Llega
a nuestras pantallas con algo de retraso (pertenece al 2012) la esperada
segunda película de Derek Cianfrance, después de la lluvia de elogios recibió
su Blue Valentine en el 2010 (que
aquí llegó un par de años más tarde, ¿cómo no?) y, visto lo visto por los
titulares escritos por los señores del CSI parece que no van a quedar
decepcionados. Sin embargo, a mi humilde parecer, aun siendo una interesante película,
Cruce de Caminos dista mucho de ser
una obra maestra, dudando incluso si merecería considerarse una gran película.
Y es que aunque las intenciones son loables y el desarrollo ofrece una cierta
originalidad estructural, generalmente los buenos propósitos no son suficientes
para conseguir que las cosas funcionen como corresponde. Y es que, ya de
entrada, la película adolece de dos grandes problemas que pesan como una losa:
sus protagonistas (o la falta de ellos) y su ritmo narrativo. Pero quizá me
estoy precipitando un poco, así que mejor empiezo por el argumento y los
actores que lo protagonizan.
Si
han visto ustedes el tráiler (o al menos el poster) ya sabrán que el reparto
está encabezado por los dos chicos de moda de Hollywood (con permiso de Michael
Fassbender): Ryan Gosling (que ya estaba en la mencionadas Blue Valentine) y Bradley Cooper, con Ray liotta (testimonial) y
Eva Mendes como secundarios de lujo. Así que quizá acudan a las salas de cine
esperando un duelo interpretativo entre estos dos actores, con algún
enfrentamiento de esos que ponen los pelos de punta, como Christopher Walken y
Dennis Hooper en Amor a quemarropa o
Robert De Niro y Al Pacino en los breves momentos en que coinciden en Heat. Pero no, nada de eso hay debido a
la peculiar forma que tiene Cianfrance (que además de dirigir participa en el
guion) de estructurar la obra.
Todo
comienza con Luke (gosling) interpretando a un motorista que viaja por todo el
país como parte de una feria ambulante, en otra interpretación soberbia pero
que empieza a repetirse un poco. En su última parada se reencuentra con Romina
(Mendes) una chica con la que tuvo una aventura y algo más, ya que al parecer
el bebé que tiene en casa es obra suya. Aunque Romina no le pide nada (tiene su
vida organizada alrededor de su actual pareja) él siente la necesidad de actuar
con responsabilidad y ser el padre que el niño merece, por lo que abandona la
feria y se establece en el pueblo, logrando trabajo y alojamiento en un taller pero sin ganar lo
suficiente como para atender al niño como a él le gustaría, con lo que se
decide a robar bancos. Una interesante historia sobre la responsabilidad y las
malas decisiones, con buen ritmo y excelentes interpretaciones (hasta Mendes
cumple con su papel). El problema es que no es de eso de lo que Cianfrance
quiere hablar, sino que se pierde en una historia más ambiciosa sobre las
consecuencias de esas malas decisiones a lo largo de los años, apuntando
también a que el destino debe jugar también su papel, como si todo estuviese conectado
en el Universo (no es El Atlas de las
Nubes pero podría). Es decir, que la película no trata sobre el Cruce de caminos al que se refiere el
título, sino al lugar donde ese cruce va a desembocar. Y para ello divide la
película en tres partes, como si de tres historias independientes se tratase,
de manera que Avery, el policía que interpreta Cooper, no hace acto de
presencia hasta pasada media hora de película, justo cuando Gosling sale de
escena. Y aunque lo que sucede entonces es una reacción a lo visto hasta ahora,
bien podríamos decir que comienza una nueva película, cuya historia (un
ambicioso pero honrado policía que tras convertirse en héroe local aprovecha
para probar suerte en el mundo de la política) con toques de denuncia sobre la
corrupción policial y los límites que marcan la propia moral no está falta de
interés. Pero claro, a esas alturas de proyección es un poco tarde para
intentar que entremos en una película completamente diferente que, en
comparación al fragmento del motorista Luke, pierde interés, por más que Cooper
se esfuerce en componer una brillante interpretación.
Y
la gota que colma el vaso llega cuando pasada otra media hora Avery (ahora ya
político y quince años más viejo) pasa a segundo plano y empieza una tercera
película, protagonizada en este caso por los hijos de Luke y Avery, a los que
el destino ha hecho coincidir de manera un tanto artificial para demostrarnos
qué ha quedado de aquel ya lejano cruce. Dos niñatos imbéciles e irresponsables
cuyas motivaciones quedan poco convincentes y de reacciones extremas e
ilógicas, dos personajes que no van a tener tiempo de seducir al público y con
dos protagonistas : Emory Cohen y Dane DeHaan, que aunque no trabajan mal del
todo (DeHaan ya empieza a formarse un nombre en el mundillo) no son, ni de
lejos, ni Gosling ni Cooper.
Alfred
Hitchcok ya se atrevió, en Psicosis,
a cambiar de protagonista con la historia en marcha, dejando al público con el
paso cambiado, pero Cianfrance ha querido rizar el rizo y doblar el riesgo,
consiguiendo, a mi entender, que cada vez nos interese menos lo que pasa en
pantalla, llegando incluso a aburrir, por más que en la conclusión las tres
historias se unan y todo quede bien atado, resultando que al final la cosa no
va ni de responsabilidad, ni de corrupción ni de niñatos drogatas (que es lo
que son los dos retoños, aunque sería necio querer responsabilizar de sus actos
a las influencias (o falta de ellas) paternas, sino de venganza, pura y simple.
Y tópica.
Apabullados
ante el desconcierto de una trama que empieza muy fuerte y se acaba
deshinchando alarmantemente, es fácil salir del cine habiendo olvidado el buen
hacer de sus actores, la interesante propuesta visual del director (algo cansina
en el abuso de la cámara en mano, especialmente nerviosa en el fragmento de Gosling)
o el escaso maquillaje que impide que para algunos actores quince años no sean
nada.
Demasiada
ambición para tan poca recompensa.
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