Aunque
no sea culpa dela película original, sino de su traducción al español, el
título del film que voy a analizar hoy es una muestra del nivel de originalidad
que vamos a poder vislumbrar en pantalla. Nos encontramos ante una nueva comedia
disparatada de adolescentes, donde una noche de juerga termina con resultados
imprevistos, adornada con vomitadas a cámara lenta, culos, chistes
escatológicos, alguna teta y más culos (¿es una nueva moda que en este tipo de
pelis los chicos acaben siempre en pelotas? ¿de verdad eso es tan divertido?). Sin
embargo, esta vez, en lugar de copiar los esquemas clásicos de American Pie y similares, con el arte de
la fornicación post-acné como telón de fondo nos encontramos con un calco,
abusivamente descarado, de Resacón en Las
Vegas, con la única licencia de rebajar ligeramente la media de edad de los
protagonistas. Y es que no en vano los directores (que debutan con esta obra en
tan nobles tareas) y guionistas son los mismos que escribieron a cuatro manos
los tres capítulos de la mencionada saga: Jon Lucas y Scott Moore.
Como
en aquella, la película comienza con las consecuencias para Casey (Skylar
Astin, un actor que lleva pululando por ahí desde el 2008 y que de lo mejor que
puede presumir en su currículo es de tener un cierto aire a Mario Casas) y
Miller (Miles Teller, que ya deambulaba en aquella otra obra maestra del cine
para adolescentes con problemas mentales llamada Proyecto X) de una noche loca. Lo único que sabemos de ellos es que
caminan desnudos por el campus de una universidad, con unas letras gravadas a
fuego en una de sus nalgas enrojecidas y con sendos calcetines ocultando la
parte más ¿noble? de su anatomía. Damos un salto en el tiempo hasta la víspera
anterior y empieza entonces el relato de lo sucedido esa noche hasta terminar
en tan grotesca situación. Como veréis, el mismo esquema de Resacón, pero con la mitad de gracia.
La
noche en cuestión Casey (un chico formalito y con responsabilidad, la versión
imberbe de Bradley Cooper) y Miller (irresponsable, inmaduro, inconsciente,
vamos, como Zach Galifianakis pero sin barba ni barriga) van a casa de Jeff Chang (Justin Chon, salido de la saga Crepúsculo), la tercera pata de la
silla, el amigo al que no veían en mucho tiempo, para celebrar con él –incluso
a su pesar- su veintiún cumpleaños, prometiéndole que lo devolverían a casa
sano y salvo y a una hora adecuada, ya que al día siguiente el joven
cumpleañero tiene una importante entrevista de trabajo. Naturalmente, no son
capaces de cumplir su promesa ya que Jeff termina completamente borracho y
ninguno de sus dos amigos tiene ni la más mínima idea de dónde está su casa.
Comenzará entonces una carrera contrarreloj para descubrir la dirección maldita
que los llevará a enfrentarse a toda una hermandad de latinas, ser perseguidos
por un búfalo, enemistarse con un chulito universitario, Randy (Jonathan Keltz,
en cuya filmografía figuran títulos como Fin
de Curso o American Pie: Fraternidad
Beta, ya veis por dónde van los tiros, ¿no?), participar en un tiroteo,
robar un coche, superar una serie de pruebas en otra hermandad universitaria…
Toda una serie de dificultades que insistentemente siguen recordando a Resacón mientras al inconsciente Jeff le hacen mil y una perrerías (como al Stu que interpreta Ed Helms, aunque
cuando recupera la consciencia se desmelena recordando también al personaje de
Ken Jeong).
Todo
este batiburrillo de plagios podría perdonarse si por lo menos la película
fuese más divertida, pero los momentos de humor (humor de verdad, del casposo
hay a montones) son tan escasos que no merece llegar ni siquiera al aprobado
rascado, por más que en algunos momentos pretenda ponerse seria con la historia
de amor entre Casey y Nicole (Sarah Wright, no me voy a molestar en comentar su
filmografía, aunque en televisión al menos se ha dejado ver por CSI: Miami, Malcolm, Mad men o Cómo conocí a vuestra madre). Ni
siquiera tenemos aquí algún “regalo” en forma de cameo estrella, al no ser que
nos conformemos con la presencia de François Chau, actor camboyano con bastante
recorrido pero al que recordaremos eternamente por ser quien daba la cara en
los vídeos explicativos de la Iniciativa Dharma en Perdidos). Eso sí, quien encuentre divertido un plano de más de
sesenta segundos de Jeff vomitando al aire a cámara lenta o masticando un tampón
que no lo dude, esta es su película.
Por
lo demás escenas del trío divirtiéndose a cámara lenta con música de fondo,
avanzando por la calle en plan épico (que de moda se ha puesto este término
últimamente) con más música de fondo y profundas reflexiones sobre la amistad y
la necesidad de madurar (¿os suena de algo?) que pretende camuflar un ligero
mensaje moralista en medio de una gamberrada políticamente incorrecta y que
busca tan desesperadamente el exceso que termina por resultar indiferente. Al final,
ni divierte lo que tiene que divertir ni asquea lo que tiene que asquear. Todo
es demasiado flojo, como los diálogos, que aspiran a algo a lo que no llegan y
demuestran que por bueno (o malo) que pueda ser un guion la mano del director y
los actores siempre será relevante. Y estos tipejos apellidados Lucas y Moore
no son Todd Phillips ni de lejos.
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