¡Buff!
Qué increíblemente difícil es comentar esta película. Tanto es así que lo único
que se me ocurre es deciros que si no la habéis visto dejéis de perder el tiempo
leyendo esto y vayáis a verla. Porque esta es una de esas obras que, en lugar
de aconsejarlas o no, hay que debatirla. Así que, hacedme caso, vedla y luego
hablamos.

¿Qué
significa esto? ¿Estamos ante la mejor película del año? No, ni mucho menos.
¿Es, al menos, una obra majestuosa y brillante, de diálogos perfectos e
interpretaciones inolvidables? Pues tampoco, mire usted. ¿Entonces?
Entonces,
El Atlas de las Nubes es emoción, poesía,
amor por el cine y pasión por la imagen. Y por encima de todo, un prodigio del
montaje que no me cabe en la cabeza que no se llevara el Oscar directamente,
sin perder el tiempo con más nominados. Pero ya sabéis, en la Academia hay de
todo menos coherencia.
Explicar
el Atlas de las Nubes es tan difícil
como explicar lo que provoca. Se trata de seis historias (siete si contamos el
prólogo y el epílogo) que ocurren en diversos lugares y épocas que se conectan
entre sí por pequeños detalles, un momento, un sentimiento, una música… A
diferencia de la novela en la que se basa, estas historias no se nos presentan
de manera ordenada, ni siquiera se entremezclan con cierto orden al estilo de Pulp fiction o Vidas Cruzadas. Lo que nos vamos a encontrar es un collage
endiablado conde apenas dos segundos de una historia dará pie a dos segundos de
la siguiente, mezclándolas con enloquecedor frenesí sin tiempo para que un
diálogo o una voz en off que pertenece a un segmento finalice antes de diluirse
en el otro. Y esto está realizado con una maestría que no creía posible en los
hermanos Wachowski (que desde la hipnótica Matrix
no habían hecho nada que llamase mi atención como directores) que en este caso
se apoyan en la labor de Tom Tykwer (realizador de Corre, Lola, corre y El
Perfume) en un insólito caso de película rodada a seis manos, aunque viendo
las diferentes secuencias se puede intuir en que relatos ha tenido más peso
unos u otro.
No
contentos con semejante desafío, los Wachowski proponen un juego del Más difícil
todavía invitando a su fiesta a un puñado de actores a los que repartirán a lo
largo de diferentes épocas y lugares para que, con ayuda de un (generalmente) soberbio
maquillaje encarnen a diferentes personajes. Así Tom Hanks, Halle Berry, Jim
Broadbent, Hugo Weaving, Jim Sturgess, James D’Arcy, Doona Bae, Susan Sarandon
y Hugh Grant se reparten decenas de personajes algunos de ellos tan difíciles
de reconocer que nos quedaremos enganchados a los títulos de créditos en los
que se nos revela la identidad de cada uno, como la solución al final de un
libro de pasatiempos.
Las
historias narradas van desde el Sur del Océano Pacífico en 1849 hasta unas
islas Hawaianas postapocalípticas en el año 2321, pasando por Cambridge y Edimburgo
en 1936, San Francisco en el 73, Reino Unido en el presente y Neo Seúl en el
2144 (el apocalipsis, aquí llamado “La Caída” será en el 2215). En estas épocas
viviremos historias de amor y superación en tramas tan dispares como la de un
médico que trata de envenenar a su paciente para robarle sus pertenencias, un aspirante
a compositor musical, una periodista que investiga el peligro nuclear, un
veterano editor encerrado en un asilo contra su voluntad, una clon que trabaja
en un restaurante de comida rápida y termina encabezando una revolución por la
libertad y un cobarde miembro de una tribu masacrada por sus enemigos.
Situaciones aparentemente sin relación (ni coherencia) entre ellas pero que
terminan encajando como piezas de engranaje de un reloj suizo para conformar,
al final, en una historia épica, hermosa e hipnótica.
Regreso
al inicio de mi comentario: Vedla. Dejaos arrastrar por ella, permitid que os
atrape durante sus casi tres horas de metraje y, simplemente, disfrutadla.
Y
si no lo conseguís, ya sabéis… Un poco más abajo tenéis espacio para dejar
vuestros comentarios. Hacedlo si os atrevéis.