sábado, 4 de abril de 2015

FOCUS (4d10)

Aunque hace unos años su nombre fuese sinónimo de grandeza y éxito, Will Smith lleva un tiempo vagando entre la mediocridad y el desconcierto, quizá demasiado pendiente en convertirse en un actor serio o distraído intentando inventarle una carrera artística a su niñito hasta el punto de olvidarse de la suya.
Tras haber entrado por la puerta grande en el mundo del cine (tras su fulgurante fama como icono televisivo en los noventa) combinando con acierto el humor y la acción de éxitos descomunales como Men in Black y su secuela, Independence day o Dos policías rebeldes (y algún patinazo perdonable, como el de Wild wild west) su buen hacer en trabajos más serios como La leyenda de Bagger Vance o Ali le tentaron a reinventar su carrera y dotar a sus personajes de un trasfondo atribulado y reflexivo que hacia cierta gracia al principio (Yo, robot o Soy leyenda) pero que rozaban la pretenciosidad con ese deje de amargura y tristeza que reflejaba en En busca de la felicidad (primer intento serio de “enchufar” a su insoportable hijo Jaden) o Siete Almas, en las antípodas de su añorado papel en El príncipe de Bel Air.
Su primer intento de reconducir su camino se produjo con Hancock y el regreso a la saga de Men in black, pero el daño ya estaba hecho y la sombra del héroe amargado y oscuro se había apoderado de él, alcanzando cotas de verdadera ridiculez en la insufrible After Earth.
Tras el último varapalo, Smith estaba obligado a dar un nuevo giro, regresando a la comedia festiva y lujosa que tan bien le funcionó en Hitch, especialista en ligues, que es una de las referencias que uno encuentra al ver Focus, aparte de la evidente amalgama entre títulos como El golpe u Ocean’s Eleven.
Dirigida por Glenn Ficarra y John Requa, firmantes también del guion (ambos estaba ya tras la aceptable Philip Morris ¡te quiero! y la excelente Crazy, Stupid, Love), Focus es una tontería bien filmada, visualmente elegante, simplemente divertida y completamente vacía. Las aventuras de un grupito de timadores sin el carisma de la alegre pandilla de George Clooney (y que ni por asomo se acerca al dueto Redford/Newman) se deshace como un azucarillo en el agua cuando un incomprensible cambio de rumbo transforma la película en una pantomima romántica carente de credibilidad, a la que no ayuda para nada los torpes giros argumentales con los que Ficarra y Requa pretenden animar el espectáculo engañando al espectador y que resultan tan previsibles que son de vergüenza ajena.
Sin hacer una mala interpretación, Smith demuestra que ha perdido todo signo de carisma y magnetismo que le hiciera brillar en su juventud, y que sin un buen guion como apoyo su presencia no es suficiente para mantener en pie una película que malvive prácticamente gracias a la belleza de Margot Robbie, la única que sale airosa del invento y que tras su arrebatadora presencia en El lobo de Wall Street, tiene un prometedor futuro por delante (aunque su mayor prueba de fuego será volver a coincidir en breve con Smith).
La película no llega a aburrir, por más que resulte exageradamente previsible, pero es como ese truco de prestidigitación en el que el mago hace una gran puesta en escena, con una atractiva ayudante y divertida palabrería, pero al que se le ve el truco a leguas.
Will Smith no comienza por el buen camino su segunda etapa de redención, y así se lo ha hecho saber la taquilla. El futuro le aguarda una peli de DC (así no hay quien le quite la amargura de encima) y, tras renunciar a aparecer en la secuela de Independence day (aunque tras los palos que se está llevando por Focus ya veremos si no cambia de idea), su retorno a la saga de Dos policías rebeldes y (Dios nos coja confesados) ese extraño experimento que pretende unir a los personajes de Men in black con los de Infiltrados en Clase.
Ay, Willyto mío, ¡quién te ha visto y quién te ve…!

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