martes, 22 de marzo de 2016

EL REGALO: Secretos envueltos con un lazo.

Joel Edgerton (visto como Ramses en Exodusy, más recientemente, en Black mass) no es el primer (ni el último) actor que se pasa a tareas de dirección. Lo curioso es que lo haga también ejerciendo como guionista, lo cual demuestra que más que un capricho es un deseo por alcanzar una autoría propia.
La película elegida, El regalo, que pude evocar a muchos thrillers de los noventa como De repente un extraño, Mujer blanca soltera busca, etc. parte de la clásica premisa de un extraño irrumpiendo en la tranquila vida de una familia feliz. Ese es el arranque de El regalo: un matrimonio se traslada a una casa nueva en California, cerca de donde el marido creció, y apenas instalados se topan por casualidad con un antiguo compañero de colegio que, a base de regalos y pequeños detalles, empezará a introducirse poco a poco en su círculo íntimo.
Sin embargo, lo que puede parecer una película más del montón, tópica y típica, pronto se vuelve oscura y desconcertante. Con una dirección precisa que no afloja el ritmo de la intriga sin caer en engaños rocambolescos ni tramposos, el guion parido por Edgerton logra sorprender lo suficiente para distanciarse de las películas antes mencionadas para alcanzar una identidad propia, para hablar de los matices que se entremezclan entre el bien y el mal y logrando además, y esto es lo más meritorio, crear unos personajes que saben evolucionar a lo largo del metraje, no quedándose en simples estereotipos planos e indefinidos.
Pese a algunos secundarios que deambulas por ahí, la historia se sostiene básicamente en estos tres personajes, magníficamente interpretados por Jason Bateman (que posiblemente haga una de sus mejores interpretaciones alejado del rol cómico al que nos tenía acostumbrados), Rebecca Hall (quizá la que tenga un personaje menos evolutivo pero más complicado por la contención que demuestra en su interpretación) y el propio Edgerton en el papel del invasor que le dio el premio al mejor actor en el pasado Festival de Sitges.
Sin grandes proezas ni artimañas, la película funciona perfecta de principio a fin, con giros desconcertantes pero creíbles que mantienen en tensión al espectador e incitándolo a identificarse con un personaje para, acto seguido, hacerle cambiar de idea y de simpatías.
Poco más se puede hablar de una película que conviene disfrutarse sin demasiadas pistas más allá de su argumento inicial y que atrapa desde el primer momento, con esa mirada hipnótica de Edgerton y su inquietante pasividad, amenazante y triste a la vez.
Un verdadero descubrimiento que invita a seguir muy de cerca los pasos de este nuevo realizador.

Valoración: ocho sobre diez.

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