domingo, 24 de enero de 2016

LA GRAN APUESTA: los días previos al apocalipsis financiero.

Desde que en el 2008 estallara la burbuja inmobiliaria que provocó una de las crisis económicas más devastadoras que se recuerdan, sobre todo por ser un problema prácticamente global, muchas han sido las películas que han llegado desde Hollywood tratando de explicar lo que pasó.
The Company men, Margin Call, el documental Inside Job o incluso El lobo de Wall Street pretendían dar pinceladas que ayuden a entender al ciudadano de a pie porqué los banqueros hicieron lo que hicieron y quién lo permitió.
La gran apuesta pretende ofrecer su granito de arena en tan complicado propósito, poniendo a los bancos en el punto de mira y tratando de esclarecer términos y conceptos casi imposibles de asimilar. Atravesando la cuarta pared en repetidas ocasiones, contando incluso con figuras internacionales (Selena Gómez, Margott Robbie o el cheff Anthony Bourdain, por ejemplo) hablando directamente a cámara para explicar algún palabro económico concreto, que en palabras del protagonista de la película (Jared Vennett, interpretado por Ryan Gosling), son un invento de Wall Street para que no entendamos una mierda.
La película es bastante coral, aunque el personaje de Gosling hace de narrador e hilo conductor. Junto a él se encuentran una serie de tipos fuera del sistema que detectan años antes el caos que va a acontecer y tratan de evitarlo, ya sea por cuestiones morales o con el fin de enriquecerse ellos mismos de la desgracia ajena. Creerse que las buenas intenciones de algunos en la vida real sean tal y como se describen en la película es decisión de cada uno.
La película adapta con ingenio el libro de Michael Lewis, una obra de no ficción, casi un manual de economía, que podría parecer imposible de adaptar y que Adam McKay hace francamente bien, consiguiendo aclarar muchas cosas con una punzante ironía que, sin llegar a recaer en la comedia pura, resulta cruelmente divertida. Y ya tiene narices que seamos capaces de divertirnos con una estafa tan enorme y que, de una manera u otra, nos llegó a afectar a todos (bueno, menos al presidente Zapatero, que quizá no se haya enterado aún de lo que pasaba).
Puede que una de las claves de la película sea la acertada elección de los actores, todos ellos a un excelente nivel, destacando el excéntrico y descontrolado Christian Bale, el ufano (cosa rara en él) Ryan Gosling, un renovado Steve Carrell (que parece querer volcarse en películas de carácter más serio, como demostró con Foxcatcher) o Brad Pitt, que acostumbra a reservarse un pequeño pero intenso papel en las películas que produce (aunque su aparición aquí es algo más generosa que su paseo por 13 años de esclavitud).
No está claro si la película simplemente aspira a ser un divertimento inspirado en lo que pasó o si tiene aspiraciones de panfleto acusador, pero el caso es que refleja bastante bien la sociedad de la época, los excesos, el mirar hacia otro lado y el silencio ante un escándalo que crecía hasta volverse imparable.
Siendo sincero (y quizá la culpa sea mía y sólo mía) no todo lo que explica me queda totalmente claro, y hay un momento que pierdo la perspectiva de la realidad con tantos bonos, emisiones de CDO, hipotecas subprime y triples A. Pero no importa. Donde no me llega la comprensión me llega la acción. Y al final, gracias al ritmo y a la interpretación, alcanzo a comprender el gran secreto de todo esto. Siempre pagan los mismos. Y, entre sonrisas y chascarrillos, el fondo de la película da mucho miedo. Porque la conclusión es que la culpa es nuestra y solo nuestra, porque no tenemos remedio.
La película no revela ninguna verdad oculta ni sirve para quitar ninguna venda de los ojos, pero señala con dureza y explica un desarrollo de acontecimientos previos a este profético “fin del mundo” que se digiere con la resignación con la que podemos recibir una patada en el estómago y encima sonreír.

Valoración: 8 sobre 10.

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