lunes, 5 de diciembre de 2016

1898. LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS. Héroes a su pesar.

No es que quiera hacer leña del árbol caído, pero después de la polémica de la semana pasada alrededor del boicot a La Reina de España (una película que por cierto rezumaba españolismo por todas partes) se estrena ahora un título bélico que esconde en su interior una feroz crítica a la defensa obsesiva e irracional de la bandera y la absurdez de matar (o morir) en nombre de esa cosa llamada Patria.
1898, los últimos de Filipinas recrea, con gran precisión y todo lujo de detalles, el Sitio de Baler, ese asedio que sufrió un pelotón del ejército español durante la insurrección de Filipinas y que los mantuvo acorralados en el interior de una iglesia durante 337 días, durante los cuales el mundo exterior continuó avanzando, la guerra entre España y Filipinas terminó, Estados unidos traicionó su alianza con la colonia asiática y los soldados sitiados ni se enteraron de todo ello. O no se quisieron enterar, más bien.
La película es una ficción que inventa algunos personajes, todos ellos soldados jóvenes, y elimina otros para narrar una historia dramáticamente real, donde los temores y la cabezonería de los militares al mando, el capitán Enrique de las Morenas y el teniente Martín Cerezo, respectivamente (ambos personajes reales, estos sí), provocaron y alargaron hasta la extenuación uno de los episodios más absurdos y crueles de la historia militar en España, al negarse a rendir la plaza pese a las evidencias de que la guerra había terminado. A medio camino entre héroes y locos, estos pobres desgraciados se enfrentaron a los ataques filipinos y a las enfermedades en un cautiverio desolador que no tendría por qué haber tenido lugar y luchando por un país en el que estaban empezando a dejar de creer.
Los últimos de filipinas es una expresión popular muy utilizada, aunque seguro que apenas hace un año muchos jovenzuelos de este país ignoraban el origen de la misma, por más que exista una película anterior (dirigida por Antonio Román en 1945) sobre la misma gesta. Sin embargo, el principal problema al que se debe enfrentar la película de Salvador Calvo (que debuta como director de cine tras una larga carrera televisiva) es la cercanía con dos episodios de la magnífica serie El ministerio del Tiempo que este mismo año reflejaba con brillantez esta misma contienda.
Posibles spoilers televisivos aparte (que por un lado restan emoción a lo que podemos encontrarnos en la pantalla grande pero que también puede servir como divertido complemento), 1898, los últimos de Filipinas es una excelente película, en la que el generoso presupuesto luce en cada segundo de metraje, ya sea en la recreación de esa selva filipina tan impactante (y que se ha rodado entre Gran Canaria y Guinea en lugar de en la isla de Luzón real) como en las violentas y desagradables escenas de guerra.
1898, los últimos de Filipinas recrea una batalla real sí, pero aprovecha también para hacer un discurso en contra del falso patriotismo y de las crueldades de las guerras, invitando a reflexionar sobre quiénes son los buenos y quienes los malos en cada absurdo enfrentamiento entre países por un puñado de tierra con menos valor que la sangre derramada. Filipinas bien podría ser el Vietnam español, y como tal la película me recuerda en su mensaje al Platoon de Oliver Stone o a cualquiera de sus retratos en contra de la política militar americana, aunque es evidente que Calvo ha revisionado también Apocalipsis Now, El Álamo y algún que otro título de Kubrick, cuyo espíritu flota en el ambiente. No sé si Fernando Trueba habrá visto esta película ni qué pensará de ella, pero tras su visionado uno podría plantearse si en caso de guerra uno también debería ir con el enemigo. Es más feroz la crítica al “Imperio español” de esta obra que cualquier discurso en alguna entrega de premios. Quizá por eso no está triunfando en taquilla como se merece, porque al español le gusta mucho insultar a su propio país, pero no permite que sea otro el que lo critica, prefiriendo taparse los ojos y tratar de reírse con patochadas como Villaviciosa de al lado en lugar de saber aceptar la realidad.
Pero Salvador Calvo no está solo en su propósito, y para que la película funcione el dinero y una estética impecable (¡que maravillosos planos cenitales!) no lo es todo, así que nada mejor que aliarse con un casting insuperable que une dos generaciones extraordinarias. Si por un lado Luis Tosar, Javier Gutierrez, Eduard Fernández, Carlos Hipólito y Karra Elejalde están fuera de toda duda y su grandiosidad se da por hecho, no es para nada desmerecedor el papel de los jóvenes, con un magistral Álvaro Cervantes que pisa cada vez con paso más firme y unos Patrick Criado, Miguel Herrán y Alexandra Masangkay que no se quedan atrás.
En definitiva, magnífica película que resulta tan emocionante y emotiva como didáctica, y a la cual el único pero que se le podría poner es su duración, algo excesiva.
Así se hacen las leyendas. Así se forjan los héroes… Así caen los imperios.

Valoración: Ocho sobre diez.

1 comentario:

  1. Puedo entender la comparacion con el Alamo, pero en absoluto con la guerra de Vietnam.

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