domingo, 15 de mayo de 2016

ESPÍAS DESDE EL CIELO: Espionaje moderno

Ya en la época de la Guerra Fría y, sobretodo, a raíz de la Crisis de los Misiles se puso muy de moda la expresión de que las guerras ahora se desarrollaban en los despachos. Hoy en día esa afirmación es una aterradora verdad y Espías desde el cielo es la mejor prueba de ello.
Cuando una operación de vigilancia y extracción a un grupo terrorista en Nairobi cambia repentinamente cuando a través de un dron controlado a distancia el gobierno británico descubre que se está planeando un atentado con chalecos bomba. La situación exige una respuesta inmediata, pero las trabas jurídicas y burocráticas y la necesidad de reducir los daños colaterales ralentizan todo el proceso.
Este es el punto de partida de Espías desde el cielo, en la que el intento de asesinato de algunos de los terroristas más buscados se puede producir desde una habitación cerrada desde donde los dos pilotos controlan el dron. Cuando una niña que vende pan se coloca en la zona de impacto el piloto se negará  a efectuar el disparo si no se recalculan los daños colaterales, y así da comienzo el debate extensible al propio público: ¿es lícito eliminar una vida inocente con la supuesta posibilidad de salvar las de muchas más?
Con este planteamiento Espías desde el cielo, pese a contener ataques de un país a otro, misiones de espionaje, mandos militares dando órdenes, soldados ejecutándolas y misiles apuntando, es más que una simple película bélica transformándose casi en un film de suspense, una historia a contrarreloj cargada de tensión donde urge tomar una decisión.
El gobierno, el fiscal, los servicios jurídicos, los aliados… todos se pasan la pelota incapaces de tomar una decisión no sólo amparada por la simple duda humanitaria de matar a una niña por un bien mayor, sino por el egoísta instinto de autodefensa. Una frase referida a los medios de comunicación define el conflicto: “Si ochenta personas mueren en un atentado, los malos son los terroristas; si muere una niña por evitarlo, los malos somos nosotros”. O algo así.
Con una relativa sencillez en su puesta en escena (sencilla pero eficaz, una agradable sorpresa ya que estamos ante Gavin Hood, el director de la desastrosa X-Men  Origenes: Lobezno y la fallida El juego de Ender) y unas interpretaciones a la altura de lo esperado debido a lo glamuroso de su reparto (Helen Mirren, Aaron Paul, Berkhad Abdi, Ian Glen o el propio Hood), la película es también la despedida de un gran intérprete, Alan Rickman, que dejando de lado su voz en Alicia a través del espejo nos ofrece aquí su último trabajo fílmico.
En resumen, una película intensa, inteligente y emocionante que plantea un debate muy real y actual y lo comparte con el espectador para que siga buscando respuestas una vez finalizado el film, planteado de una manera que evita con fortuna el maniqueísmo o la moralina barata.

Valoración: Ocho sobre diez.

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