viernes, 25 de enero de 2013

DJANGO DESENCADENADO (8d10)

Django desencadenado (Jango, la D es muda) es la nueva película de Quentin Tarantino. Eso, por sí solo, debería bastar para saber de qué estamos hablando pues pocos autores son capaces de tener un universo personal tan definido como para considerar su simple firma como un ejemplo de género propio (Burton o Allen podrían ser otros ejemplos, cada uno en su estilo único), sin importar que en apariencia sea un thriller,  una película bélica o, como en este caso, un western.

Tarantino, un artista tan grande que ha conseguido hacer de la copia un arte, se inspira/homenajea en el spaghetti-western de Sergio Leone sin renunciar a ello a su sello personal, con diálogos brillantes y violencia extrema. Sin embargo, Django no es solo eso, sino que supone un paso adelante de su director,  un punto de madurez en una filmografía corta pero magnífica. Si estábamos acostumbrados al humor sagaz y corrosivo del director (y en Django hay mucho humor) esta película sobre la venganza, tema que ya utilizó en Kill Bill, oculta mucho más de lo que a simple vista podría parecer. Tras una primera parte a medio camino entre la roadmovie y la buddymovie donde se detallan las aventuras del esclavo liberado Django y el cazarrecompensas el doctor Schuzt recaudando dinero durante el invierno, la segunda parte se centra en sus esfuerzos para liberar a la mujer del primero, Brunilda (para el tercer acto queda la mencionada venganza). Y es en esta segunda parte cuando Tarantino, bajo ese disfraz de chistes y violencia aparentemente gratuita, se pone serio y nos regala algunas de las secuencias más duras de su carrera, en un alegato casi imperceptible pero que se grava a fuego en las retinas de los espectadores contra la esclavitud (escalofriante la escena de Brunilda encerrada en un pozo a pleno sol o Django apresado una vez descubiertas sus intenciones) con momentos de gran crudeza y sin un ápice de humor que casi llegan a herir a la vista, en contraposición al interminable tiroteo donde los chorros de sangre y las amputaciones marca de la casa provocan más carcajadas que otra cosa.
Tarantino no solo no es tonto, sino que ha mamado mucho cine. El suficiente, al menos, para saber cuáles son los cuatro pilares fundamentales en los que se sustenta una buena película. De tres de ellos se responsabiliza en persona: guion, dirección y música (con una selección que va desde el obligado Freedom de Anthony Hamilton hasta temas de hip-hop de RZA pasando por el Django de Rocky Roberts o por diversos temas clásicos de Ennio Mornicone), pero dejando el aspecto interpretativo (salvo por un breve cameo) en manos seguras. Jimmy Foxx compone un creíble y sufrido Django (en una interpretación de esas que para ser convenientemente valorada deberíamos escuchar en su versión original) y un Christopher Waltz brillante, que con un personaje sobre el papel muy parecido al de Malditos Bastardos consigue darle un cariz totalmente diferente, haciendo entrañable a alguien que mata por dinero. Pero especial atención merecen los villanos, con un superlativo Leonardo DiCaprio (¿para cuando un Oscar, por Dios?) que consigue seducirnos con su personaje en una escena y nos provoca odio en la siguiente, componiendo a un malvado cruel y sádico (como ejemplo está el divertimento que le supone la pelea de mandingos) pero con un punto de ternura e inocencia que se encarga de ocultar su Pepito Grillo particular, el verdadero monstruo de la historia, interesado, egoísta y traidor hacia su propia raza, un asombroso y genial Samuel L. Jackson que bien podría haber logrado el dudoso mérito de interpretar a unos de los personajes más asquerosamente despreciables de la historia del cine.
Y como a Tarantino siempre le ha gustado contar con amiguetes, mucha atención a la secuencia que comparten Don Johnson y Jonah Hill.

Sería difícil decretar si es su mejor trabajo (aunque desde luego a la altura, como mínimo, de Pulp Fiction o Malditos Bastardos), ya que un exceso de metraje debido a un final algo alargado (la historia decae cuando los personajes de Waltz y DiCaprio salen de escena) y un uso algo abusivo de hemoglobina afean el resultado, que pese a ello continua siendo brillante. Tal y como Tarantino nos tiene malacostumbrados.

2 comentarios: