sábado, 9 de marzo de 2019

VELVET BUZZGAW

Dan Gilroy es un interesante director y guionista que despuntó hace un par de años junto al actor Jake Gyllenhaal con la provocativa e incómoda Nightcrawler. Su siguiente película, Roman J. Israel, Esq., pese a tener representación en los Oscar del año pasado, dejó un sabor agridulce, llegando a decepcionar por su falta de provocación y su realización rutinaria, por lo que el autor ha vuelto a repetir con su actor fetiche para, de la mano de Netflix, crear Velvet Buzzsaw, una extraña película que ironiza sobre el mundo del arte y que, a medio camino entre la sátira y el terror, crea un extraño enigma alrededor de un artista fallecido y su herencia pictórica.
En su arranque, la película recuerda a una especie de Pret’a’porter trasladada al mundo del arte, algo así como la excesiva The Square, en la que todo parece resumirse en una reflexión crítica y muy paródica sobre los tejemanejes de los críticos de arte, los comisarios de las exposiciones de arte y los artistas, cada uno un demente ególatra y obsesivo rey de su propio mundo. Sin embargo, a medida que la trama avanza, las muertes comienzan a sucederse y nada parece tener sentido, como si de repente nos encontrásemos ante un film de terror con objetos poseídos por entes demoníacos. ¿Recuerdan ustedes como una prenda de vestir podía convertirse en un espíritu asesino en la no menos demencial In fabric? Pues a algo así, pero con más sofisticación y elegancia, juega Gilroy en Velvet Buzzsaw.
Con un interesante reparto (junto a Gyllenhaal se encuentra Rene Russo, Toni Collette, John Malkovich -parece que Netflix le está tratando bien, ya estaba en A ciegas- y Natalia Dyer -una de las estrellas de Stranger Things-), la película sabe conjugar con acierto el humor con el drama, la crítica social con el terror, y la intriga con el gore, en una combinación que, eso debemos tenerlo claro, no será del gusto de todos. Con una estética muy cuidada, Gilroy juega a algo muy peligroso, tan sutil que obliga al espectador a rendirse ante su propuesta sin contemplaciones. Esta no es una película experimental, pero finge serlo, y como tal, se debe decidir de antemano si se acepta entrar en ella a pies juntillas o no. La colección de personajes exagerados, manipuladores y soberbios que pululan por la historia no invitan a simpatizar demasiado con ellos y la trama, insufriblemente lenta al arranque, caótica en su conclusión, es tan perturbadora y surrealista que par algunos el peaje a pagar podría antojarse demasiado elevado.
Sin embargo, si se decide aceptar el juego y participar en la propuesta de un Gilroy más enfermizo de lo habitual, se podrá llegar a disfrutar de un título sin duda extremo y que solo se puede digerir como un ejercicio de auto parodia que, sin tomarse en serio a sí mismo, dispara con baja contra el mundo del arte. Casi como si Gilroy acusara a todos los implicados en el negocio del arte de ser esclavos del dinero y poco más, quién sabe si incluyéndose a sí mismo en el concepto.

Valoración: Siete sobre diez.

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