domingo, 20 de septiembre de 2020

Visto en Netflix: THE BABYSITTER. KILLER QUEEN

No estoy seguro de si el concepto de sleeper (un éxito en cines repentino e inesperado) es aplicable a las plataformas de streaming, pero el caso es que hace poco más de tres años, cuando parecía que Netflix triunfaba con algunas de sus series, pero aún tenía mucho que demostrar en el campo de las películas, un título pequeñito apareció de la nada y copó todas las miradas.

McG, ese director sin apellidos que se dio a conocer con Los Ángeles de Charlie y al que habíamos perdido la pista tras Terminator Salvation (a la que por lo menos hay que reconocerle el mérito de ser la única secuela de los dos filmes de Cameron que trataba de apostar por un camino diferente), presentaba The babysitter, una gamberrada muy divertida más propia del festival de Sitges que de otra cosa. Con mucha sangre y gore del más aparatoso, contaba la historia de un niño enamorado de su niñera y como debe enfrentarse a la amenaza de una secta satánica, mezclando las homme invasion (con Solo en casa como principal referente) con los slashers propios del Wes Craven más desatado.

Como siguiendo el paradigma que el maestro Craven asentó para las secuelas del cine de terror, The babysitter: killer queen, la esperada continuación, apuesta por multiplicar todo lo que funcionaba en la película original, sin miedo a caer en el exceso y coqueteando con el ridículo sin rubor.

Cole, el chaval protagonista, ha crecido, pero sigue traumatizado por los sucesos de la primera entera. Cómo nadie cree en su relato, todos (incluidos sus propios padres) lo toman por chiflado. Peo lo más puñetero de los fantasmas es que tienen la molesta manía de regresar, y esta vez lo hayan de la mano de quien Cole menos se podía esperar.

Aprovechando la mancha ancha que Netflix le ha dado, McG se ha desmelenado, pariendo una absoluta locura con todos los excesos imaginables. Una de esas películas que de ser estrenada en cines habría provocado aplausos y carcajadas en los festivales del género pero que la crítica habría vapuleado.

Y es que, en el fondo (reconozcámoslo), la película podría describirse como una basura, excesiva, descreída y de un humor negro (o casi mejor rojo, vista la hemoglobina que se gasta) tan burdo que en ocasiones roza el cartoon. Pero le salva el hecho de ser tan autoconsciente, tan intencionadamente desvergonzada, que es imposible tomársela en serio en ningún momento, tal y como no lo hacen ninguno de sus autores. Esto es cachondeo puro y como tal se ha de interpretar, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva.

Está claro que no es una película del gusto de todo el público, pero aquel que comulgue con la casquería más banal, con los referentes cinematográficos frikis y con el aroma a serie B ligeramente añejo, podrá disfrutar de esta propuesta que, ojalá, tenga continuidad.

 

Valoración: Siete sobre diez.

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