domingo, 27 de noviembre de 2016

ALIADOS: sospechas en tiempos de guerra.

Estamos ante una de esas películas en las que se habla más de lo que sucedió (o pudo suceder) durante el rodaje que de su calidad como obra, lo cual resulta publicitariamente beneficioso pero intelectualmente perjudicial. Cuesta enfrentarse ante esta película sin tener en mente la figura de Angelina Jolie  por más que no tenga participación alguna en la misma.
Igualmente, parece, por lo que se lee por ahí, que es imposible hablar de Aliados sin referirse a la mítica Casablanca de Michael Curtiz. Sí, realmente estamos ante una historia de amor que arranca en Casablanca en 1942, pero en cuanto avanza la acción las similitudes desaparecen hasta encontrarnos más cerca del cine de Hitchcock que de Curtiz. De lo que no hay duda es de que todo en Aliados rezuma a cine clásico, a añoranza de una época en que las historias tenían un ritmo pausado, el lujo detallista envolvía a los protagonistas y el amor imperaba por encima de la acción.
Robert Zemeckis es un gran director, quizá uno de los mejores que hay en activo, pero desde que su trabajo se centra en lo que podríamos denominar como cine “serio” no parece haber encontrado al guionista adecuado con quien trabajar. Olvidadas ya sus descacharrantes y divertidas aventuras de la época de Regreso al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabitt? o La muerte os sienta tan bien y su etapa volcada en el cine de animación por stop motion, Zemeckis no ha conseguido hacer todavía ninguna película que me convenciera por completo, encontrando carente de identidad el desenlace de El vuelo y la aburridilla El desafío.
El gran problema de Aliados es su historia, perpetrada por Steven Knight, que no termina de definirse hasta demasiado avanzada la película. Estamos ante la historia de Max y Marianne, un espía del ejército británico (aunque en realidad canadiense) y una miembro de la resistencia francesa. Juntos abordan la misión de asesinar a un embajador alemán y a unos cuantos nazis de regalo, y mientras lo hacen aprovechan para enamorarse. Tras esto la película se convierte en una historia costumbrista con Max y Marianne en Londres, casados y con una niña. Y es el tercer giro, cuando advierten a Max de las sospechas de que Marianne es en realidad una espía alemana, cuando de verdad arranca la historia. Y llevamos ya cuarenta y cinco minutos de película.
Afortunadamente, para contrarrestar esto, tenemos el enorme carisma de Brad Pitt y la eficaz ambigüedad de Marion Cotillard, la magnífica puesta en escena con un diseño de producción impecable y el estilo fino y elegante de Zemeckis tras las cámaras. Robert Zemeckis huye de la frialdad política que tenía la excelente El puente de los espías, de su amigo y mentor Steven Spielberg, para recrearse más con el detalle, regalándonos la vista con esos vestidos y peinados de la época, ese Londres de mitad de siglo y esa exquisita ambientación. Poco importa lo absurda que pueda ser la escena del sexo durante la tormenta de arena cuando está filmada con ese virtuosismo, o lo fuera de lugar que quede una estampa tan brutal y desgarradora como el parto bajo el bombardeo. Zemeckis rememora el cine clásico pero no renuncia a la tecnología más actual, aquella con la que siempre ha querido jugar, y ello justifica momentos como el del  avión derribado sobre Londres.
Al final, la historia resulta previsible y casi hasta irrisoria, pero da igual. Hay toda una secuencia (la de la cárcel) inverosímil por su situación, y no importa. Los secundarios están en muy segundo plano y quedan totalmente desaprovechados, pero es lo mismo. Aliados es el título perfecto para definir la alianza entre Zemeckis, Pitt y Cotillard, y sobre ellos tres, y nada más que ellos tres, gira todo.
Y si aceptamos esa única y sencilla norma, la película resulta deliciosa, interesante y tristemente dolorosa. Y supone, para mí, el mejor trabajo de Zemeckis desde la época de Contact.

Valoración: Siete sobre diez.

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