jueves, 17 de diciembre de 2020

Reflexiones: LA AGONÍA DEL CINE (y no sólo por culpa de la pandemia)

Son malos tiempos para las salas de cine y para el mundo del espectáculo en general. Tras unos años convulsos de caídas en taquilla y tibias remontadas, gracias principalmente al efecto dominó de los grandes blockbusters, la situación parecía más o menos controlada hasta que, a principio de 2020 estalló la pandemia mundial que lo cambió todo.

Dejando un reguero de muerte e infectados con secuelas a su paso, los negocios, grandes y pequeños, están siendo daños colaterales, de los que los cines, por supuesto, no se libran. Puede que incluso, aunque no sepan o quieran llorar tanto como los restauradores, sean de los más perjudicados. Y eso que tras el primer cierre por el estado de alarma se reportó que con los controles rigurosos que estaban manteniendo, la incidencia de los contagios en las salas era de cero. Y aun así, ante la mal llamada segunda ola, fueron de los primeros a los que obligaron a volver a cerrar; en Catalunya, al menos.

Hago un inciso para explicar lo de la mal llamada segunda ola. Antes del verano, en ese impase extraño que hubo entre que el gobierno dijera que iba a mantener las playas, bares y chiringuitos cerrados hasta septiembre y la confirmación de un agosto relativamente normal, los grandes expertos sanitarios del gobierno y otras cabezas pensantes advirtieron del peligro de una segunda ola en octubre o noviembre, con el frío. Pero en vista de que ese frío apenas está llegando ahora, tras un otoño agradablemente cálido, yo siempre he sostenido que estábamos ante el coleteo de esa misma primera ola o un simple avance de la segunda. Y algo de razón debía tener cuando de repente se alerta de la tercera ola que llegará en enero (si no antes), causada por el frío y los excesos navideños, de la que no nos habían hablado en su momento, por más que fuese una cuestión de pura lógica.

Pero volvamos a los cines… Ya en su momento, cuando tenía ilusas esperanzas de que eso tan horrible denominado «nueva normalidad» (odio el simple concepto) fuese sinónimo de una relativa calma, me preocupé ante el cambio de costumbres de la sociedad. Tras tanto tiempo sin poder ir a cenar, a tomar una cerveza a una terraza o cambiar un espectáculo de cine o teatro por la serie que se acabara de estrenar Netflix, se corría el peligro de que la gente se acostumbrarse a ello, y aunque con la flexibilidad de las restricciones todos se han lanzado como locos a por las cervezas y las bravas, el cine sigue dando miedo. Una prueba más del país «cultural» en el que vivimos, por más que siempre lloren los mismos (igual el problema de los restauradores es que son demasiados y les gusta mucho mirarse el ombligo, ignorando que mientras ellos hacen servicios a domicilios o les amplían las terrazas sin coste adicional a su alrededor hay librerías (desesperadas sin su Sant Jordi salvador), locales de estética, tiendas de ropa que pagan un dineral por estar en un local de un centro comercial que no les permiten abrir, agencias de viajes y cientos de negocios más en los que nadie piensa porque mientras podamos tomar una cerveza en la calle todo va bien. Y luego la culpa será de Amazon, claro, que siempre es bueno culpar a alguien de lo que nosotros mismos provocamos.

Y en el caso concreto de los cines, habrá quien, en un ejercicio de cinismo, piense que no es para tanto, que al fin y al cabo son gente forrada de pasta y que a Hollywood ya le va bien un escarmiento después de las taquillas multimillonarias de productos como Endgame, Star Wars, Fast&Furious y demás. Ejercicio de cinismo, digo, porque parecen olvidar que la crisis del cine lleva a la quiebra a salas comerciales y deja en la calle a taquilleros, vendedores de palomitas y otros servicios de bar, empleados de limpieza, etc, amén de otros empleos colaterales como publicistas, todo el personal implicado en la elaboración de festivales… Y ya por no hablar de la propia producción cinematográfica, donde aparte de productores, directores y actores de sueldos generosos, está también los carpinteros, electricistas, decoradores, responsables de catering y así hasta casi el infinito…

El cine, a lo largo de su historia, ha pasado por diversas crisis, y más o menos las ha sabido capear: la llegada de la televisión, el vídeo doméstico, las descargas de Internet y, ahora, las plataformas de streaming. La diferencia con lo que sucede ahora es que anteriormente la industria estaba unida para combatir la amenaza de turno, pero, con la excusa de la pandemia (que ya veremos que no es la verdadera causante de la crisis que se avecina), el enemigo lo tienen en casa. Y es que las últimas maniobras perpetradas desde Warner pueden suponer un nuevo clavo en el ataúd del séptimo arte.

Vayamos por partes para analizar cómo empezó todo:

Con la aparición del Covid-19, que nos pilló a todos con el pie cambiado, los primeros en reaccionar fueron los de Dreamworks, que decidieron estrenar Trolls 2 directamente en streaming con muy buenos resultados. Una decisión polémica pero razonable, pues un producto infantil que se alimenta del recuerdo de la primera película no puede quedar en el dique seco mucho tiempo.

Algo parecido motivo que Atresmedia optar por ceder los derechos de distribución a Netflix de Ofrenda a la tormenta, la conclusión de la saga del Baztan que pese a que sus dos primeras películas se estrenaron el cine no tenía mucha lógica distancia en el tiempo Legado en los  huesos con su conclusión, más teniendo en cuenta la continuidad entre las mismas.

El tercer capítulo de nuestra historia lo firmó Disney, cuando tras tener que aplazar varias veces el estreno de Mulan, su película estrella para este 2020, terminaron por apostar una fórmula nueva: estrenarla directamente en su plataforma de Disney+ pero sumando a la cuota un importe adicional. El resultado, a nivel económico, es dudoso (hay tal baile de cifras que según a quien preguntes fue un acierto o un rotundo fracaso). Dudo mucho que, al menos en España, los datos fuesen muy halagüeños. Al menos en mi ambiente, donde hay muchos suscriptores de Disney+, nadie optó por el pago, decantándose por volver a los tiempos de las descargas ilegales, esperar a que pasaran un par de meses y estuviese disponible de manera gratuita o, simplemente, ignorarla, que tampoco es que la peli fuese para tirar muchos cohetes.

Es complicado saber cuál es la fórmula correcta, y yo mismo he elogiado a Netflix por hacer cosas parecidas (me refiero a lo de «robar» películas a las salas, no a cobrar por ello), llegando a recibirlo como «el Salvador del cine en época de pandemia», pero los estrenos de películas de Netflix y lo que quiere hacer ahora Warner es muy diferente.

Me explico: hay tres líneas a seguir en los estrenos de Netflix. Por un lado están las producciones propias que, por más que se pueda lamentar no ver en pantalla grande, son títulos que ellos han pagado, por lo que es razonable que no quieran consistir los beneficios con nadie. Además, y esto es muy importante, son películas que seguramente no se habrían podido hacer nunca sin la valentía de la plataforma (estoy pensando en Roma, El Irlandés, Historia de un matrimonio…) y, sobretodo, en la que todos los implicados eran plenamente conscientes de que estaban trabajando para un proyecto destinado a ser visto vía Internet. Y este detalle es el que hay que recordar cuando lo comparemos con Warner. Y enseguida llego a eso, lo prometo.

Las otras dos líneas de estrenos directos de Netflix son aquellas películas que nadie quiere (algunas con cierto fundamento, como The Cloverfield Paradox, otras más incomprensibles, como Aniquilación) o esas que, por culpa de la pandemia, siendo películas «menores», se habrían perdido, en el supuesto de que todo esto par algún día, en el maremagnum de estrenos que nos esperan en el 2021, con lo que títulos como Orígenes secretos se han visto, sin duda, beneficiados por la oportunidad.

Y en estas que llegamos al último capítulo de la historia. Ya he hablado largo y tendido de la «guerra entre superhéroes» que enfrenta, sobretodo, a Disney/Marvel con Warner/CD, demostrando que los que hablaban de una burbuja a punto de explotar no tenían ni idea de lo que hablaban.

Dos son las películas sobre las que se centraban casi todos los focos de atención (con permiso del ya cansino James Bond). Viuda Negra y Wonder Woman 1984. La primera parece tener asegurado su estreno en cine, más por cabezonería de Kevin Feige que de deseo de Disney, pero con la segunda han optado por el camino de en medio, una opción salomónica que, vista en perspectiva, puede ser la más inteligente. Se trata de estrenar a la vez (este mismo viernes, de hecho), en cines y en HBO Max (sin coste adicional), una medida triste pero necesaria para no seguir arrastrando un estreno que estaba previsto para principios de este año. ¿Cuál es el problema? Pues que de una medida desesperada provocada por la situación se ha pasado a una apuesta de futuro cómoda y que poco o nada tiene que ver con la pandemia en sí. Me refiero a la medida adoptada por Warner de hacer lo mismo con todos los estrenos previstos para el 2021. Eso significa que títulos como Dune o Kong vs. Godzilla se podrán ver directamente en pantallas de televisión (u ¡horror! en el móvil) de forma legal desde el primer día.

La polémica radica en que esta no parece ser una decisión ligada a la pandemia, sigo que esta es una mera excusa para enfatizar la guerra de plataformas que va a envolver a HBO Max y Disney+ en los próximos meses, una guerra en la que no se ha tenido en cuenta, siquiera, a amigos como Legendary, productora participante en las dos películas mencionadas, que ya ha amenazado con acudir a los tribunales.

Auguro malos tiempos para el cine, pero esta sensación catastrofista no es mía en exclusiva. Sé qué muchos dirán que los tiempos cambian y que hay que aceptar nuevas maneras de hacer y ver películas, pero la gran mayoría de cineastas y artistas (por no hablar de los grandes damnificados, las cadenas de distribución) han puesto el grito en el cielo, y el propio Christopher Nolan, el niño mimado de Warner, ha arremetido contra semejante despropósito.

Sé que no son buenos tiempos para el romanticismo, y por más que opine que el cine se debe disfrutar en el cine, con la magia de una sala oscura y en silencio y sin interrupciones, comprendo que esto, en el fondo, es un negocio. Y cada uno debe velar por sus intereses. Pero ni siquiera mirándolo desde ese punto puedo apoyar la decisión de Warner (yo mismo he llamado al boicot contra esta empresa en alguna ocasión), que supone un grave precedente y hace que uno se pregunte cuáles serán sus planes para 2022 en adelante. Porque no creo que, económicamente, haya sido una idea inteligente.

Es muy difícil valorar los beneficios que una película proyectada en streaming reporta a su creadora. Ya he comentado antes el debate que hay sobre la rentabilidad de Mulan (y también he opinado por aquí sobre su estrategia), mientras que nadie termina de comprender del todo como Netflix se puede permitir esos presupuestos multimillonarios, pero lo que está claro es que las plataformas nunca van a conseguir la relevancia del cine.

Pongamos un ejemplo. 6 en la sombra es una de las películas de mayor presupuesto del año pasado y puede que una de las películas más locas y divertidas de su director, Michael Bay. Y aunque es posible que la hayan visto muchos millones de suscriptores y haya sido un gran éxito para Netflix, no va a dejar ni de lejos la huella que dejó La Roca, La Isla o cualquiera de los Transformers del señor Bay. No digo con esto que me parezca mal no haberla podido ver en pantalla grande (una pena sí, desde luego), porque como ya he comentado, la diferencia es que tanto el director como Ryan Reynols y el resto de participantes en la producción sabían de ante mano donde estaban. No como todos los directores y actores que han trabajado en Warner este último año y que se sienten engañados con la decisión de limitar los estrenos en cine. Porque, con la multitud de plataformas y series de las que disponemos hoy en día, cada una de esas películas, a partir de la segunda semana de su estreno, no serán más que parte de un fondo de armario casi infinito que pasará desapercibido para la mayoría de usuarios, eliminando el concepto de película evento que todo el mundo tiene que ver sí o sí.

Luego está en quién va a querer trabajar en esas condiciones, más que por razones económicas. Netflix está recibiendo a lo mejor de lo mejor, con resultados dispares, pero al menos les ofrece una libertad total (a veces incluso contraproducente), lo cual puede atraer a muchos artistas, cosa que totalmente opuesto a las formas garrafas habitualmente en Warner.

La única nota positiva ha sido la manera de contraatacar de Disney, que parece que va a mantener la apuesta por el cine en el deseado 2021 y va a enriquecer Disney+ con multitud de series implicadas en los universos Marvel y Star Wars. De momento, con El Mandaloriano, la primera batalla la ha ganado sin despeinarse. A ver si con los anuncios de las nuevas películas galácticas de Patty Jenkins y Taika Waitiki y el hype que está despertando el multiverso de Marvel en Warner entran en razón y se reconduce la cosa.

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