martes, 11 de junio de 2013

EL MENSAJERO (5d10)

El mensajero es una de esas películas que la gente va a ver casi sin querer, impulsados por la escasez de grandes estrenos (Iron man 3 y R3sacón continúan ocupando las grandes salas en espera del siguiente pelotazo gordo: El Hombre de Acero). Con una campaña publicitaria mínima lo que más puede atraer del film -apuesto a que la mayoría de los espectadores entran en la sala sin saber siquiera de que va- es el protagonista (no es casual que sea lo único que se resalta en el poster). Partiendo pues de esta base, cuando uno se aventura a ver una película de Wayne Johnson (lo de The Rock hay que guardarlo para una mejor ocasión) puede pensar que va a ver grandes peleas, puñetazos y diversión a partes iguales. Si además está acompañado por Susan Sarandon se puede presuponer un toque de calidad y si añadimos alguna cara conocida como Jon Bernthal (el amigo,  o no, de Rick en Walking Dead), pues mejor que mejor. Así que una vez vista la peli uno no puede evitarse preguntar: ¿cómo los han engañado para hacer esta película? En el caso de Bermthal es comprensible (aún debe dar gracias por oportunidades como esta), y Sarandon imagino que estaría dispuesta a aceptar cualquier papel que le permita interpretar un poco después del empacho de azúcar que le supuso La gran boda. Y la implicación de The Rock (por otra parte productor del film) solo puede entenderse como una declaración de intenciones del actor deseoso de demostrar que es capaz de interpretar personajes más complejos que los típicos cachas pegaleches del tipo Rey Escorpión o Fast & Furious o comedias infantiles y bochornosas como aquella del hada de los dientes cuyo nombre me niego a recordar o googlear siquiera. Sin embargo, el camino elegido no es el más acertado, no ya porque su interpretación sea mala, pues cumple con corrección,  sino porque el vehículo en cuestión no tiene el motor adecuado. Johnson interpreta a John Matthews, un acaudalado empresario del sector transportista que debe infiltrarse en una banda de narcotraficantes para conseguir sacar a su hijo de la cárcel. Una historia basada en hechos reales que si bien es lo suficientemente increíble como para funcionar como película pero a la vez con el punto de verosimilitud para podérnosla creer, tiene un cierto tufillo a producción televisiva que merece que la condenen a una sesión doméstica un domingo por la tarde. Además, la película quiere tocar tantos temas que no tiene tiempo de centrarse en ninguno. Hay un apunte insuficiente sobre lo injustas que son algunas penas de cárcel en comparación con otras, se denuncia el narcotráfico pero más como excusa argumental que como crítica social, y en cuanto a las motivaciones de los personajes, si bien el caso de Matthews queda muy claro (qué no haría un padre por defender a su hijo), hay a su alrededor un montón de secundarios con gran potencial (el empleado que interpreta Bernthal y su familia, la exmujer de Matthews, de la que apenas sabemos nada, su familia actual, cuyas consecuencias por todo lo ocurrido son simplemente olvidadas). Pero todo esto podría ignorarse si no fuera por un último,  y a la postre definitivo, elemento a analizar. Me estoy refiriendo a la labor del director Ric Roman Waugh, un verdadero incompetente que filma con torpeza y total carencia rítmica. Pero no solo debo criticar su mala labor, provocada posiblemente por su falta de experiencia y por un proyecto que le viene grande, sino su falta de planificación a la hora de decidir el estilo que quiere otorgar a su obra (de la que firma también el guion). Por momentos, con una cámara temblorosa y confusa, Waugh parece querer acercarse al estilo de falso documental, pero a medida que avanza el metraje coquetea con escenas presuntamente apabullantes con coches explotando y camiones volcando que reniegan del trasfondo dramático con que comienza la cosa. Todo ello regado con planos mal elegidos, transiciones erróneas y movimientos de cámara de aficionado.


En resumen, cinta que se deja ver si se dejan las grandes aspiraciones en la puerta del cine, con estériles esfuerzos de sus intérpretes por levantar la producción, que finalmente es demasiado prometedora para la televisión pero poca cosa para la pantalla grande.

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