A
priori, juntar en una misma película a un productor como Jerry Bruckheimer, un
director como Gore Verbinski, un actor como Johnny Deep y un compositor como
Hans Zimmer debería ser toda una garantía de éxito. El problema es que los
cuatro se encuentran en el momento más bajo de sus carreras, lo que se traduce
en que una película que no aspira a nada más que ser un blockbuster veraniego y
un gran éxito de taquilla tiene demasiadas carencias y defectos como para
merecer una buena nota.

El Llanero Solitario nace como una versión en el Oeste de Piratas del Caribe, y nadie se esfuerza
por disimularlo, siendo la primera y más evidente muestra el detalle de que el
protagonismo recaiga en el indio Toro (una extraña traducción del nombre
original: Tonto), haciendo que nos preguntemos de donde viene lo de Solitario
del título. La historia se mantiene fiel a la clásica, con el ranger John Reid
sobreviviendo a una emboscada del malvado Butch Cavendish en la que fallece su
hermano Dan. Con la ayuda del indio, John se oculta tras la máscara del Llanero
Solitario para vengar a su hermano y luchar por la justicia. Esta es la historia
que conocíamos del personaje y así nos la empiezan a contar, pero en lugar de
contentarse con una película de aventuras con toques de humor, como era Piratas del Caribe, el trío calavera
(Jerry, Gore, Johnny) apuestan por dar un toque místico a la historia
acentuando el humor de una manera que no logro comprender demasiado. Escenas
como la del caballo subido a la rama de un árbol, los conejos caníbales o el
bandido travestido me resultan ridículas y ensucian lo que podría haber sido
una buena película. Y es que realmente hay momentos en los que el espíritu de
Piratas está ahí, la química entre los protagonistas funciona (aunque el
protagonista Armie Hammer sea más soso que un nabo hervido) y las escenas de
acción son trepidantes y están bien filmadas, por más que el final recuerde
demasiado al Spielberg de su mejor época (las referencias a Indiana Jones y el Templo Maldito son
evidentes) y, por más que sea una película fantástica, se permiten algunas
licencias demasiado escandalosas, como la escena final que aunque no pienso
spoilear sí diré que se pasa de construir las vías del ferrocarril a que de
repente hayan diversas vías paralelas que corren una al lado de la otra,
entrecruzándose como si de railes de una montaña rusa se tratase.

No
le vendrían mal a la película unos cuantos tijeretazos que elimine una hora de
bostezos y convierta la película en una aceptable comedia de acción que, visto
lo visto, no tengo muy claro que tenga continuidad.
Y,
puestos a pedir, que eliminen también ese prólogo y epílogo tan absurdo como
innecesario con el niño enmascarado y Tonto (digo, Toro) viejo.
Por
cierto, la gota que colma el vaso de la desesperación es el afamado Hans
Zimmer, otro grande caído en desgracia que solo sabe poner la mano para cobrar
su cheque y que sean sus negros quienes le compongan la música, una música que
como ya se demostró en El hombre de Acero
no tiene ni la garra ni la pomposidad que cabe esperar en una película de estas
características y que ayuda a aumentar la sensación anodina del film.
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