jueves, 12 de marzo de 2015

EN TERCERA PERSONA (5d10)

Nueve años han pasado desde que Paul Haggis ganase el Oscar gracias a Crash y en ese tiempo apenas ha dirigido un par de películas bastante intrascendentes hasta llegar a esta En tercera persona que, por cierto, llevaba acumulando polvo en el cajón de la distribuidora desde el 2013. 
Como queriendo recuperar el esplendor perdido, Haggis repite el mismo esquema que en Crash, creando una trama coral con historias aparentemente sin relación entre ellas que terminarán confluyendo para dar sentido al conjunto y amparándose en un interesante –aunque en ocasiones desaprovechado- reparto.
En tercera persona es una película correctamente dirigida. Haggis sabe dónde poner la cámara en cada momento, imprime el ritmo adecuado a la acción (aunque quizá se exceda en la duración final) y consigue dar forma a su puzle mediante un montaje dinámico y efectivo que por momentos me recuerda (pese a no tener nada que ver ni argumental ni visualmente) al Atlas de las nubes de los Wachowski.
Sin embargo, algo falla en esta ambiciosa metáfora sobre el proceso de la creación  que pretende abordar diversos puntos de vista de las relaciones humanas sin que en ningún momento llegue a tocar la tecla justa. Haggis, más reconocido como guionista que como director, patina en la escritura de un libreto que resulta demasiado previsible (hay un “truco” final que yo intuí casi desde el primer minuto de la película) y cuyas subtramas resultan por momentos poco creíbles e inconsistentes.
Michael (Liam Neeson) es un escritor de éxito en pleno bloqueo creativo que ha abandonado a su mujer (Kim Basinger) por una novelista mucho más joven, Anna (Olivia Wilde) con la que mantiene un juego de poder en su retiro en París mientras intenta buscar la inspiración para su nueva novela. Julia (Mila Kunis) es una joven desequilibrada que lo dejó todo por su relación con Rick (James Franco) con quien ahora tiene una guerra abierta por la custodia de su hijo en común con la ayuda de su abogada Theresa (María Bello) en la ciudad de Nueva York. Scott (Adrien Brody) es un ladrón de diseños de moda que en una estancia de “trabajo” en Roma conoce a Monika (Moran Atias), una gitana que lo conducirá al peligroso mundo de la mafia rusa en un intento desesperado por recuperar a su hija, introducida ilegalmente en el país.
Tres historias aparentemente diferentes entre sí que terminarán confluyendo de una forma, en ocasiones, demasiado artificial y cuyo atractivo radica más en su visión como una extraña mezcolanza de situaciones muy bien entrelazadas por el montaje y la música que por su análisis individual, y cuya suma final termina resultando demasiado floja, haciendo que nos preguntemos qué es exactamente lo que el señor Haggis nos pretendía contar.
Entretenida y disfrutable durante su visionado, su tramposo desenlace facilitará que decaiga en reflexiones posteriores, invitando a que, tal y como le ha pasado a la propia distribuidora, la olvidemos en el acto. Y es que, si no fuese por el atractivo de su reparto (y eso que hoy en día resulta hasta extraño ver a Neeson sin repartir estopa), estaría condenada por oscilar demasiado entre la pretenciosidad moral y el vacío más absoluto.

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