Aunque
mucho se ha hablado del retorno de Johnny Deep al “cine serio”, quiero empezar
mi comentario dejando clara una cosa: el verdadero protagonista del film es el personaje de Joel Edgerton. Es sobre él
sobre quien más se mueven las miradas y quien lleva el peso de la trama, por
más que el gánster al que da vida Deep sea el objetivo final.
Lo
que sucede es que Deep (con ayuda del maquillaje y, sobre todo, esas
inquietantes lentillas) hace una interpretación soberbia, de esas que nos
recuerdan porqué nos gustaba a todos tanto este actor antes de que dejase que
su carrera estuviese definida por personajes estrambóticos y ridiculescos,
siempre a caballo de los delirios de su amigo Tim Burton o las payasadas de su
otro colega Gore Verbinski (y las pocas veces que se salía de ese esquema era
para tomar decisiones completamente equivocadas que amenazaban con hundir
definitivamente su carrera). No sé si es exagerado hablar de Oscar por su
recreación de James 'Whitey' Bulger pero no hay duda de que él es lo mejor de
la película, consiguiendo transmitir una imagen de terror y repulsión con una
mirada fría y una sonrisa amenazante que evoca levemente a una amenaza casi
vampiresca.
Black Mass es la historia real de John Connolly, un joven agente
del FBI en el Boston de los años 70 que tiene la genial ocurrencia de aliarse
con un gánster de poca monta de su viejo barrio al que conoce de toda la vida
para, gracias a sus informaciones, conseguir derrotar a la mafia italiana.
Bulger, el gánster en cuestión, acepta a regañadientes, pero lo que en realidad
hace es beneficiarse de la carta blanca que le ofrece su colaboración con
el FBI para crear un imperio criminal a
la par que librarse de sus más inmediatos rivales en las calles, lo que pronto
lo convierte en uno de los criminales más buscados del país.
Lo
más destacado de la película es un reparto, lleno de caras reconocibles, que cumple
a un gran nivel. Sin embargo, el guion está demasiado lastrado por tener que delimitarse
a la historia auténtica lo que le impide, por ejemplo, tener un climax destacable,
a la altura de Bonnie & Clyde, Los intocables de Eliot Ness, etc.
Además, la ausencia de un verdadero héroe que se contraponga al villano dificulta
una posible implicación del espectador de la historia, que deberá aceptar la
película más como un documental sobre una parte de la historia reciente de
América que como un espectáculo de ficción. Como mucho, deberíamos conformarnos
con el personaje del hermano de Bulger, el senador Billy Burger, al que da vida
con su solvencia habitual Benedict Cumberbatch, uno de los pocos protagonistas
íntegros y de buenas intenciones pero demasiado secundario como para que nos
sirva de referente, mientras que Charles McGuire (supervisor en el FBI de Connolly)
o el nuevo fiscal Fred Wyshak (a los que dan vida Kevin Bacon y Corey Stoll,
respectivamente) tienen unos personajes demasiado poco aprovechados y que son
olvidados en la recta final. Más grave si cabe es lo que sucede con la mujer de
Bulger, interpretada por Dakota Johnson, que desaparece a mitad de la historia (aparentemente
lo abandona) sin que ello tenga consecuencias ni nada por el estilo.
Tampoco
es que la labor del director aporte demasiado. Scott Cooper es un realizador de
escasa experiencia (aunque su debut con Corazón
Rebelde fue ciertamente prometedor) al que el evento parece venirle grande.
Quizá acomplejado por la sombra que en este tipo de películas proyectarán
siempre Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, su película carece de alma,
limitándose a colocar siempre la cámara en el lugar más adecuado pero sin
imprimir de estilo o personalidad en ningún momento. Se podría decir de su dirección
que es tan correcta e impecable como sosa y apática, y eso termina contagiando
a la película, que está llena de altibajos rítmicos y cuyas más de dos horas de
duración se hacen algo aburridas.
Así
que estamos ante un retrato del Boston de fin de siglo lleno de claroscuros,
donde Deep es el rey en las sombras de una función tan coral como deslavazada en
el que falta garra y sentimiento y que por querer abarcar demasiado se queda
corto en muchos aspectos. Ni las personalidades de Bulger y Connelly terminan
de estar bien definidas ni las acciones del gánster consiguen hacernos creer
que fuese uno de los diez tipos más buscados por el FBI, justo por detrás
(hasta el momento de su muerte) de Osama Bin Laden.
Una
lástima, pues Deep se merecía mejor suerte en su retorno al buen camino con un
género en el que (aunque cueste recordarlo) se mueve como pez en el agua pero
cuya experiencia puede terminar resultando tan estéril como en el Enemigos Públicos de Michael Mann.
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