lunes, 26 de mayo de 2014

GRACE DE MÓNACO (6d10)

Si nos olvidamos por un momento de su pasado hollywoodiense y vemos a Grace Kelly tan solo como la protagonista de un cuento de hadas que tras casarse con su príncipe azul descubrió que los finales felices no existen y que las perdices no eran su plato preferido, embajadora de causas perdidas y obras de beneficencia varias y condenada a un desenlace trágico (con accidente automovilístico por medio) resulta inevitable encontrar similitudes entre su vida y la de Diana de Gales, por lo que es tentador pensar que esta Grace de Mónaco va a ser la otra cara de la moneda del insulso film de Oliver Hirschbiegel Diana.
Casualidad o no, ambas producciones están protagonizadas por las amiguísimas Nicole Kidman y Naomi Watts, que a la larga resultaron ser lo mejor de los respectivos films , y en ambos casos se contó con directores europeos con algún título notable en su pasado.
Afortunadamente, y sin que Grace de Mónaco sea una gran obra, las similitudes con Diana finalizan aquí. Cierto es que las dos películas se centran en un episodio concreto de la vida de las respectivas princesas cenicientas (bueno, en el caso de la Kelly no tan cenicienta, que tenía un Oscar en su haber y ofertas de hasta un millón de dólares por película) y el desencanto que la presión de la realeza causa en sus deseos e inquietudes es el motor de arranque de las tramas, pero mientras Diana se convertía en un pasteloso telefilm romántico aburrido y sin más interés que comprobar si milagrosamente iba a surgir en algún omento algo de química entre sus protagonistas, en el caso que nos ocupa hay una trama política como telón de fondo, con un juego de intrigas palaciegas más o menos reales que, cuanto menos, entretienen y ayudan a digerir mejor la historia de la joven y guapa actriz que no logra encajar en su nuevo rol.
Aunque el matrimonio entre Grace Kelly y el príncipe Rainiero no pasa por su mejor momento y parte de la trama consiste en averiguar si la pareja puede salir adelante o no, hay una subtrama de traiciones y un enrarecido ambiente de hostilidad que logran mantener la intriga del espectador, y aunque no voy a negar que Nicole Kidman enla gran estrella dela función alrededor de la que gira todo, el conflicto entre Rainiero y Charles de Gaulle acapara suficiente la atención como para adivinar que el director Olivier
Daham pretendía coquetear con una trama coral, a la que se apuntan un Hitchcock brillantemente interpretado por Roger Ashton-Griffiths que da cien vueltas a la pantomima del año pasado perpetrada por Anthony Hopkins y la pareja Aristotle Onassis/Maria Callas a los que dan vida Robert Lindsay y Paz Vega con corrección.

Y después tenemos a los inmensos Frank Langella y Derek Jacobi cuya presencia en un reparto convierten la película en imprescindible.
Quizá por evitar posibles demandas (la casa Grimaldi ha estado siempre en contra de esta película), el film comienza con un rótulo que reza, más o menos, que se trata de una historia de ficción basada en la realidad, y esto es el primer punto negativo de Grace de Mónaco, pues pone en duda su propia verosimilitud e invita al espectador a sentirse descolocado ante lo que va a contemplar. Así, el decisivo papel de la princesa ante la crisis con Francia puede quedar como simple anécdota cuando debería ser el plato fuerte del film y lo que defina al personaje, más allá del proceso de aprendizaje al que se somete para lograr integrarse en la sociedad, un aprendizaje tardío y difícil de entender si tenemos en cuenta que han pasado ya más de seis años desde el matrimonio y que fruto del mismo hay ya dos hijos monegascos.
Aunque el parecido físico no sea exactamente un calco, Tim Roth cumple con creces como Rainiero III y Kidman, aunque ni de lejos tan guapa como la Kelly original y con mucha más edad que su personaje, recupera el glamour que parecía haber perdido en los últimos años y seduce lo suficiente como para poderla imaginar como la rubia preferida de Hitchcock o la protagonista de Mogambo.
Grace de Mónaco no gustó en su paso por Cannes, pero habría que preguntarse si los abucheos son para su calidad artística o por la imagen que ofrece de los franceses. No voy a aplaudirla a rabiar hasta que me sangren las manos ni me pelearé con nadie por defenderla, pero personalmente la encontré entretenida e interesante. La parte histórica me ayudó a descubrir algunas interioridades de un país que es más que un Casino y un premio de Fórmula 1 y la personalidad de la actriz está bien definida, convenciéndome la metáfora de que la transformación a princesa debe ser visto como un papel más en su carrera.

Infinitamente superior a Diana, más entretenida que Hitchcock y posiblemente comparable con aquella simpática Mi semana con Marilyn con la que comparte muchos recursos, aunque aquí el glamour de Hollywood no pueda ser más que intuido.

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