jueves, 23 de julio de 2020

Reflexiones: SANT JORDI CON MASCARILLAS

Dicen las malas lenguas (o las buenas, que en cuestiones de lenguas cada cual tiene sus gustos y preferencias) que hoy se ha celebrado el día de Sant Jordi. 
Sant Jordi, esa fecha tan bonita que conmemora la cultura universal, con Cervantes y Shakespeare a la cabeza, y que en algunos lugares como Catalunya es casi un equivalente al día de los enamorados. Sant Jordi, donde la tradición dicta que los hombres regalen una rosa a sus enamoradas y estas lo correspondan con un libro. Sant Jordi, el día grande para los escritores, que salen a las calles a firmar ejemplares, con la esperanza de darse a conocer a nuevos lectores, a palpar las sensaciones con sus aficionados, de hermandad a libreros y editoriales. Sant Jordi, cuando las ramblas se visten de colores, aquí con las cuatro barras sangrantes sobre amarillo, donde los floristas hacen sus mejores ventas y todos caminamos con una rosa en la mano. Sant Jordi, ese día tan especial que cae invariablemente en 23 de abril.
Excepto este año.
2020 será recordado como uno de los años más raros de la historia. En un mundo globalizado como el de hoy en día la suspensión de grandes celebraciones como las Fallas de Valencia, la Semana Santa de Sevilla, los San Fermines de Pamplona o incluso el 4 de julio americano, es más impactante que la espantosa cifra de muertos que va en aumento día a día a lo largo del planeta. Cierto es que la paralización de rodajes de Hollywood, el cierre de discotecas o las medidas de seguridad en las playas son «pecata minuta» al lado de lo verdaderamente grave, que es la pérdida de vidas humanas, pero es precisamente esa globalización la que nos ha hecho perder un punto de sensibilidad. Acostumbrados a escuchar cifras que parecen inverosímiles de fallecidos en conflictos bélicos, sunamis o terremotos, esto no parece más que la nueva tragedia que nos ha tocado vivir, aunque esta vez hayamos tenido a la parca dentro de nuestra propia casa. Son, sin embargo, esas pequeñas limitaciones las que nos han hecho ver la realidad, y las normativas sobre el uso de mascarillas han terminado por generar más debates que la saturación de hospitales y las posibles deficiencias de los sistemas sanitarios. Así somos…
En estas circunstancias, que el 23 de abril se suspendieran todos los actos relacionados con Sant Jordi no era más que un punto de lógica en medio de todo este caos que llevamos meses viviendo y que no sabemos aún cuando llegará a su fin definitivo. Sí hubo pequeños actos virtuales, pero con librerías y floristerías cerradas eran más pequeños arrebatos de rebeldía que otra cosa.
El caso es que, en lugar de aceptar la cancelación como ha sucedido con muchas otras festividades o eventos, el gremio ha luchado por posponerlo hasta encontrar una fecha mejor. Muy bien no lo han hecho, la verdad, y colocar este nuevo Sant Jordi, en mitad de esos dos conceptos tan horribles como son «la nueva normalidad» y el «distanciamiento social» me parece una metedura de pata asombrosa. Primero, porque si las cosas hubiesen ido bien estaríamos hablando de una fecha de mucho calor, con la gente pensando en las vacaciones y restos del temor a las aglomeraciones. Yendo, como han ido, bastante mal, nos ha pillado a las puertas de una nueva amenaza de confinamiento, con Ayuntamientos negándose a autorizar las paradas de firmas de libros y con nuevos brotes con especial incidencia en tierras catalanas.
Así que si quieren decir que hoy es Sant Jordi, bueno, pues allá ellos. Si les hace feliz… Yo, personalmente, conozco a pocas personas que se hayan enterado siquiera del hecho. No he podido estar firmando en ningún sitio (ha habido negociaciones con varios ayuntamientos hasta última hora y ni me he molestado en acudir a librerías a nivel particular) y temo que los periódicos de mañana hablarán de un Sant Jordi deslucido y bajo mínimos. Y no será, supongo, tema de portada.
De manera que puede que hoy haya sido Sant Jordi pero para mí, como autor y como lector, no ha dejado de ser un día más. Quizá una fecha más tardía (yo habría propuesto el once de septiembre) habría ayudado a que esta especie de simulacro del día del libro hubiese funcionado mejor. O puede que lo lógico habría sido resignarse y empezar a preparar ya el del año que viene. Al final, si la gente deja las librerías vacías, será un fracaso. Si la gente acude en masa, será una irresponsabilidad.
Yo, sintiéndolo mucho, me he mantenido al margen. Escribiendo, eso sí, desde la soledad de mi casa, y pensando ya en un futuro que, espero, sea algo más halagüeño de lo que las noticias invitan a pensar.
El año que viene veremos como están las cosas. Espero poder firmar libros, quizá con alguna novedad bajo el brazo, y espero regalar rosas. Muchas rosas.
Y espero poder hacerlo sin mascarilla, faltaría más…

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