domingo, 7 de abril de 2013

UN AMOR ENTRE DOS MUNDOS (5d10)

¿Alguna vez os ha pasado que estáis ocupados en casa o en el trabajo y al comprobar vuestro correo descubrís que alguien os ha enviado una presentación de esas de PowerPoint? No queréis entreteneros, pero por no borrarlo sin mirar le pagáis un vistazo rápido. Alguien, un amigo que os quiere mucho, os ha mandado una colección de fotos espectaculares, paisajes maravillosos de lugares increíbles. Cada imagen contiene además una parrafada con frases llenas de sentimientos y buenas intenciones pero, seamos realistas,  apenas llegáis a la mitad del primer párrafo y ya os entran las prisas, y decidís que todo ese rollo bienintencionado os importa una mierda y que lo único que vale la pena son las bonitas vistas. ¿Sabéis de lo que hablo, verdad? Pues exactamente eso es Un amor entre dos mundos, una solemne tontería que no interesa para nada pero con un diseño de fotografía alucinante con un efecto casi hipnótico.
La película empieza con una explicación (de la que debo confesar que no me enteré de nada) sobre porqué hay dos mundos, uno encima del otro, con gravedades contrarias, de tal manera que una persona de un mundo no puede físicamente estar en el otro. Inevitablemente, un mundo simboliza la clase alta y el otro la clase obrera, y más inevitablemente aún un chico y una chica de distintos mundos se conocerán, se enamorarán, desafiarán las leyes de la física y de la sociedad para estar juntos y todos irán contra ellos. Vamos, una vuelta de tuerca más al manido amor imposible a lo Romeo y Julieta.
En otras ocasiones habría comenzado con una parrafada sobre las influencias crepusculares a este tipo de obra, pero sinceramente no creo que sea el caso. El argentino Juan Solanas, sin dejar de lado el factor romántico, pretende subrayar el humor y la ciencia ficción en este invento suyo al que, cuanto menos, hay que definir como original, agradeciendo que de entrada renuncie al empacho de empalaguería previsible y para lo que ha contado con dos actores de carreras ya consumadas, en lugar de tiernos yogurines, como son Kirsten Dunst y Jim Sturgess, pero unas cuantas buenas intenciones no bastan para evitar que su historia sea una chorrada total. Persecuciones arriba y abajo, saltos entre mundos... todo es tan confuso que en ocasiones parece que ni el propio director tiene claro hacia qué dirección le toca caer a cada uno, aparte de lo absurdo que es todo por definición. Aceptando que pudiesen haber dos mundos opuestos con sus respectivas gravedades, si están tan cercanos que hay un ascensor que los une y casi se pueden tocar en sus zonas de montaña, ¿cómo narices puede haber día y noche y paisajes estrellados? ¿Alguien me lo puede explicar?
En el apartado positivo (y posiblemente única justificación de Solanas al realizar esta película) es su belleza visual, planos imposibles, sugerentes, aunando el surrealismo propio de Dali con el de Escher, paisajes maravillosos sacados de un sueño. 
No son razón suficiente para salvar esta película, pero es que no hay nada más.

Y, por cierto, no es necesario que se la reenviéis a diez amigos, por mucho que los queráis.

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