domingo, 6 de mayo de 2018

Análisis: INFINITY WAR HACE HISTORIA (repaso rápido por el MCU)

Ha pasado ya una semana desde el estreno de Vengadores: Infinity War y el resultado ha sido abrumador. El primer fin de semana alcanzó en taquilla a la recaudación total de La liga de la Justicia, ha batido casi todos los récords posibles y eso que aún falta por ver cómo le va en su estreno en China. Y las críticas, por una vez, parecen unánimes. No es que a todo el mundo le haya entusiasmado, claro, pero no veo esa confrontación entre defensores y detractores que tenían, por ejemplo, las dos últimas películas de la saga Star Wars o la mencionada Liga de la Justicia.
Tras haber realizado un primer análisis sin spoilers, llega el momento de hablar de ella más a fondo, analizándola con detalle y sin temor a destripar ninguna de sus sorpresas. Así que ya sabéis, a partir de ahora, spoilers a cascoporro.
Dije en su momento que esto no era realmente una película, sino parte de un todo mucho más complejo. Eso fue apenas salir del primer pase. Ahora, habiéndola dejado reposar, tras tres visionados e impresionado por el revuelo que está causando en el mundo entero, debo confirmar que no, no es una simple película. Es parte de la historia.
Porque sí, puede que a alguien le parezca exagerado, pero Infinity War es una película histórica, de esas que marcan un antes y un después y que va a poner patas arriba la industria y la manera de hacer cine. Y no porque sea una buena película, que lo es, sino por la concepción propia de la misma.
Hace ya diez años que Marvel empezó esta loca aventura con Iron Man. Aunque ya en esa primera escena postcréditos se aventuraba lo que esperaban conseguir, la unión de los mayores héroes de la Tierra tras presentarlos en sus respectivas películas individuales, bien es cierto que de no haber funcionado en taquilla el film de Jon Favreau quizá todo habría quedado en agua de borrajas. Pero funcionó. Y el resultado algo más discreto de El increíble Hulk, de Louis Leterrier, no fue suficiente como para detener una maquinaria que ya se vislumbraba que podía arrasar. Luego llegó la secuela de Iron Man, la precuela ambientada en la II Guerra Mundial con la presentación del Capitán América y, para rematar la jugada, la compra de Disney (que en contra de lo que los agoreros pensaron, no supuso una bajada de calidad sino un refuerzo presupuestario), tras lo que llegó el primer gran evento del llamado MCU (Marvel Cinematic Univers), Los Vengadores. Y el triunfo fue total.
Ya por aquel entonces se hablaba de la burbuja de los superhéroes, y directores de prestigio (como Spielberg, el mismo que ha firmado para hacer una película de DC), viéndole las orejas al lobo, se dedicaron a tirar piedras contra estas películas, sin comprender que el cine de superhéroes había llegado a un punto en el que merecía ser considerado un género en sí mismo. Los que preveían que todo se iba a ir al traste más pronto que tarde y se quejaban del exceso de películas de superhéroes no tenían en cuenta de que, pese a dominar las taquillas, cada año se entrenan menos películas de estas que, por ejemplo, westerns. Quizá incluso menos que películas históricas o religiosas. Y eso porque me parece ridículo comparar el número de títulos de superhéroes que hay cada año al lado de las comedias románticas, los thrillers o los dramas.
El caso es que al final llegó algún batacazo, como el de Los 4 Fantásticos, películas simplemente correctas (ahí estaban X-Men: Días del futuro pasado o X-Men: Apocalipsis) y taquillazos que no terminaban de convencer a muchos, como las producciones de Warner/DC (Batman v. Superman, Escuadrón Suicida). Pero Marvel iba a lo suyo. En la escena postcréditos de la película de Joss Whedon se presentaba a un villano de futuro, Thanos, con la cual se cerraba la denominada Fase Uno del MCU. Llegó la Fase Dos, se empezó a hablar de las gemas del Infinito (ya se habían presentado en la Fase Uno, pero bajo otros nombres), se logró recaudar mucho dinero con personajes menores (Ant Man, Guardianes de la Galaxia) y el misterio de Thanos se seguía manteniendo en espera de que llegase la Fase Tres y tras realizar el primer gran relevo generacional. Y no fue, como se esperaba, un relevo en cuanto a los actores se refiere, sino que mientras hasta ahora Favreau y Whedon eran las cabezas pensantes (en el punto de vista cinematográfico, ya que detrás de todo había nombres muy comiqueros como Bendis, Brubaker, etc.) en la Fase Dos entraron en la ecuación James Gunn y, sobre todo, los hermanos Russo.
Y entonces todo fue aún mejor que hasta la fecha.
Capitán América: Soldado de Invierno había convencido a todos por su gran calidad y profundidad argumental, y la Fase Tres se inauguró precisamente con la tercera entrega de las aventuras del Capi, segunda película de los Russo, titulada Capitán América: Civil War pero que bien podría haber sido Los Vengadores 2.5. Con el Capitán América e Iron man como centro de la narrativa, casi todos los héroes ya presentados en el MCU (solo faltaron Hulk y Thor) se dejaron ver por el film, teniendo tiempo incluso de presentar a dos nuevas incorporaciones que en poco tiempo tendrían titulo propio. Se trataba, por un lado, del regreso de Spider-man a Marvel tras un acuerdo con Sony que años antes parecía impensable y el debut de otro héroe “menor”, Black Panther, cuya película en solitario se intuía como el hipotético primer fracaso de Marvel. Y eso que veníamos de la “decepción “ (guiño, guiño) de que Los Vengadores: la guerra de Ultron “solo” había logrado recaudar mil cuatrocientos millones de dólares. Civil War fue un nuevo puñetazo en la mesa de Marvel y algunos empezaban ya a sospechar que no había límites para la productora.
Y en esa Fase Tres, aparte de un par de secuelas (Guardianes de la Galaxia Vol. 2 y Thor Ragnarok), Spiderman Homecoming triunfó y convenció, Doctor Stranger no lo hizo nada mal y Black Panther se convirtió en la sensación del año. Si unos meses antes Warner/DC disfrutaba de su primer éxito sin discusión con Wonder Woman, que gracias a una hábil aunque algo tramposa campaña publicitaria llevo a muchas mujeres al cine con el fin de identificarse con la (dicen) primera superheroína que protagonizaba un título en solitario, Black Panther hacía lo propio como representante de la raza afroamericana. Al final, la película que se intuía fuese la más floja de Marvel lleva recaudados (siguiendo aún en cartel) la friolera de mil trescientos millones, siendo a día de hoy la novena película más taquillera de la historia.
Hace unos meses, coincidiendo con el estreno de La liga de la Justicia (batacazo histórico de Warner/DC en su primera película coral), Marvel batió un nuevo récord: el de visionados en youtube de uno de sus tráilers. Fue, precisamente, con el primer avance de Infinity War. Así que esta vez no había espacio para las sorpresas y todo el mundo se esperaba que la tercera película de los Russo en el MCU fuese un gran éxito. Pero... ¿tanto?
Viendo la trayectoria de Marvel (que con su décimo aniversario recién celebrado se puede considerar una productora que apenas está empezando en esto del cine), cabe preguntarse, más allá de lo buenas que puedan ser las películas y del interés que despiertan los personajes, cuál es el secreto de su éxito.
No pretendo ser gurú de nada, pero llevo décadas siendo un gran fan de Marvel en su faceta de editorial de cómics y tengo claro cual ha sido siempre su gran apuesta, una que han mantenido fiel en su traspaso al mundo del cine: su cohesión interna. Pese a todos los puntos en común de personajes y argumentos entre Marvel y DC (en muchos de los cuales, por antigüedad, tiene ventaja la Distinguida Competencia), una de las primeras cosas que introdujo Stan Lee en su faceta de creador y guionista fue el concepto de Universo Compartido. Desde el primer momento el lector sentía que Spiderman vivía en las misma Nueva York que Los Cuatro Fantásticos y que era fácil que Iron Man pasara volando sobre el Sanctum Sanctorum del Dr. Extraño en Greenwich Village. Y eso por no hablar de los eventos que uniría a todos los héroes bajo una misma amenaza.
Conscientes de que ese era la gran baza de Marvel, en cine han sabido apostar por la misma idea y, sin prisa pero sin pausa, han construido un universo semejante al del papel desde los cimientos. Cierto es que no podían hacer mucho más con los pocos personajes que tenían en propiedad al lanzarse Marvel Studios a producir por su cuenta, pero tampoco quisieron volverse locos pese a ver como el Batman de Nolan, los X-Men de Singer y, sobretodo, el Spider-man de Raimi demostraban que era una buena época para los personajes de cómic, lejanos ya el Superman de Donner o el Batman de Burton. Películas independientes argumentalmente pero con las interconexiones justas entre ellas para que, al llegar a Los Vengadores, el espectador sintiese ya que estaba ante una serie de películas con identidades propias pero que respiraban el mismo aire.
Y dos personas son las principales responsables de ello: Kevin Feige, productor amante de los cómics que ha sabido entender lo que era Marvel mejor que nadie y que pese a haber llegado a ser Presidente de la división cinematográfica de la compañía sigue involucrándose personalmente en cada nuevo proyecto, y Sarah Finn, directora de casting de todas las películas del MCU excepto El increíble Hulk y que ha logrado que actores desconocidos como Chris Hemsworth, Tom Hiddleston o Chris Pratt sean ya insustituibles o que personajes Marvel tenga ya para siempre el rostro de tipos como Robert Downey Jr., Scarlett Johansson, Benedict Cumberbatch o Chris Evans, logrando además mantenerlos a lo largo de estos diez años (con las únicas excepciones, muy al principio del periplo, de Edward Norton y Terrence Howard).
La segunda clave del éxito posiblemente sea al buen rollo que han conseguido mantener en Marvel durante todos estos años. Es difícil en una empresa de tal envergadura, y con semejantes actores, que no haya conflictos salariales o de ego pero, si los ha habido, han sabido ocultarlos muy bien. En cada película compartida los actores han tenido un reparto muy medido de su tiempo en pantalla y no parece que haya habido el más mínimo roce entre ellos. Más aún, cada nuevo evento parece una fiesta, quizá porque muchos han comprendido que trabajar en estas películas y ganar un buen pastón es la mejor manera de poder trabajar en cine más independiente y arriesgado (como el propio Mark Ruffalo ha confesado alguna vez). Incuso las pocas discrepancias reconocidas parece que han sido menos de lo cacareado y la sangre nunca ha llegado al río. Me refiero, por ejemplo, a las salidas de Kenneth Brannagh como director tras la primera película de Thor (se habló de mal rollo pero su siguiente trabajo fue La Cenicienta para Disney, la empresa madre, así que no sería para tanto), o Joss Whedon, que después de Vengadores: la era de Ultron se insinuó que se había ido por la puerta de atrás y sin embargo él, incluso ahora que trabaja para Warner/DC, no deja de soltar piropos hacia Marvel. Más evidente si cabe es el caso de Jon Favreau, director y actor en Iron Man e Iron Man 2. Su no participación como realizador en Iron Man 3 provocó nuevas especulaciones sobre malestares internos, pero después de ello ha seguido participando como actor en la propia Iron Man 3 y en Spiderman Homecoming, aparte de figurar como asesor y productor en La era de Ultron e Infinity War (partes uno y dos), haber dirigido, también en Disney, El libro de la Selva y estar involucrado en la futura serie televisiva de Star Wars. Y quien no entienda a qué me refiero con lo del buen rollo, que eche un vistazo a cualquier making off de Thor Ragnarok. Otro ejemplo de lo que son las cosas bien hechas: los guionistas Christopher Marcus y Stephen McFeely, responsables del libreto de Infinity War, son los mismos que llevan narrando la historia del Capitán América a través de su trilogía (aparte de haber metido mano en Thor, el mundo oscuro). 
Quizá la única nota discordante en todo esto sea la salida con el proyecto de Ant-man ya comenzado, del director Edgar Wright, pero poca cosa me parece a mi comparado con los bailes en la dirección de La liga de la Justicia o las continuas noticias (contradictorias muchas veces) sobre la relación entre Ben Affleck y Warner.
Y termino este análisis al MCU en busca de las claves de su éxito con lo que yo entiendo que es la gran mentira sobre el cine de Marvel. Una mentira que, a base de repetirla, muchos han terminando creyéndosela y que, curiosamente, ha terminando afectando más a sus competidores que a ellos mismos. Me refiero a la constantemente referida (generalmente en tono despectivo) Fórmula Marvel.
¿Existe la fórmula Marvel? Pues en cierto modo sí, tal y como existe la fórmula de la Coca-Cola. Pero no se trata de ningún componente secreto ni milenarias conspiraciones judeomasónicas. Se trata, simplemente, del intento de hacer las cosas bien hechas, como he mencionado anteriormente. Pero muchos críticos se refieren a la Fórmula Marvel como si todas sus películas estuviesen copiadas por un mismo patrón, historietas ligeras con un humor desbordante y poco más.
Aun aceptando que el tono del cine Marvel es mucho más alegre y colorido que el de Warner/DC, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva, más próximo al concepto de héroe de cómic que la oscuridad e intensidad heredada en la acera de enfrente por el estigmatizado estilo Nolan, no es cierto que todas las películas Marvel sean iguales. De hecho, aún aceptando lo que he dicho antes de que el cine de superhéroes debe ser considerado ya como un género en sí mismo, una de las claves de estas películas está en conseguir estilos muy diferentes entre sí. Iron Man es aventura pura, El increíble Hulk oculta un drama bipolar heredero de Jeckyn y Hyde, Thor se atreve a aunar mitología nórdica con Shakespeare, y El Capitán América: el primer Vengador es una película bélica clásica con mucha fantasía.
Más: El Soldado de Invierno apuesta por un tono más serio con referencias a un thriller político bastante setentero, Guardianes de la Galaxia es una space-opera con tonos de puro pop, Ant-man juguetea con las películas de atracos, Doctor Strange se introduce en el mundo de la magia con un aspecto visual muy psicodélico y Thor Ragnarok es comedia pura y desmadrada. Pero los que solo quieren ver risas y tontadas en Marvel que se revisen las películas de los Russo. El Soldado de Invierno apenas tiene humor y Civil War utiliza el alivio cómico de la confrontación en el aeropuerto para aliviar las tensiones del drama que supone el distanciamiento radical entre dos héroes y presuntos amigos, como ya analicé en su momento. Y en Infinity War se puede apreciar constantemente lo bien que funciona esa conjunción de estilos, con cada personaje siendo fiel a su estilo propio pero sin que rechine para nada al entremezclarlo con los demás.
Pero los detractores siguen hablando de la Fórmula Marvel a la ligera, y cuando sus productos han empezado a flojear han querido copiarla sin saber entenderla. No fue mal la cosa con Wonder Woman (de la que ya se dijo en su momento que era la película “más Marvel” de DC) pese a ser casi una copia de El primer Vengador en clave femenina, pero posiblemente fue lo que arruinó a La liga de la Justicia. Meter humor a saco, incluso traicionando la personalidad de los personajes, no es la Fórmula Marvel. Pero algunos así lo pensaron. Y todos sabemos las consecuencias.
Un resumen de todo esto que estoy señalando en este texto se demuestra con el desarrollo de dos personajes claves para entender el MCU: Iron Man y el Capitán América. Ambos son los verdaderos pilares sobre lo que se sustenta todo y por ello Civil War fue el máximo punto de inflexión de la saga.
Al principio, Tony Stark era un empresario mujeriego y alocado, un irresponsable que en Iron Man debe pagar por sus actos y aceptar el manto del heroismo para redimirse por su pasado. Pero no siempre es fácil aceptar la grandeza y llega a tocar fondo en Iron Man 2, en esa versión algo light de la saga del cómic El diablo en la botella tras la que empieza a demostrar un ligero cambio de actitud y responsabilidad. Con Los Vengadores se enfrenta a su mayor sacrificio, y aunque sale victorioso se ve abrumado por lo insignificante que se siente en comparación la existencia de otras dimensiones con ejércitos extraterrestres y seres casi divinos. Ello provoca la ansiedad de la que hace gala en Iron Man 3 que provoca en él incluso cierta paranoia que trata de superar con la creación de armaduras de manera casi impulsiva, y de que solo empezará a superar después de verse despojado de casi todo. Por ello es lógico que su siguiente paso sea obsesionarse con la creación de algo superior a sí mismo, un ser casi divino que rivalice con las amenazas que hay a lo largo del Universo. 
Y eso deriva en la creación de Ultron en la secuela de los Vengadores. Su mayor creación es su mayor amenaza y al fin decide tirar la toalla y aceptar que no está en su mano decidir el destino de la humanidad. Se siente superado por todo lo que ha vivido y acepta que sean otros (el gobierno y la ONU) quien tome las decisiones y tenga el control de las fuerzas inmensas que suponen los seres de gran poder, lo que lo lleva en Civil War al enfrentamiento con parte de la comunidad superheróica liderada por Steve Rogers. Su cura de humildad definitiva será cuando cambie el compartir chanzas con dioses por ser el mentor de un héroe adolescente en Spiderman Homecoming, donde tiene una frase definitoria de lo que ha sido su trayectoria hasta ahora: “No quiero que seas como yo, quiero que seas mejor que yo”. Por eso, ver morir a Peter Parker entre sus brazos en Infinity War es un momento especialmente duro y cruel, y será interesante cómo le afectara ese suceso en su futuro más inmediato.
Steve Rogers, por su parte, empezó siendo una marioneta, un simple símbolo colorista para vender bonos de guerra en El primer Vengador que, en Los Vengadores se debía enfrentar a vivir en un mundo que no se parece en nada al suyo y en el que debe aprender a adaptarse. El que para los más ajenos al cómic es un símbolo de patriotismo rancio descubrió hasta donde puede llegar la corrupción en el poder en El Soldado de Invierno, lo cual lo llevó a un desencanto hacia su propio país (él siempre ha dicho que representaba a América, pero no a su gobierno) que originó el enfrentamiento con Tony en Civil War y su posterior renuncia al uniforme, por lo que en Infinity War viste un uniforme diferente, sin colores patrióticos ni su icónico escudo, más cercano a la identidad comiquera de Nómada que al Capi de toda la vida.
Esto es un ejemplo de cómo saber hacer evolucionar unos personajes, darles personalidad y hacerlos creíbles, por más que las aventuras en que se enfrasquen sean del todo increíbles. Esta es la Fórmula Marvel en verdad, y no el jajaja de baratillo.
Y en estas que se llega a Vengadores: Infinity War. Con todas las virtudes y alabanzas que estoy dedicando a Marvel, con el público aplaudiéndolos y la taquilla a su favor, ¿cómo se podría llegar a superar en su última producción? Lo cierto es que ver en pantalla a todos los héroes conocidos hasta ahora era un sueño imposible de imaginar hace apenas unos años, pero el riesgo de saturación y caos implicaba que fuese más fácil pensar en un desastre que en una gran película.
Pero los Russo lo han vuelto a hacer.
Infinity War (que, no hay que olvidarlo, es solo la primera parte del gran evento, el principio del fin) marca un antes y un después no solo en la historia del MCU sino en la historia de la propia industria del cine. Nunca se había hecho una película tan grande ni con tantas pretensiones, y nunca el público había reaccionado de forma tan favorable (en lo que estoy tardando en escribir este texto se ha batido también el récord de la película que más rápido a alcanzado los mil millones de recaudación mundial). Infinity War combina a la perfección una historia muy trascendental y dramática con ligeros toques de humor y la épica justa, con batallas que nunca llegan a saturar y un reparto de roles entre los protagonistas (inteligentemente distribuidos en distintos escenarios) que funcionan a la perfección. No todo es redondo, por supuesto. Se echan en falta algunos personajes, como Ant-Man u Ojo de Halcón, se desconoce el destino de otros como Valkiria, apetecería más presencia de Hulk y no hay ni rastro de las naves voladoras que protegían Wakanda en Black Panther. Y, por supuesto, se anhela un plano con todos los héroes en un mismo escenario. Pero es algo que toca reservarlo para la siguiente película, que aspira a lograr el más difícil todavía.
Lo que más claro queda con Infinity War es que los Russo no han hecho un simple trabajo empresarial. La película es mucho más que una máquina de hacer dinero. Es un proyecto con alma, donde se destila amor por el cómic y por unos personajes a los que se trata son mimo, pese a su cruel desenlace. Es la mejor traslación de las viñetas al celuloide, respetando los códigos propios del papel y ejemplarizando lo que es una buena adaptación. Más allá de las transcripciones casi literales que hicieran Warren Beatty con Dick Tracy, Zack Snyder con Watchmen o Robert Rodriguez con Sin City. Infinity War demuestra que se puede hacer buen cine sin traicionar a los orígenes, y que una película puede ser un homenaje a los fans de toda la vida sin despreciar por ello a los que no han leído un cómic en toda su vida.
Y lo hace destrozando los convencionalismos propios del séptimo arte, con una película carente de un primer acto de presentación (porque los personajes ya han sido sobradamente presentados en las películas antecesoras) y con un desenlace amargo, con un final desolador que provoca que uno salga del cine (pese al ligero toque de esperanza que esa llamada a la Capitana Marvel de la escena postcrédito pueda representar) hundido, consciente de que ha presenciado el final de algo grande, triste por una serie de muertes que, aún con el convencimiento de que vana volver en breve, dejan un vacío en nuestro interior.
Y con unas ganas infinitas de que llegue ya la siguiente película.
Definitivamente, Marvel ha hecho historia. Y el cine cambiará igual que cambió tras el estreno de películas tan icónicas como La Guerra de las Galaxias, Matrix o Avatar. Infinity War es ya un clásico generacional, la película de la que se hablará durante décadas por su valentía. Y que supone dolorosamente el principio del fin.
Quedan tres películas para concluir esta exitosa Fase Tres. En una nueva demostración de inteligencia y habilidad, la siguiente en llegar será Ant-Man y la Avispa, una comedia romántica de tono ligero que rebajará las tensiones (y es que cualquier otra película más ambiciosa posiblemente terminaría por decepcionar tras el subidón de Infinity War). Luego viajaremos a los años noventa para conocer quién es esta Capitana Marvel a la que recurre Nick Furia para salvar a la humanidad y, en un año justo, descubriremos como termina todo (aunque ya me huelo yo por donde podrían ir los tiros).
A partir de aquí, el futuro es incierto. Habitualmente Marvel acostumbra a anunciar a bombo y platillo sus futuras producciones, pero en el calendario previsto (hay proyectos hasta 2022 por lo menos) solo se conocen oficialmente las fechas de estrenos reservadas. Se ha anunciado que Marvel ni siquiera acudirá a la ComicCon de San Diego por no querer desvelar nada del futuro antes de conocer quien sobrevivirá y quien no a Thanos (aunque extraoficialmente se da por confirmada una secuela de Spider-man, el tercer volumen de Guardianes de la Galaxia, ya veremos con qué miembros, y una película en solitario de la Viuda Negra), aparte de que se sigue avanzando en el tema de la compra de Fox y la recuperación de los derechos de los mutantes y los 4F.
Tocará esperar. Tocará sufrir. Pero, sobretodo, tocará disfrutar. Porque algún día, en algún momento, cuando se recuerde el estreno de Infinity War, podremos decir aquello de: yo estuve allí.
Marvel ha hecho historia. Y nosotros con ella.

1 comentario:

  1. Excelente repaso al nuevo universo Marvel. Personalmente soy un amante de los cómics en general. Reconozco también que no soy muy marvelita. Pero sus films ganan de calle a lo que hace sus vecinos de DC. Aunque los films de superhéroes no me suelen gustar especialmente, hay alunas cintas que me entretienen mucho.
    Buen blog por cierto.
    Un saludo

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