miércoles, 6 de enero de 2016

UNA PASTELERÍA EN TOKIO: Interminable receta contra la soledad.

Existen películas que, más allá de su demostrada calidad, necesitan de un cierto grado de empatía con su público para llegar a calar y emocionar. Este puede ser el caso de Una pastelería en Tokio, una obra japonesa de la directora Naomi Kawase, que está cosechando gran éxito de crítica por todos aquellos festivales por los que ha pasado.
Estrenada hace menos de dos meses en nuestro país en un círculo reducido, la película es un reflejo autobiográfico de la propia directora, más allá que esté basada en una novela de Durian Sukegawa, y con la excusa de una mujer anciana que quiere trabajar en una tienda de doriyakis refleja la soledad extrema de tres personajes buen diferentes entre ellos, tres generaciones distintas que deben enfrentare a sus propios fantasmas y que lograrán crear un vínculo muy especial entre ellos alrededor de esa pequeña tienda. Una enfermedad que la margina de la sociedad, los errores del pasado que lo acosan o la incomunicación familiar son los motores que ruedan esta historia cargada de simbolismo nipón por más que pueda tratarse también del trabajo más comercial de su autora.
Una cuidada fotografía (con esos cerezos, al principio en flor, que son casi un cuarto protagonista de la historia, representación cultural de la muerte y resurrección), los silencios y los juegos de miradas dan a la película un cierto tono zen que pretende explicar más con lo que calla que con lo que dice.
Y ahí es donde yo no conseguí entrar. La tediosidad con la que Kawase impregna a sus personajes ralentiza en exceso el ritmo de la historia, llegando a desesperar en algún pasaje concreto. En diversas escenas, principalmente llegando a su arco final, la película amenaza con emocionar, pero la languidez alargada del desarrollo no me lo llega a permitir, impidiéndome disfrutar como debería del mensaje crepuscular y sintiéndome tentado de mirar el reloj en demasiadas ocasiones.
Un drama intimista y melancólico que, más allá de su cuidada puesta en escena, requiere de un esfuerzo adicional por parte del espectador para poder lograr una simbiosis total. Y yo nunca pude ser parte del juego.
Y es una pena. Me quedo con la sensación de haberme perdido algo intenso. Aunque quizá, como se suele decir, no eres tú, Naomi, soy yo. ¿O es al revés?

Puntuación: 5 sobre 10.

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