domingo, 17 de julio de 2016

MI AMIGO EL GIGANTE: Un Spielberg sin alma.

Debo reconocer que en los últimos tiempos Steven Spielberg me tiene un poco desconcertado: Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio y War Horse me produjeron cierta indiferencia, Lincoln me pareció una de las películas más aburridas que recuerdo haber visto y El puente de los espías me entusiasmó hasta el punto de calificarla como uno de los mejores títulos estrenados el año pasado.  Claro que eso ya me viene de lejos, pues nunca he sido un devoto del otrora denominado Rey Midas de Hollywood y nunca entendí la fascinación de títulos como E.T.
El problema con Mi amigo el gigante, más allá de su calidad cinematográfica, está en que exige demasiado al espectador. Es una de esas películas que puede cautivarte (o no) desde el principio y que necesita que uno se deje llevar por la historia, que entre en ella a pies juntillas. Y supongo que yo, simplemente, no entré.
No puedo encontrar demasiados argumentos en contra de la película, el ritmo narrativo es correcto, los efectos digitales maravillosos y Spielberg sigue siendo un gran director, sabiendo poner la cámara siempre en el lugar adecuado. Sin embargo, tal y como me pasara con la adaptación del personaje de Hergé, una cierta desidia me invadía a lo largo del metraje de este cuento demasiado infantil sobre una niña secuestrada por un gigante con el que termina trabando una gran amistad.
Siendo Spielberg un gran conocedor del cine juvenil y de aventuras, quizá su defecto sea querer parecerse demasiado a las aventuras que narraba y producía en los ochenta cuando ese cine ya ha quedado atrás. Así, muchas cosas en la historia sin demasiado simplonas, demasiado superficiales e ingenuas incluso a los ojos de un niño (a no ser que el target al que va dirigida sea ridículamente pequeño), como demuestra la insulsa y breve batalla final.
Tampoco ayuda demasiado la ambientación, muy cuidada y detallada en su arranque, pero desconcertante a la hora de datarla. Puede que el problema sea mío, pero estaba convencido de que iba a ver una historia ambientada en un Londres clásico, casi propio de Dickens, con sus huérfanos y calles vacías al anochecer, y me quedé a cuadros cuando vi soldados de la reina con ametralladoras y helicópteros del ejército. Tampoco el humor, algo chusco en ocasiones (ejemplo: el momento pedos) termina de ir conmigo, habiendo preferido un tono más oscuro y gamberro. Creo que la historia requería más de un toque a lo Burton (pese a estar también en horas bajas) que lo que ofrece aquí Spielberg, que en su trama central, la correspondiente a los gigantes villanos, parece trabajar con el piloto automático, como si él mismo tampoco estuviese demasiado motivado por lo que está haciendo. De esta manera, no consigo simpatizar demasiado con la chiquilla protagonista, algo cansina en algunos momentos, tampoco me cae especialmente bien el amigo gigante (un personaje, por cierto, sin ningún tipo de desarrollo psicológico ni emocional), ni se espera siquiera que nos impliquemos con el resto de los personajes humanos (aparece por ahí, entre otros, Rebecca Hall, que no debía tener nada mejor que hacer ese día o que debió pensar que el nombre de Spielberg quedaría bien, incluso hoy en día, en su currículo).
Mi amigo el gigante no es un bodrio de esos que parecen interminables y que aburren hasta a las ovejas, pero tampoco me apetecería nada enfrentarme a un segundo visionado. Es una película muy justita que entretiene lo justo y que se puede disfrutar más por los momentos de inspiración visual (que tampoco son todos: la tierra de los gigantes tampoco es que esté muy currada) que por la historia en sí. No será el peor Spielberg, pero está lejos de ser el mejor. Y la decisión de apostar más por el público infantil, que ahora mismo está a otras cosas, que por el adulto le puede castigar en taquilla.
Podría llegar a recomendarla por el simple hecho de que es un Spielberg y eso siempre merece una oportunidad, pero sólo si no tienen nada mejor que hacer. Y viendo cómo está la cartelera en estos momentos, pues la verdad, menos es nada…

Valoración: Cinco sobre diez.

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