lunes, 25 de septiembre de 2017

LOS MISTERIOSOS ASESINATOS DE LIMEHOUSE, terror victoriano de vodevil.

Resulta una película altamente peculiar, esta Los misteriosos asesinatos de Limehouse. Con el español Juan Carlos Medina a los mandos y la actriz maría Valverde en el reparto, esta producción británica tiene un inconfundible aroma patrio, por más que no sea frecuente en la filmografía española (abonada siempre al cine de género) ahondar en el terror victoriano.
Con una oscura y sucia Londres como telón de fondo, Los asesinatos de Limehouse recupera el ambiente insano propio de personajes malditos como Jack el destripador para narrar una serie de crímenes cuyo asesino la prensa ha bautizado como “el golem”. John Kildare, un veterano policía que bien podría ser un refrito de Sherlock Holmes, se encarga de resolver el caso, entrando en una espiral de desconcierto y múltiples sospechosos como no podía ser de otra manera y entremezclando el asunto con la inminente ejecución de una mujer acusada de envenenar a su marido.
Con una ambientación sobria y el inteligente recurso de mostrarnos los diversos asesinatos cometidos por cada uno de los sospechosos, la película acusa un ritmo demasiado pausado, confundiendo con esa doble narrativa (durante muchos momentos la historia de la mujer y su vinculación -narrada a modo de flashbacks- con el mundillo del teatro es más destacable que los propios asesinatos), necesaria por otra parte para hacer creíbles los inevitables giros de guion que toda buena peli de este género debe tener.
Al final, el resultado es una propuesta interesante, algo descafeinada en su planteamiento (conozco las limitaciones de la época, pero que toda la investigación se centre única y exclusivamente en comparar la letra del asesino con la de los sospechosos me parece un poquito simplista), pero complaciente en su resurrección. Valvelde está correcta en su personaje, igual que Olivia Cooke, Eddie Marsan o Sam Reid, por nombrar a algún rostro conocido del reparto, pero quien realmente sostiene toda la película con su presencia y su interpretación algo más comedida de lo habitual es el excelente Bill Nighy, sobre quien recae todo el peso de la narrativa y que consigue, por si solo, que esta avance a buen puerto.
No es una obra redonda, y parte de ello la tiene la dirección algo titubeante de Medina, pero ofrece lo suficiente como para mantener a espectador intrigado y acompañar al policía en la búsqueda de respuestas.

Valoración: Seis sobre diez.

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