En
2008 Andrés Muschietti, con la colaboración de su hermana Bárbara compartiendo créditos
en el guion, dirigió un cortometraje de terror titulado Mamá sobre dos niñas que recibían en su casa a un aterrador
espíritu al que ellas identificaban como una figura materna. Cuando el
realizador y productor Guillermo del Toro lo vio quedó prendado por la angustia
y el horror que se transmitía en apenas tres minutos y decidió contactar con
Muschietti para proponerle convertir su obra en un largometraje. Y así nació la
película Mamá.
Desbordado
por la crisis económica Jeffrey llega a tal grado de desesperación que decide
que la muerte es la mejor salida a su situación, así que asesina a su esposa en
su propio domicilio y se lleva a sus dos niñas a una cabaña abandonada en el
bosque donde pondrá fin a sus vidas para luego acabar suicidándose. Pero algo
lo espera en aquel siniestro lugar que le impedirá ejecutar a sus niñas, protegiéndolas
como solo una madre podría hacer.
Tres
años más tarde las niñas son encontradas en un estado lamentable, malnutridas y
asalvajadas, pero vivas. Sin otro pariente vivo más que su tío Lucas (hermano gemelo
de Jeffrey) y su novia Annabel, las pequeñas son puestas a sus cuidados sin
sospechar que algo las acompañará en su regreso a la ciudad.
Este
es, a grandes rasgos, el inicio de mamá, una película aterradora donde la
calidad interpretativa de dos niñas soporta el peso de toda la película con (pocos)
momentos tiernos y (muchas) situaciones de verdadero terror. Dando una vuelta
de tuerca a la clásica historia de posesiones demoníacas, la empatía entre las
niñas y el espíritu al que consideran una madre otorga un grado de originalidad
a la historia de siempre, acompañada de un esfuerzo poco habitual en dotar de
personalidad a los personajes, en especial al de Annabel, una mujer independiente
y transgresora cuyo futuro inmediato no incluía el plan de convertirse en madre
y que deberá aprender no solo a enfrentarse a seres del Más Allá sino –quizá más
difícil aún- a la convivencia con dos niñas.
Nikolaj
Coster-Waldau continúa su avance lento pero seguro por Hollywood después de
despuntar en Juego de Tronos y tener
pendiente de estreno Oblivion (donde
secundará a Tom Cruise) mientras que el caramelo de la película recae en Jessica
Chastain, en un papel completamente diferente (tanto en lo físico como en lo
psicológico) al de La noche más oscura
y que le permite demostrar lo buena actriz que llega a ser.
Angustiosa
y aterradora, la principal pega que se puede poner a la película es la
sensación (como suele suceder con todas las historias que se adaptan a partir
de un cortometraje) de que se alarga demasiado el tema, que una idea que es
brillante para un corto resulta aquí estirada como un chicle, llegando a
resultar en algunos momentos cansina y debiendo recurrir a tópicos que
estropean el conjunto para rellenar tiempo.
Pese
a todo, la historia mete mucho miedo y la aparición final del espíritu (que
inquietante es Javier Botet, que ya nos aterrorizó como la niña Medeiros en la trilogía
de Rec) es espectacular, pudiendo
haberse creado un nuevo icono del terror a la altura de Jason o Freedy.
En
pocas palabras, para cagarse…
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