domingo, 23 de agosto de 2015

LA DEUDA (7d10)

Dirigida por Barney Elliot con claras reminiscencias al cine social de Iñarritu, La deuda es una alegoría de cómo funciona nuestra sociedad, regida por intereses económicos en beneficio del capitalismo y siempre a merced de los más poderosos, pero apuntando también con el dedo al débil que no dudará en aprovecharse para su propio beneficio cuando la ocasión le sea propicia.
Utilizando como excusa la deuda externa de Perú, objeto del deseo de los tiburones de Nueva York, la trama se divide en tres historias tan, a priori, diferentes como los problemas de una enfermera por conseguir cita para que operen a su anciana madre, la negativa de un campesino de Pampacancha de vender sus tierras a un lugarteniente del lugar que promete grandes beneficios y bienestar y la historia de un ejecutivo americano y su compañero de orígenes peruanos que tienen como objetivo comprar todos los bonos del país andino muy por debajo de su valor real.
Con un planteamiento interesante y una puesta en escena enérgica y atractiva, Barney Elliot, guionista y director debutante, comete el mismo riesgo que el mencionado Iñarritu en títulos como Babel o 21 gramos, donde el empleo de diversos argumentos pueda provocar que alguno de ellos chirríe en consonancia con los otros, tal y como sucede aquí con la historia ambientada en Lima, que pese a la importancia capital que tiene en la conclusión forzada y moralista que unifica los tres argumentos, es por si sola la más inconsistente e irregular.
Una de las mejores bazas con las que cuenta Elliot para su película es la recuperación de Stephen Dolff, bastante desaparecido últimamente, junto a la siempre interesante aportación de David Strathairm, además de la correcta interpretación de Alberto Ammann, la aparición breve de Carlos Bardem o la presencia de desconocidos pero cumplidores intérpretes oriundos.
Coproducida entre Estados Unidos, España y Perú, la intención de Elliott es exteriorizar el problema de la deuda externa peruana para hacerla universal, en un cuento en el que el malo no es el rico, sino el poderoso, demostrando que cualquiera puede ser egoísta en pos de su propio beneficio sin reparar en que cada acción tiene su consecuencia, lo cual es ya de por sí una loable intención, por más que a la postre el mensaje de redención quede algo maniqueista y forzado, lo que junto a una imagen (a mi entender) algo triste del país andino (echo de menos una mejor utilización de los paisajes, quizá con alguna panorámica algo más generosa que las que nos ofrece Elliot) deslucen el resultado final de la obra.

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