Tom
Ford, o bien es un tipo muy simpático, de esos que caen bien a todo el mundo, o
tiene mucha suerte. O quizá un poco de ambas. Ya en su primera película como
director y guionista, Un hombre soltero,
logró unificar un interesante cuarteto protagonista (lo que le ayudó a triunfar
entre la crítica y acumular un buen puñado de premios), pero en su segunda
película ha conseguido superarse logrando un casting verdaderamente
impresionante, por más que en la mayoría de los casos sean apariciones tan
fugaces que al menor descuido uno se las podría perder.
Animales nocturnos es esta segunda película en la que la crítica parece
haberse vuelto a volcar y que ya empieza a acumular también algún que otro
reconocimiento. Es, además, una película que ha llegado casi por sorpresa, de
la que no se ha hecho apenas publicidad ni se ha machacado con trailers
previos, con lo que es fácil entregarse a ella sin tener ni idea de lo que uno
se puede esperar. Este ha sido, al menos, mi caso.
Y
la película, inspirada en una novela de Austin Wright, arranca, hay que
reconocerlo, con imágenes impactantes, una de las escenas de desnudez femenina
más desagradables que puedo recordar y que, como poco, logra atrapar al
espectador como si del propio Nicolas Winding Refn se tratase. De hecho, en
varios momentos parece Ford querer parecerse a Winding Refn, igual que su
aparente sátira al mundo ecléctico y superficial del arte quiere parecerse al
de la moda que se muestra en The Neon Demon. Pero esas intenciones se desvanecen bien pronto cuando Ford apunta a
otra dirección, al thriller más convencional (y la arquetípica banda sonora así
nos lo quiere demostrar), planteando el típico juego de los espejos donde dos
historias se muestran en paralelo, una real y una ficticia, que se
retroalimentan la una de la otra.
Susan
Morrow es una influyente galerista de arte atrapada en una vida que no le
satisface con un marido casi siempre ausente que recibe, por sorpresa, el
manuscrito de su primer marido, un joven aspirante a escritor que por fin
parece haber cumplido su sueño. Susan se sumerge en la novela, una historia
rural y violenta sobre una familia que es atacada en una carretera solitaria de
Texas, reconociendo en ella los vacíos de su propia existencia.
El
lujo acomodado de Susan se opone a los paisajes áridos y abruptos de Texas en
un paralelismo que invita a pensar que estamos ante una obra reflexiva, una
metáfora sobre la pérdida y el deseo bienintencionada y de momentos visualmente
interesantes pero que fracasa en su premisa más básica: es insoportablemente
aburrida.
Desconozco
el material original de la novela en la que se basa, pero la adaptación es
aterradoramente fallida. La historia “ficticia” está plagada de tópicos y
diálogos bochornosos y no funcionaría ni como telefilm de domingo por la tarde
(que, por cierto, es a lo que recuerda), aparte de que no tiene ninguna
credibilidad como supuesta obra literaria. La historia “real” comienza a
deslucirse en favor a la novelada entorpeciendo aún más el ritmo con flashbacks
que nos muestran una tercera historia, la del momento en que Susan y Tony, ese
primer marido abandonado y futuro escritor, se conocieron, enamoraron y
separaron.
Para
dar lustre a estas dos insufribles horas de anodinas secuencias presuntuosas
pero vacuas Ford ha conseguido reunir a Amy Adams (en cartel con la también
reflexiva, pero en este caso inteligente y brillante La llegada) y Jake Gyllenhaal (acostumbrado a personajes incómodos
en películas difíciles como sus dos colaboraciones con Villeneuve, Enemy y Prisioneros o la brillante Nightcrawler)
como la pareja protagonista, aunque destaca también la presencia de Michael
Shannon, Aaron Taylor-Johnson y Armie Hammer. Otros nombres destacados, aunque
con una presencia efímera como comentaba al principio, son Isla Fisher, Laura
Linney, Jena Malone y Michael Sheen. Imagino que sobre el papel el proyecto resultaba
realmente estimulante. En la práctica, ni siquiera las interpretaciones logran
salvar la película, antojándoseme de las peores de los respectivos
protagonistas, alguno de los cuales roza el ridículo.
Cierto,
he escrito más arriba que la crítica la está aplaudiendo y premiando. ¿Se
trata, quizá, de que tenía un mal día o simplemente que la estoy tratando con
demasiada dureza? Bueno, en mi defensa debo señalar que, a tenor de los
bostezos y comentarios finales del resto de la sala, no. Nadie parecía más
contento que yo con esta patraña que no conduce a nada, no me invita a
reflexionar como entiendo que pretende y no me produce ningún sentimiento más
que el tedio total. Ni siquiera el ecléctico final me invitó a congraciarme con
Ford ni por un momento, por más que pretenda ser líricamente emotivo y cerrar
el círculo de heridas abiertas.
Valoración:
Tres sobre diez.
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