jueves, 23 de mayo de 2019

JULIET, DESNUDA

Nick Hornby es un escritor británico cuyas oras suelen tener una dulzura peculiar, habiéndose especializado en historias sobre hombres y mujeres atrapados en sus sueños de la infancia o en busca de su propia identidad. Hollywood tiene una eficaz historia de amor con Horby, habiendo adaptado varias de sus obras, como en Niño grandeMejor otro día o Amor en juego, o incluso permitiéndole escribir sus propios guiones, caso de An education o Brooklyn, aunque seguramente la película más representativa de su obra sea, precisamente, la que más puntos en común tiene con Juliet, desnuda. Me refiero, claro está a Alta fidelidad, de Stephen Frears.
Como en aquella, también Juliet, desnuda versa en torno al mundillo de la música, con un melómano empedernido como protagonista. La diferencia radica en que no es sobre este sobre quien recae el peso de la acción, sino que el personaje al que da vida con solvencia Chris O’Down es más bien el percutor de la misma.
Duncan y Annie son pareja en un tranquilo pueblo británico donde prácticamente no tienen nada mejor que hacer que ser pareja. Es decir, que están juntos casi por conformismo. Son felices a su manera, él alimentando su pasión por un cantante maldito desaparecido del mapa apena empezar su carrera, llamado Tucker Crowe y que, por vicisitudes de la vida, termina convirtiéndose en amigo de ella. Y ahora es cuando sabemos más sobre el artista, sobre sus problemas para asumir la paternidad y su huida del mundo musical.
Juliet es el nombre de su mayor éxito, y Juliet, desnuda, una maqueta sin pulir del mismo, precisamente la canción que originará que Annie y Tucker se lleguen a conocer, coincidiendo con las horas más bajas de la pareja. Y esto es, en el fondo, Juliet, desnuda, una canción a medio pulir, una maqueta de lo que podría ser una gran película (los actores son de lo mejor del film) pero que se queda a medio camino. Resultona y de estribillo agradable, capaz de hacer sonreír y conmover (es una de esas comedias románticas más lacrimógenas que divertida, nada que ver, por ejemplo, con Casi imposible, aunque se agradece, al menos, que no se edulcore en exceso su final), que con el paso del tiempo se puede llegar a recordar con agrado, como cuando se tararea una melodía pegadiza, pero de la que seremos incapaz de recordar su letra.
Efectiva y simpática, funciona con la suficiente corrección como para hacer pasar un buen rato, pero deja la sensación de que se desaprovecha a sus actores y que la cosa habría dado para mucho más. Quizá habrían tenido que pulir más la maqueta antes de lanzarla al mercado.

Valoración: Seis sobre diez.

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