domingo, 25 de enero de 2015

LA CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO (5d10)

En estos tiempos convulsos de desconfianza hacia las más altas esferas (y como muestra baste recordar la polémica creada en Cataluña con el documental Ciutat Morta o las suspicacias que ha provocado en Argentina la muerte de Alberto Nisman) es imposible encontrar más actual una película que relata de manera muy explicativa la investigación de un joven e idealista fiscal alemán que propició el mayor juicio de la historia de la República Federal Alemana por los terribles crímenes de muchos nazis que, finalizada la guerra, vivían tranquilos en el anonimato en una sociedad en reconstrucción ignorante de los horrores que sus propios padres acometieron.
En este sentido, resulta muy interesante la película no sólo por conocer la figura del fiscal Johann Radmann sino por comprobar lo ajenos que eran los germanos de las atrocidades que se cometieron en nombre de su bandera, convencidos de que las historias sobre los Campos de Concentración eran exageraciones inventadas por los aliados para aumentar la gloria de la victoria mientras que muchos de los componentes de las altas esferas parecen muy interesados en obstaculizar las investigaciones, bien porque ellos mismos pertenecieran al partido nacionalsocialista, bien por no querer reabrir las heridas de la guerra.
Sin embargo, pese a los esfuerzos del joven Alexander Fehling (cuya mayor aventura internacional fue su participación en Malditos Bastardos), la película no pasa de ahí, de ofrecer un interesante documento histórico que, más allá de su valor didáctico, poco aporta a la historia del cine, presentando una historia demasiado plana y complaciente que pese a querer imitar claramente el estilo de los thrillers judiciales americanos (incluso el protagonista parece una combinación entre el físico de Matthew McConaughey y el porte de Tom Cruise mientras que la dama del film es casi un calco de Keira Knightley) tiene el hándicap de ir siempre un paso por detrás del espectador, lo cual dificulta la buscada empatía con el ciudadano alemán de postguerra. Y es que por mucho que los protagonistas se asombren y escandalicen al descubrir los horrores que ocultaban las alambradas de Austwitch (increíble me parece que en 1954 ni siquiera hubiesen oído hablar del susodicho campo) cualquier espectador de a pie conoce de antemano los secretos que los protagonistas van a descubrir.
Con todo, resulta de elogio que la cinematografía alemana se mire a sí misma y no pretenda esconder las cicatrices de su pasado más reciente, descubriéndonos que, a pie de calle, el alemán común no es para nada un racista psicópata, sino seres humanos tan respetables como cualquiera ignorantes de los que un demente llamado Hitler había llegado a provocar, mientras que por otro lado pocos germanos habían libres de pecado tan solo una generación antes.
Ya conocemos de sobras los secretos que salieron a la luz, pero no está de más saber cómo se lograron destapar. 

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