Permitidme
ir al grano: Un plan perfecto es una
divertida (por momentos tronchantes) comedia brillantes e inteligente dirigida
por un realizados sin demasiado renombre (Michael Hoffman) pero con dos genios
monstruosos tras el guion, los hermanos Coen, que sabe sacar muy buen partido
de sus actores, exprimiéndolos y aprovechando las principales cualidades de
cada uno. Empiezo así de directo porque estoy un poco cansado de escuchar y
leer tantas críticas despedazando a esta película (los señores del CSI son cada
vez más cansinos) y poniendo el grito en el cielo por el hecho de que se
resalte tanto en el cartel el nombre de los hermanos Coen, cuando ellos no han
hecho más que escribir el libreto a cuatro manos. Pues sí, señores, los Coen no
son más que guionistas, pero da igual. No se nota. Esta es, lo quieran o no,
una película de los Coen, y eso se aprecia en cada segundo de metraje. No tiene
la brillantez de Valor de Ley o No es país para viejos, por supuesto,
pero si la comparásemos con sus comedias más blancas, como Quemar después de leer, Ladykillers
o Crueldad intolerable sabríamos
reconocer aquí muchos de sus tics y señas de identidad. Lo que sucede es que
hay quien reniega de estas películas y solo quiere reconocer a los Coen más
catedráticos y serios, pero ese, señores, es un problema de ellos, no de Un plan perfecto, que aunque no sea digna
de acercarse siquiera a ninguna quiniela de los Oscars –como tampoco las otras tres
obras mencionadas- consigue exactamente lo que pretende, hacernos pasar hora y
media muy entretenida y con la constante sonrisa reflejada en el rostro.
Un plan perfecto narra cómo Harry Dean, más por venganza que por
codicia (que también), pretende estafar a su despótico jefe, Lionel Shahbandar,
vendiéndole una falsificación de Van Gogh, siendo fundamental en su retorcido
plan una sencilla y campechana tejana llamada PJ Puznowski a la que deberá
convencer para que colabore. Con el sencillo esquema de una película de estafas
y enredos, el mayor acierto del film es su casting, a priori disparatado. Colin
Firth (Dean) representa la seriedad y la flema británica, y parece casi
imposible imaginarlo como un tipo desquiciado y a menudo ridículo como es su
personaje en este título. Y ese es su mayor acierto. No es lo mismo verlo pasear
por el hall de un elegante hotel sin pantalones pero manteniendo su porte
elegante que si lo hiciese un cómico habitual al estilo Sander o Carrey,
mientras que con Cameron Díaz sucede justo lo contrario. La rubia actriz de
limitados registros y carrera en caída
libre, está aquí aprovechada al máximo, dando rienda suelta a su vis cómica y consiguiendo
ser todo lo encantadora y adorable que su papel requiere, consiguiendo enamorar
como no lo hacía desde los tiempos de La
Máscara. Por no mencionar ya a los siempre excelentes (y aquí especialmente
autoparódicos) Alan Rickman y Stanley Tucci, que ponen el punto necesario de
locura para que todo encaje a la perfección, no para ofrecernos una pieza
reflexiva y profunda pero sí para hacernos reír sin parar, que de eso se trata
esta vez.
Los
Coen saben perfectamente crear humor sin necesidad de recurrir a lo escatológico
del cacapedoculopis (nadie es capaz como ellos de mostrar una
bicicleta-vibrador como la de Quemar
antes de leer o mostrarnos a Rickman desnudo en su despacho y que en ningún
momento sintamos incomodidad), independientemente de que, en esta ocasión, no
sean ellos los que estén tras las cámaras.
Riámonos
sin prejuicios que, total, son cuatro días…
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