A
punto de finalizar un mes de febrero marcado por los Oscars y su chapucera
culminación, retomo la sección televisiva para rememorar una de mis series
preferidas de todos los tiempos.

Y
es que la serie creada por J.J.Abrams cambió la manera de entender el medio,
considerado hasta entonces un arte menor en comparación con el cine y donde
solo pasaban los actores acabados y aquellos que estaban empezando, deseosos de
dar el salto a la pantalla grande. Abrams, que ya había destacado como autor de
Alias, realizó un impecable capítulo
piloto con técnicas cinematográficas y un gran presupuesto, y aunque puede que
no inventase nada, si consiguió dar un nuevo significado a la palabra
cliffhanger. De hecho, la mayoría de la gente no sabía ni que existía eso del
cliffhanger.
Y
lo curioso es que todo llegó casi por casualidad. La ABC quería hacer una serie
que fusionara la película Náufrago,
de Robert Zemeckis, con el reality Supervivientes,
pero no les convencía el guion que tenían entre manos, así que llamaron a J.J.
Abrams para que les propusiera algo. Se cuenta que Abrams, junto con el
entonces desconocido Damon Lindelof, hicieron un borrador sin plantearse ningún
tipo de desarrollo posterior, dando por hecho que no se lo iban a aceptar, pero
el mundo de misterios e interrogantes que presentaron encantó a los ejecutivos
de la ABC y la serie se hizo realidad. Quizá eso y la marcha de Abrams a mitad
de la serie para centrarse en su carrera televisiva expliquen la sensación de
improvisación y falta de respuestas que caracterizó a la serie hasta llegar a
su polémico final.


Como
sea, Perdidos fueron seis temporadas
cargadas de misterios, algunos brillantemente resueltos, otros que estarán para
siempre perdidos. Seis temporadas de emoción y aventura, de romances y
traiciones, de muertes inesperadas y de resurrecciones milagrosas. Seis
temporadas atrapados en una isla de la que solo podíamos escapar mediante los
flashbacks de cada episodio y, casi sin darnos cuenta, con una cosa llamada
flashforwars, esos saltos al futuro que, aunque no lo inventaran ellos, también
son los responsables de que esa palabreja sea ahora de uso habitual.
Pero
sería injusto hablar de Perdidos sin
detenerme un instante a analizar su final. Tal y como sucediera anoche en la
ceremonia de los Oscars, un último momento puede llegar a ensombrecer el
magnífico trabajo realizado hasta la fecha. Y eso es lo que pasó con Perdidos, una serie que provocó tanta
pasión desmedida que la decepción de su final vino acompañada de un odio
irracional de aquellos que morían por ella.

No
sé si cuando se habla de una serie que finalizó hace ya seis años es necesario
especificar que lo que sigue a continuación es un spoiler (supongo que a estas
alturas quien no haya visto la serie no tendrá interés en hacerlo ya), pero por
si acaso, estáis avisados.
Pues
bien, definitivamente todo es real. Todo lo referente a la isla, me refiero. Me
sorprende cuanta gente me ha comentado, totalmente convencidos, que todos
murieron en el accidente. No, para nada. Lo único “irreal” es la línea
alternativa que se presenta en la última temporada. Creo que queda perfectamente
explicado que eso sí es una especia de purgatorio donde van todos los protagonistas
al morir, en un proceso en el que deben llegar a asimilar esa muerte. Es la
iglesia de final el punto final donde todos se reencuentran de nuevo. Y en la
propia serie se da la explicación: lo que sucedió en la isla marcó la vida de
todos y fue el hecho más crucial que vivieron, así que tras su muerte es a esa
época a la que evocan y son a esos amigos con quienes se reencuentran,
independientemente de cuándo o dónde murieran. Así que allí están desde los
personajes que murieron al principio de la serie como aquellos que no llegan a
morir. Porque, en algún momento, tarde o temprano, morirán. Y aunque lo hagan
con noventa años, en esa iglesia se verán siempre representados con la edad que
tenían en la época de la isla. Porque en la iglesia, al final de ese viaje
mesiánico por el purgatorio, no existe el concepto del tiempo.

A mí, personalmente, me pareció un bonito final y
me dejó bastante satisfecho, aunque no niego que alguna respuesta más (como las
que aparecían en un corto que se incluyó con la edición en DVD de la sexta temporada)
me haría complacido.
Pero,
sea como sea, en la isla NO están muertos. Y no es ya mi interpretación, sino
que el propio Damon Lindelof lo ha dicho en miles de entrevistas.
Pero
por encima de eso, como sus defensores solemos decir, quedan seis maravillosos
años de un viaje emocionante e insólito en el que conceptos como “el humo negro”,
“los otros” o la secuencia de números: 4, 8, 15, 16, 23 y 42 quedarán marcados
en nuestra memoria para siempre. Yo aún siento un conato de nostalgia cuando
veo a alguno de los protagonistas de la serie probando suerte en alguna
película, y cada vez que aparece un falso rumor sobre un posible regreso con
nuevas temporadas se me encoge el corazón.
¿Y
vosotros? ¿Sois de la generación Lost?
¿La amáis o a odiáis? ¿seguís pensando que estaban todos muertos desde el
principio?
Quizá
la pasión que Perdidos desató entre sus
seguidores (y detractores) y se acrecentó tras su final sea el último gran
misterio de la serie.