martes, 17 de mayo de 2016

LA BRUJA, inquietante recuperación del mito.

Cuando parecía que ya no cabría un hilillo de esperanza por el cine de terror llega el señor Robert Eggers y debuta en el mundillo del cine con esta angustiante película para nada convencional que sin duda dividirá a la afición, haciendo que muchos se rindan ante su aterradora visión de la Nueva Inglaterra del S. XVIII mientras otros tantos odien la película y su abrupto final.
La Bruja no es, desde luego, terror al uso. No busca Eggers sustos fáciles con primeros planos repentinos y manipulando al personal con subidas aleatorias del volumen de la música. Él prefiere cocinar la historia a fuego lento, dejar que sea el propio espectador quien se inquiete ante lo que está sucediendo, aún sin saber a ciencia cierta si lo que se ve en pantalla es real o producto de la imaginación de sus protagonistas.
Una familia puritana es expulsada de su colonia por las diferencias del padre de familia con respecto a la iglesia del lugar y deben apañárselas para vivir de una tierra árida aislados de todos y a escasos metros de un tenebroso bosque. La desaparición del bebé de la familia les hará sospechar de la presencia de una bruja oculta cerca de ellos, pero sucesos posteriores les inducirán pensar si no será uno de ellos el responsable de todo el mal que les corroe.
Centrándose en una fe que raya el fanatismo pero que no por ello rehúye de las mentiras y de cierta hipocresía, La Bruja posee una atmosfera insana jugando con elementos tan útiles como las canciones de los hijos mellizos o las tímidas miradas lascivas del pequeño Caleb a su hermana Thomasin, verdadero centro de interés el film.
Con una muy cuidada ambientación y una música que trasmite toda la soledad y la desesperación de los áridos campos de cultivo (filmados en realidad en Canadá), es la joven protagonista, Anya Taylor-Joy, quien brilla con luz propia. Con apenas veinte años, esta jovencita de Miami pero de origen argentino prácticamente debuta en la pantalla grande, aunque se le acumulan ya los proyectos. Sin duda su interpretación de Thomasin, una chiquilla asustada pero de rabia acumulada, una especia de Lolita colonial, es de lo mejor del film y merece todos los elogios que se le puedan hacer, aunque en realidad nadie del mínimo reparto parece estar de más y todos forman una familia homogénea y maltratada, tanto por las circunstancias como por ellos mismos.
No es terror al uso, insisto, y muchos se van a sentir decepcionados. El truco está en dejarse llevar por la historia, en aceptar el juego que Eggers propone y quedar atrapados por las redes el fanatismo y la obsesión que, a la postre, es lo que provoca el verdadero temor, más allá de los entes sobrenaturales o las brujas en las que, según se dicen, se han basado para esta historia.
Perturbadora, inquietante y malsana. Pero a la vez, deliciosa.

Valoración: Siete sobre diez.

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