Lucas es un buen hombre
pasando una mala racha. Vive solo, su exmujer apenas le deja ver a su hijo y ha
cerrado la escuela donde trabajaba como profesor. Pero las cosas nunca son tan
malas como parecen. Encuentra empleo como cuidador en un colegio donde los
niños lo adoran, tiene extraordinarios amigos en el pueblo, su hijo se rebela
para poder venirse a vivir con él y conoce a una chica con la que podría volver
a sentir el amor. Su vida parece enderezar el rumbo hasta el fatídico día en
que Klara, la hija de de su mejor amigo,
confundida por la mezcla de amor y admiración que siente hacia él y que
su edad no le permite comprender la llevan a decir una pequeña e inocente
mentirijilla que la directora de la escuela interpreta como un caso de abuso
sexual por parte de Lucas. Se inicia entonces una verdadera caza de brujas
contra Lucas que amenazará con arruinarle la vida de sin posibilidad de vuelta
atrás.
Esta es la historia de La Caza, una producción danesa de Thomas
Vinterberg interpretada por Mads Mikkelsen con una sobriedad excelsa. Con
semejante temática habría sido fácil que director o actor se dejaran llevar en
busca del sentimentalismo fácil, pero la
frialdad de la película nos permite observar la historia desde lejos, sin
dejarnos manipular por sus realizadores, que optan por mostrarnos los hechos y
que el público decida entre arropar a un hombre inocente o justificar los actos
de aquellos que piensan que están protegiendo a sus niños. Por ello La caza es una película dura, pues si
resulta fácil denunciar un tema tan despreciable como la pedofilia aquí se
muestra el otro lado, el del acusado al que ante la supuesta gravedad de los
hechos se le niega la presunción de inocencia y sus más íntimos amigos pasan a
convertirse es justicieros depredadores dispuestos a darle caza.
Aunque la metáfora de la
caza sea quizás un recurso demasiado evidente lo cierto es que la película está
narrada con un buen ritmo, sin perderse en senderos secundarios que aborda pero
sin llegar a distraer de lo verdaderamente importante (la relación de Lucas con
una profesora, la aparición de su hijo...) manteniendo una tensión contenida
durante todo el metraje que impide que la película aburra pese a la ausencia de
acción (la escena en el supermercado es de las pocas excepciones) gracias en
parte a la gran labor del actor protagonista (habituado a personajes oscuros y
malvados, como el Le Chiffre de Quantum
of Solance, el Rochefort de Los Tres
Mosqueteros o el doctor Lecter de la serie Hannibal), que sabe reflejar en su rostro los diversos estados
emocionales por los que pasa su personaje: asombro, preocupación,
indignación, temor, odio... aunque el
verdadero descubrimiento del film es Annika Wedderkopp, que interpreta a Klara
en su primer papel en cine y que transmite una mezcla de vulnerabilidad e inocencia
que hace imposible odiarla (tanto al espectador como al propio Lucas) pese a
ser la detonante involuntaria del descenso a los infiernos del pobre profesor.
Interesante reflexión
sobre la condición humana y su facilidad para juzgar sin reconocer las
consecuencias.
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