sábado, 26 de mayo de 2018

CARGO

La moda del cine de zombies (o infectados en este caso, para ser más precisos) parece no tener fin, y cada poco tiempo aparece una nueva película tratando de mostrar unas diferencias con el resto lo suficientemente interesantes para ser tenidas en cuenta.
Con casi todo ya inventado (a no ser que apostemos por la serie B más demencial), la apuesta de Ben Howling  y Yolanda Ramke, que en realidad no hacen más que adaptar su propio cortometraje, es buscar el realismo y la profundidad psicológica, apostando más por el ritmo lento pero imparable de la narración que no el terror puro y la acción desmedida, haciendo hincapié en los fabulosos escenarios naturales que aprovechan con magnífica eficacia y en la labor interpretativa, sobre todo la de un Martin Freeman soberbio.
Cargo podría verse como una variante zombie de The Road, hermanada por momentos en la época más inspirada de The Walking Dead y que recupera el concepto que ya probara, sin demasiada fortuna, Schwarzenegger en Maggie pero a la inversa. Es decir, un padre infectado que debe proteger a su hija del apocalipsis.
Australia es un lugar tan hermoso como árido, y los parajes desolados y desérticos que servían como telón de fondo a películas como Mad Max son nuevamente un elemento imprescindible para la obra. Howling y Ramke son conscientes de ello y consiguen una fotografía preciosa, con una gama de colores que, pese a la poca repercusión mediática que ha tenido este último estreno de Netflix, ha logrado aumentar considerablemente el interés turístico de la zona.
Quizá el mayor logro de Cargo es conseguir tener un ritmo muy lento y pausado, casi desesperante, que sin embargo no aburre en ningún momento. Además, ese desasosiego que tan bien contagia al espectador de la desesperación del padre protagonista, en una marcha contrarreloj por encontrar a alguien que cuide de su hija de un año tras su ausencia, enmascara una historia en la que, en realidad, pasan muchas cosas. Durante el visionado se puede tener la sensación de que todo se centra en Freeman caminando con su bebé a cuestas, mérito del gran trabajo que hace el actor, con una intensidad contenida muy pareja a la de Viggo Mortensen en la mencionada The Road, pero analizada con posterioridad es todo un carrusel de acciones que cierta serie de televisión precisaría de más de una temporada para saber desarrollar.
Hay, por último, otro elemento a destacar, y es la presencia de los aborígenes que, si bien no tienen el tiempo que merecerían para ser mejor desarrollados, sí demuestran el esfuerzo por parte de los directores de mostrar la manera en que culturas diferentes a la del hombre blanco occidental que siempre lo domina todo pueden enfrentarse a este particular fin del mundo.
Película, en fin, de corte lento y calado profundo, con mucho menos gore de lo que uno podría esperar del género zombie y que no es apta para los amantes de las carnicerías, pero que ofrece una visión más humana del conflicto y que, con Freeman y el paisaje como principales valedores, supone una interesante aportación al género.

Valoración: siete sobre diez.

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