Florence
Foster fue una excéntrica aristócrata que se empeñó en ser cantante pese a la
oposición de su padre (que llegaría a desheredarla) y a la total falta de
talento que estaba para la música. Su historia inspiró la película Margarite, trasladando la acción al
París de los años 20, pero ha sido Stephen Frears, buen amigo de los biopics
elegantes y suntuosos, quien explicara la verdadera historia de esta mujer que,
pese a tenerlo todo en contra, consiguió el éxito y la fama que ella
consideraba que merecía.

No
voy ahora a descubrir lo gran actriz que es Meryl Streep, una mujer que triunfa
en todos los desafíos que se propone, pero tras atreverse a cantar por primera
vez en el musical Mamma mía! y
repetirlo luego en Into the Woods,
ahora acomete el más difícil todavía teniendo que esforzarse en cantar mal
aposta. Y créanme si les digo lo difícil que puede ser hacer algo intencionadamente
mal y que aun así no resulte desagradable.
Para
contar la historia de Florence, Stephen Frears (que parece sertirse últimamente
cómodo en historias de mujeres tras La Reina, Chéri o Philomena) ha
retratado un lujoso Nueva York de 1944 que parece por momentos salido de una
película de Woody Allen y ha rodeado a la Streep con dos actores que podrían
estar ante las mejores interpretaciones de sus carreras. Por un lado, Hugh
Grant está genial en el papel de apoyo empresarial y emocional de Florence a la
par que le oculta una vida paralela que comparte con Rebecca Ferguson (vista en
la última Misión Imposible), mientras
que Simon Elberg, mundialmente famoso por ser Howard en la exitosa serie The Big Bang Theory, hace un trabajo
sorprendente bastante alejado a lo que nos tenía acostumbrados.
Florence Foster Jenkins es la historia de una mujer que creía tanto en sí
misma que logró sobresalir sin tener cualidades para ello, pero sirve también
como reflexión hacia la hipocresía de ciertos sectores, crítica del amiguismo
entre las altas esferas capaces de “tragarse” cualquier cosa por el simple postureo
y denuncia a la corrupción latente en muchos medios de opinión que realizan sus
crónicas según sople el viento que más les favorezca.
Florence Foster Jenkins reúne todo esto y consigue ser un coctel de
sensaciones, emotiva, conmovedora y, por momentos, desternillante.
Valoración:
Ocho sobre diez.