domingo, 3 de enero de 2016

STEVE JOBS: Entre la ambición y la obsesión.

Resulta difícil entrar a valorar una película basada en la historia de un personaje real cuando el personaje le importa a uno más bien poco. Y más si tenemos en cuenta que hace apenas un par de años ya se estrenó una película basada en el mismo personaje y con un estilo relativamente similar (al menos en cuanto a lo de incluir datos de ficción para adornar la película y usar el truco de arrancar en la presentación de un producto de la compañía).
Es Steve Jobs una película, en apariencia, mucho más lujosa que aquella Jobspor la que el protagonista Ashton Kutcher ganó el Razzie como peor actor del año. No en vano tiene en sus filas a un director oscarizado como Danny Boyle, a dos protagonistas acostumbrados también a recibir premios y criticas elogiosas como son Michael Fassbender y Kate Winslet y a un guionista, Aaron Sorkin, considerado el número uno en su campo. Sin embargo, siendo Steve Jobs muy superior a  Jobs termina cayendo en el mismo error: la austeridad narrativa.
Encuentro muy loable huir del clásico biopic que detalla paso a paso las andanzas de un personaje y limitar los escenarios de la película a tres presentaciones en tres momentos muy diferentes de la vida del empresario, pero sin con Steve Jobs uno no terminaba de entender qué era lo que había hecho grande a este hombre, en Jobs se entiende aún menos. Casi parece como si en lugar de ser un distanciamiento al biopic que dirigió Joshua Michael Stern fuese una secuela, siendo necesario haber visto la primera película para saber un poco de que va el trabajo de Steve Jobs en esta segunda.
O puede que el problema radique en que pese a coincidir ambas en el difícil (casi despreciable) carácter del gran ideólogo de Apple, se quieran acercar a su figura con una sumisión que hace que la película solo sea disfrutable para aquellos seguidores acérrimos de la empresa de la manzanita, como si se diese por hecho que todo el mundo conoce ya al Steve Jobs empresario y solo se quisiera ahondar en el Steve Jobs persona.
Aceptando ese trago (y yo soy el primero que me importa un pimiento los logros de Apple, la calidad del Mac o todo lo que los fanáticos de la marca quieran alabar), lo cierto es que Steve Jobs permite al menos disfrutar de unas interpretaciones intensas, con un gran Fassbender dotado (como no podía ser menos con Sorkin por ahí) de brillantes diálogos, al que se termina humanizando en el último tercio de película y por el que (sin que dejen de presentarlo como un déspota engreído) podamos llegar a sentir cierta simpatía.
Sin tener ni idea de lo cerca que esta película esté o no de la realidad de Jobs, y no pretendiendo en ningún momento elaborar una tesis sobre Apple, la película de Boyle consigue mantener el interés del público durante todo el metraje, terminando por convertirse sobre todo en un estudio sobre las relaciones personales. Al final, lo que importa aquí no son los avances informáticos ni los éxitos empresariales, sino ver como se resuelven (o no) los conflictos entre Jobs y sus antiguos colaboradores, entre Jobs y su mano derecha y, sobre todo, entre Jobs y su hija.
La austeridad mencionada al principio, que obliga a que la gran mayoría de la película transcurra en interiores (dotándola de un sentimiento de claustrofobia hasta llegar a la escena final, lo cual me hizo pensar también en el Birdman de González Iñárritu) no es excusa, sin embargo, para una cierta apatía que he notado en el trabajo del director, que no logra imprimir en ningún momento ninguna impronta personal, como si se tratase más de un trabajo de encargo.
Con todo, si alguien tan alejado de las virtudes de Apple ha sentido interés por la historia humana que esconde la película, algo han debido de hacer bien. O eso creo.

Puntuación: 7 sobre 10.

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