Nos
encontramos ante un thriller político que narra como un ex policía y ahora
detective (Mark Wahlberg) es considerado
casi un héroe pese a guardar un oscuro secreto que solo parece conocer el
alcalde (Rusell Crowe). No pasa nada, la buena relación es fructífera para
ambos hasta que llegue el momento en que el alcalde sospeche que su mujer (Catherine
Zeta-Jones) lo engaña con otro y
pretende entonces cobrarse la deuda que tenía pendiente. Hasta aquí se puede
contar, ya que se trata de uno de esos argumentos que esconden sorpresas en
cada curva del camino y que es mejor ir descubriendo poco a poco, aunque
tampoco es que sea totalmente imposible adelantarse a algunos giros de guion.
Dirigida
por Allen Hughes (que recientemente firmó El
libro de Eli), la película desprende realismo en su retrato sobre la
corrupción política y policial que puede recordarnos a títulos como Los amos del Brooklyn o Cuestión de honor. Con la sana intención
de reflejar la desconfianza actual que hay hacia la clase política actual, la
historia navega entra la intriga y el drama con acierto, apoyándose sobre todo
en sus intérpretes y en especial en el duelo entre Wahlberg (que parece haberle
tomado el pulso a este tipo de personajes) y Crowe.
Tiene
la película un punto de aroma clásico que si bien es interesante resulta a la
vez relativamente peligroso, pues quizá en caso de compararla con las obras de
los ochenta de Scorsese o Coppola sea cuando se muestren sus carencias. Sin
embargo, si nos olvidamos de comparaciones
nos dejamos seducir por un argumento por desgracia demasiado actual nos
podremos dejar atrapar por la basura que rezuman los ayuntamientos y el
descenso a los infiernos del protagonista, un hombre que lucha por ser honrado
pese a tenerlo todo en contra.
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