lunes, 7 de agosto de 2017

ABRACADABRA, interesante amalgama de géneros

Al ritmo contagioso de la popular canción de Steve Miller Band, Abracadabra es la nueva película de Pablo Berger tras la exitosa Blancanieves.
¿Cómo afronta un director con tan solo dos películas un nuevo proyecto después de tanto premio y reconocimiento? Lo sencillo habría sido seguir por la misma línea, pero Berger sorprende con una película que parece casi en las antípodas de su Blancanieves, aquella delicia muda y en blanco y negro que reinventaba el popular cuento con toques de tauromaquia y flamenco.
Si es cierto que hay un denominador común en toda la filmografía de Berger, esa panorámica de la España más castiza y cañí, por momentos casposa y siempre tópica. En Abracadabra no es diferente, y el arranque del film, con ese Madrid tan urbano y descolorido, tiene algo del Almodóvar más iniciático, con personajes femeninos que llevan el timón de la historia y maridos machistas y maltratadores, catetos operarios de obras y apasionados del futbol y la cerveza. Luego la cosa cambia, y Berger pasa del costumbrismo a una mezcla extraña de géneros que alterna el drama y la comedia con unos toques muy negros y mucho surrealismo.
Abracadabra cuenta la historia de Carmen y Carlos, un matrimonio ya gastado después de diecinueve años de convivencia que dará un vuelco cuando Pepe, primo de Carmen e hipnotista aficionado, meta por accidente el espíritu de un muerto en el cuerpo de Carlos. A partir de entonces, el marido cafre empezará a evidenciar pequeños cambios que hará dudar a Carmen sobre sus propios sentimientos. Un triángulo amoroso bastante poco común donde el “inquilino” espectral tendría todas las de ganar de no ser que en vida fue un desequilibrado asesino.
No siempre consigue salir Berger airoso de sus cambios de rumbo, habiendo momentos tan divertidos como estúpidos (la escena del vendedor inmobiliario, por ejemplo) que están a punto de arruinar la película. Sin embargo, como si de un espectáculo de equilibrismo más que de magia se tratase realmente, Berger camina sobre el cable sin llegar a perder pie nunca, y con sus errores y desvaríos el conjunto general nunca llega a estropearse, alcanzando un brillante desenlace final (aquí quizá los referentes pasarían a ser Woody Allen) con una amarga pero estimulante conclusión.
Muchos son los grandes actores que pululan por aquí, algunos bordando la mejor interpretación de sus carreras, como es el caso de José Mota, impecable como hilo conductor y elemento cómico, otros parecen limitarse a pasárselo estupendamente, como el excesivo Josep María Pou. Hay también cameos inesperados, como Julián Villagrán, rostros de los de toda la vida, como Janfri Topera, y la sorpresa de Quim Gutiérrez. Pero las dos perlas de la función son, sin duda, Antonio de la Torre, que tras tantos papeles introvertidos y callados sorprende con la vis cómica que demuestra en este desdoblado papel, y, sobre todo y ante todo, Maribel Verdú. Verdú está sublime, coqueteando con la españolita choni sin caer nunca en la caricatura y sabiendo transformarse a medida que su personaje va pasando por diversos estados de ánimo en función a los giros de guion que sufre. Maribel Verdú, que ya era lo mejor de Blancanieves, se hace con la película, consiguiendo por sí misma que las pocas veces que el guion flojea la película no llegue nunca a resentirse.
En resumen, arriesgada película de Berger, que parece copiar esa moda de la comedia de cuñados que tanto se prodiga últimamente para darle una vuelta de tuerca y pi8llar con el pie cambiado al espectador. Posiblemente esto haga que no todo el mundo se deje atrapar por su película, pero más allá de su calidad (que, como todo, siempre es opinable), su valentía y aplomo la convierten en un visionado imprescindible para este verano.

Valoración: Siete sobre diez.

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