viernes, 19 de julio de 2019

SERENITY

El hecho de que una película terminada y prevista para estrenarse a principios de 2018 quede olvidada en un cajón durante más de un año no es buena señal. Y menos cuando cuenta con el aval de una pareja protagonista de innegable éxito como son Matthew McConaughey y Anne Hathaway (quienes ya coincidieran en Interestelar), bien secundados por Diane Lane, Jason Clarke o Djimon Hounsou.
Serenity (no confundir con el film de igual nombre con el que en 2005 Joss Whedon dio final a su serie Firefly) está escrita y dirigida por Steven Knight, autor de los libretos de Aliados Millenium: lo que no te mata te hace más fuerte y al que ya conocíamos su faceta como director por la interesante Locke, lo cual parecía ser un aliciente más, pero las malas sensaciones, unidas a unas críticas nefastas en Estados Unidos y un estreno muy limitado en España presagiaban definitivamente lo peor.
Es quizá ese tufillo a horror, esas perspectivas tan bajas, lo que permiten que uno disfrute de la película, no esperando absolutamente nada de ella y encontrándose con una locura tan absurda como simpática que rememora a los thrillers (con un trasfondo erótico inevitable) de los noventa con el nombre de Joe Eszterhas en la memoria.
Knight hace una extraña mezcla de géneros que es capaz de despistar (y sacar de quicio) al espectador más avispado, por más que vaya regando desde el principio de pequeñas semillitas de lo que cabe esperar. Todo empieza con la presentación de Baker Dill, un pescador de atunes obsesionado con una caza imposible al más puro estilo del capitán Ahab de Moby Dick del que no tardaremos en saber que oculta un misterioso pasado. Pero las cosas y sus prioridades cambiarán cuando una femme fatal en toda regla aparezca en la cubierta de su barco con una tentadora propuesta.
Lo que hasta ahora parecía un drama casi familiar con el mar como telón de fondo comienza a mutar en una cosa extraña e inesperada que, de pretender ser timada en serio, no puede calificarse más que como ridícula, recordando a algunos giros absurdos del cine de Nolan o de su alumno Wally Pfister (me viene a la mente otra película de los noventa dirigida por ciertos hermanos/as a la que usar como fuente de inspiración, pero sería rozar demasiado el spoiler), deambulando entre el cine noir, la fantasía sobrenatural o la ciencia ficción, apuntando también cierto alegato (muy superficial) sobre los abusos sexuales y la violencia de género.
Todo es, en fin, muy loco y absurdo, con el problema de que nadie en la película parece ser consciente de ello. Si actores y director abrazaran esa locura, la cosa tendría otro sentido, pero todos parecen tomárselo tan en serio que cuesta entender como una película así haya llegado a buen puerto (perdón por el chiste de pescadores).
Así pues, su única salvación es que sea el propio espectador el que acepte no tomársela en serio, que la vea como una simple metáfora surrealista sobre la necesidad de una ayuda paterna por parte de un niño maltratado, usando esa intriga como un puzle sin dibujo de referencia que se presenta muy confuso al principio y no del todo satisfactorio una vez montado pero cuya realización puede suponer un ligero entretenimiento. Si es así, si aceptamos ese peaje, la película puede ser capaz de atrapar con su incierto camino y mantener una intriga que, como mínimo, justifique el interés que uno puede poner en ella en busca de entender qué narices está pasando en esa idílica isla de pescadores.


Valoración: Cinco sobre diez.

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