El mensajero es una de
esas películas que la gente va a ver casi sin querer, impulsados por la escasez
de grandes estrenos (Iron man 3 y R3sacón continúan ocupando las grandes
salas en espera del siguiente pelotazo gordo: El Hombre de Acero). Con una campaña publicitaria mínima lo que más
puede atraer del film -apuesto a que la mayoría de los espectadores entran en
la sala sin saber siquiera de que va- es el protagonista (no es casual que sea
lo único que se resalta en el poster). Partiendo pues de esta base, cuando uno
se aventura a ver una película de Wayne Johnson (lo de The Rock hay que
guardarlo para una mejor ocasión) puede pensar que va a ver grandes peleas,
puñetazos y diversión a partes iguales. Si además está acompañado por Susan
Sarandon se puede presuponer un toque de calidad y si añadimos alguna cara
conocida como Jon Bernthal (el amigo, o
no, de Rick en Walking Dead), pues
mejor que mejor. Así que una vez vista la peli uno no puede evitarse preguntar:
¿cómo los han engañado para hacer esta película? En el caso de Bermthal es comprensible
(aún debe dar gracias por oportunidades como esta), y Sarandon imagino que
estaría dispuesta a aceptar cualquier papel que le permita interpretar un poco
después del empacho de azúcar que le supuso La
gran boda. Y la implicación de The Rock (por otra parte productor del film)
solo puede entenderse como una declaración de intenciones del actor deseoso de
demostrar que es capaz de interpretar personajes más complejos que los típicos
cachas pegaleches del tipo Rey Escorpión
o Fast & Furious o comedias
infantiles y bochornosas como aquella del hada de los dientes cuyo nombre me
niego a recordar o googlear siquiera. Sin embargo, el camino elegido no es el
más acertado, no ya porque su interpretación sea mala, pues cumple con
corrección, sino porque el vehículo en
cuestión no tiene el motor adecuado. Johnson interpreta a John Matthews, un
acaudalado empresario del sector transportista que debe infiltrarse en una
banda de narcotraficantes para conseguir sacar a su hijo de la cárcel. Una
historia basada en hechos reales que si bien es lo suficientemente increíble
como para funcionar como película pero a la vez con el punto de verosimilitud
para podérnosla creer, tiene un cierto tufillo a producción televisiva que
merece que la condenen a una sesión doméstica un domingo por la tarde. Además,
la película quiere tocar tantos temas que no tiene tiempo de centrarse en
ninguno. Hay un apunte insuficiente sobre lo injustas que son algunas penas de
cárcel en comparación con otras, se denuncia el narcotráfico pero más como
excusa argumental que como crítica social, y en cuanto a las motivaciones de
los personajes, si bien el caso de Matthews queda muy claro (qué no haría un
padre por defender a su hijo), hay a su alrededor un montón de secundarios con
gran potencial (el empleado que interpreta Bernthal y su familia, la exmujer de
Matthews, de la que apenas sabemos nada, su familia actual, cuyas consecuencias
por todo lo ocurrido son simplemente olvidadas). Pero todo esto podría ignorarse
si no fuera por un último, y a la postre
definitivo, elemento a analizar. Me estoy refiriendo a la labor del director
Ric Roman Waugh, un verdadero incompetente que filma con torpeza y total
carencia rítmica. Pero no solo debo criticar su mala labor, provocada posiblemente
por su falta de experiencia y por un proyecto que le viene grande, sino su
falta de planificación a la hora de decidir el estilo que quiere otorgar a su
obra (de la que firma también el guion). Por momentos, con una cámara temblorosa
y confusa, Waugh parece querer acercarse al estilo de falso documental, pero a
medida que avanza el metraje coquetea con escenas presuntamente apabullantes
con coches explotando y camiones volcando que reniegan del trasfondo dramático
con que comienza la cosa. Todo ello regado con planos mal elegidos, transiciones
erróneas y movimientos de cámara de aficionado.
En resumen, cinta que se
deja ver si se dejan las grandes aspiraciones en la puerta del cine, con estériles
esfuerzos de sus intérpretes por levantar la producción, que finalmente es demasiado
prometedora para la televisión pero poca cosa para la pantalla grande.
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