sábado, 2 de febrero de 2019

LA CASA DE JACK

Siempre resulta complicado acercarse a los mundos propuestos por Lars von trier, uno de los directores más polémicos (tanto a nivel profesional como personal) cuyas obras suelen ser odiadas y amadas por igual, pese a la irregularidad de sus propuestas.
Poco después de firmar uno de sus mejores trabajos con Melancolía (y volver a caer con Nynphomaniac) y estar en el ojo del huracán por sus declaraciones afirmando que simpatizaba con Hitler, Lars von Trier presenta una película hiperviolenta sobre un asesino en serie con el que es difícil lograr el más mínimo ápice de empatía. Es. Precisamente, esa falta de construcción moral, de mínima justificación hacia sus actos, lo que más ha molestado a sus detractores, que ven al Jack de la película como un promotor de violencia gratuita, una violencia que escandalizó en el pasado festival de Cannes y que fue considerado por muchos como demasiado extremo y desagradable (más si contamos que entre sus víctimas se encuentran niños).
A mi modo de entender, hay dos maneras de interpretar la película, y en ambas quedé suficientemente convencido. Por un lado, tenemos una historia de violencia relativamente clásica (hasta llegar al acto final), sobre una mente enferma, pero calculadora que no puede evitar ceder ante sus instintos más salvajes. Aquí Matt Dillon, un gran actor, pero sin esa gran película que defina su carrera, está soberbio, consiguiendo una interpretación impactante a la vez que contenida, sin caer en histrionismos ni sobreactuaciones a las que su personaje podría invitar. Además, Lars von Trier lo que en realidad parece plantear es, en realidad, una comedia muy negra, y secuencias como la de Jack en la furgoneta analizando una y otra vez las manchas de sangre que podría haber pasado por alto tras su último asesinato me parecieron de lo más divertido que he visto en bastante tiempo.
Por otro lado, se podría pensar que todo esto no es más que una metáfora, un autorretrato del propio Lars von Trier en el que analiza su propia filmografía, su relación asesina con la crítica. Él mismo es, en realidad, ese asesino de mujeres, ese maltratador con trastorno obsesivo compulsivo, que se enfrenta a su propia verdad en busca de una redención que sabe que no va a conseguir y que le lleva, inevitablemente, a un descenso a los infiernos absolutamente literal.
Es La casa de Jack una película de horror y violencia, pero es también una película sobre el arte en todos sus sentidos, convirtiendo al criminal el artista y presentando una galería de obras que van desde las propias representaciones con las víctimas hasta los pasajes pertenecientes al viaje final del protagonista, siendo la representación de La barca de Dante, de Eugene Delacroix, el momento cumbre.
Lars von Trier no reniega de sus referentes, y si para la construcción de su Jack recurre a una mezcla de asesinos reales (desde Ed Gein hasta Ted Bundy) y ficticios (Jack el Destripador y Hannibal Lecter están también ahí), pero hay también mucho de Poe, del humor negro de los Coen de Fargo o del Mary Harron de American Psycho, el absurdo retorcido de films como Saw y, por supuesto, de la Divina comedia de Dante. Y hay mucha reflexión interna, quizá para justificar sus actos o, tal vez, para reincidir en ellos. El creador, el autor, es un asesino, un francotirador, y en esta película Von Trier dispara con bala, responde a las críticas de misoginia reflexionando en el debate interno del protagonista sobre si todas las mujeres (o al menos todas las que él mata) son estúpidas, y se burla de sus meteduras de pata nacistas poniendo a Bruno Ganz (el Hitler de El Hundimeinto) como voz de la conciencia de Jack (o quizá su ángel vengador, cada uno decidirá) y hablando sobre el arquitecto del III Reich Albert Speer con imágenes del Holocausto de fondo.
Lars von Trier no pide perdón. Se defiende contraatacando. Y si bien su discurso pueda resultar algo obvio (no es una metáfora tan compleja como la que planteaba Aronofsky en Madre!, por ejemplo), no se puede dudar que estamos ante una interesante propuesta, no apta para todos los estómagos (y no solo por sus escenas de violencia), pero que se acerca bastante a la obra maestra.

Valoración: Ocho sobre diez.

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