domingo, 17 de septiembre de 2017

DETROIT, otro oscuro episodio de la sociedad americana

Aunque la crítica en general parece haberse puesto de acuerdo en alabar a la última película de Kathryn Bigelow, no ha faltado la controversia alrededor de Detroit debido a los valores de las misma.
Aunque no soy especialmente fan de la directora de La noche más oscura, no cabe duda de que aquí hace un trabajo casi impecable, con un montaje prodigioso y una puesta en escena que, pese a lo que me pueda incomodar personalmente la cámara en mano nerviosa al estilo documental, aquí juega en favor de la narrativa y transmite en el espectador los nervios que viven los propios protagonistas. Ademas, sabe sacarle el máximo partido a sus protagonistas, en especial a un John Boyega que todavía no había logrado ningún papel destacable desde que se diera a conocer en Star Wars: El despertar de la fuerza.
Dicho eso, parece necesario hacer una reflexión sobre el transferido de la película, ya que Bigelow pretende hacer un retraso social y no estoy seguro de que lo consiga por completo. Y no solo porque la historia que cuenta sea una reinvención basada en testimonios no en los propios hechos (tal y como confiesa al final del film), sino porque parece demasiado encadenada a una corrección política que no llegue a enfadar a nadie, y por más que se disfrace de dedo acusador se cuida mucho de que nadie salga totalmente retratado. El sistema judicial, si acaso, aunque al final todos cumplen con su trabajo.
La película arranca con las revueltas de 1967 que sacudieron Detroit y provocaron grandes destrozos en barrios de negros y numerosos enfrentamientos con la policía que derivaron en verdaderas batallas. Sin embargo, Bigelow evita profundizar sobre el contexto para centrarse en una historia más personal, la de un músico y su amigo (ambos negros) que se encuentran en en lugar equivocado en el momento equivocado: un motel de mala muerte donde conocen a dos chicas blancas y en el que por culpa de un grupito de “pringados” que juegan con una pistola falsa terminan siendo asediados por la policía y en manos de un joven y sádico oficial. A partir de entonces, la película se asemeja más a un thriller con tintes de terror, a una home invasion en toda regla. Incluso entonces, Bigelow se cuida mucho de criminalizar a nadie, ni siquiera al policía Philip Krauss (personaje inventado pero inspirado en un amalgama de policías reales), que pese a parecer el verdadero demonio de la película queda ligeramente justificado en varios momentos (es un sádico, sí, pero lo cierto es que tal y como se muestra en la película su problema es que el asunto se le va de las manos sin poderlo controlar), y constantemente se muestran a personajes blancos ayudando y amparando a otros negros, algo que sin duda habría sido muy diferente de haber sido un afroamericano el director de la película.
Con todo, Detroit funciona perfectamente como película de suspense y drama social, como reflejo de una época complicada y como alegoría de que, incluso a finales del siglo XX, el color de la piel seguía siendo (y lo sigue siendo en la actualidad) determinante a la hora de interpretar la ley.

Valoración: Siete sobre diez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario