. No importa que en la vida real fuese considerada odiosa y que todos sus consejos o acciones llevaran al desastre más absoluto. Esto es una película happy y todo va a tener final feliz, poco importa lo creíble que pueda suceder.
Patricia Font no se complica la vida y, en lugar de tratar de dotar de personalidad propia a su película, se acomoda en las reglas no escritas del género forzando el empalague con canciones de esas que parecen sacadas de anuncios de compresas (ya saben, ¿a qué huelen las nubes? y cosas así) y con una banda sonora de Arnau Bataller que se empeña en querer resaltar las situaciones cómicas y poco más. 
Quizá lo peor es esa colección de problemas familiares (la inminente muerte de la madre, un hijo bastardo, una alcaldesa señalada…) que deberían hacer que los problemas de la protagonista fuesen secundarios. Pero no, esto no es Los amigos de Peter. Esto va de comedia romántica y punto. Y por eso todo debe girar alrededor del personaje de Clara Lago aunque sea la que menos tenga que aportar a la trama.
Al final, esto se limita a ser una de esas películas buenrolleras, que tratan de alegrar el alma sin importar el precio a pagar y que, si dejas de lado cota coherencia argumental es sacar se sacarte alguna sonrisa que otra. Una película alegre de final (o finales) tan imposibles de creer como felices que seguramente gustará precisamente por eso. Poco más tiene a ofrecer.

Valoración: Cinco sobre diez.

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