No
es que quiera hacer leña del árbol caído, pero después de la polémica de la semana pasada alrededor del boicot a La Reina de España (una película que por cierto rezumaba españolismo por todas
partes) se estrena ahora un título bélico que esconde en su interior una feroz
crítica a la defensa obsesiva e irracional de la bandera y la absurdez de matar
(o morir) en nombre de esa cosa llamada Patria.
1898, los últimos de Filipinas recrea, con gran precisión y todo lujo de detalles, el
Sitio de Baler, ese asedio que sufrió un pelotón del ejército español durante
la insurrección de Filipinas y que los mantuvo acorralados en el interior de
una iglesia durante 337 días, durante los cuales el mundo exterior continuó
avanzando, la guerra entre España y Filipinas terminó, Estados unidos traicionó
su alianza con la colonia asiática y los soldados sitiados ni se enteraron de
todo ello. O no se quisieron enterar, más bien.
La
película es una ficción que inventa algunos personajes, todos ellos soldados
jóvenes, y elimina otros para narrar una historia dramáticamente real, donde
los temores y la cabezonería de los militares al mando, el capitán Enrique de
las Morenas y el teniente Martín Cerezo, respectivamente (ambos personajes
reales, estos sí), provocaron y alargaron hasta la extenuación uno de los episodios
más absurdos y crueles de la historia militar en España, al negarse a rendir la
plaza pese a las evidencias de que la guerra había terminado. A medio camino
entre héroes y locos, estos pobres desgraciados se enfrentaron a los ataques
filipinos y a las enfermedades en un cautiverio desolador que no tendría por
qué haber tenido lugar y luchando por un país en el que estaban empezando a
dejar de creer.
Los
últimos de filipinas es una expresión popular muy utilizada, aunque seguro que
apenas hace un año muchos jovenzuelos de este país ignoraban el origen de la
misma, por más que exista una película anterior (dirigida por Antonio Román en
1945) sobre la misma gesta. Sin embargo, el principal problema al que se debe
enfrentar la película de Salvador Calvo (que debuta como director de cine tras
una larga carrera televisiva) es la cercanía con dos episodios de la magnífica
serie El ministerio del Tiempo que
este mismo año reflejaba con brillantez esta misma contienda.
Posibles
spoilers televisivos aparte (que por un lado restan emoción a lo que podemos
encontrarnos en la pantalla grande pero que también puede servir como divertido
complemento), 1898, los últimos de
Filipinas es una excelente película, en la que el generoso presupuesto luce
en cada segundo de metraje, ya sea en la recreación de esa selva filipina tan
impactante (y que se ha rodado entre Gran Canaria y Guinea en lugar de en la
isla de Luzón real) como en las violentas y desagradables escenas de guerra.
1898, los últimos de Filipinas recrea una batalla real sí, pero aprovecha también
para hacer un discurso en contra del falso patriotismo y de las crueldades de
las guerras, invitando a reflexionar sobre quiénes son los buenos y quienes los
malos en cada absurdo enfrentamiento entre países por un puñado de tierra con
menos valor que la sangre derramada. Filipinas bien podría ser el Vietnam
español, y como tal la película me recuerda en su mensaje al Platoon de Oliver Stone o a cualquiera
de sus retratos en contra de la política militar americana, aunque es evidente
que Calvo ha revisionado también Apocalipsis
Now, El Álamo y algún que otro
título de Kubrick, cuyo espíritu flota en el ambiente. No sé si Fernando Trueba
habrá visto esta película ni qué pensará de ella, pero tras su visionado uno
podría plantearse si en caso de guerra uno también debería ir con el enemigo.
Es más feroz la crítica al “Imperio español” de esta obra que cualquier
discurso en alguna entrega de premios. Quizá por eso no está triunfando en
taquilla como se merece, porque al español le gusta mucho insultar a su propio país,
pero no permite que sea otro el que lo critica, prefiriendo taparse los ojos y
tratar de reírse con patochadas como Villaviciosa de al lado en lugar de saber aceptar la realidad.
Pero
Salvador Calvo no está solo en su propósito, y para que la película funcione el
dinero y una estética impecable (¡que maravillosos planos cenitales!) no lo es
todo, así que nada mejor que aliarse con un casting insuperable que une dos
generaciones extraordinarias. Si por un lado Luis Tosar, Javier Gutierrez,
Eduard Fernández, Carlos Hipólito y Karra Elejalde están fuera de toda duda y
su grandiosidad se da por hecho, no es para nada desmerecedor el papel de los
jóvenes, con un magistral Álvaro Cervantes que pisa cada vez con paso más firme
y unos Patrick Criado, Miguel Herrán y Alexandra Masangkay que no se quedan
atrás.
En
definitiva, magnífica película que resulta tan emocionante y emotiva como didáctica,
y a la cual el único pero que se le podría poner es su duración, algo excesiva.
Así
se hacen las leyendas. Así se forjan los héroes… Así caen los imperios.
Valoración:
Ocho sobre diez.
Puedo entender la comparacion con el Alamo, pero en absoluto con la guerra de Vietnam.
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