Hace
escasos meses se estrenó la película Objetivo:
La Casa Blanca que explicaba con todo lujo de detalles el asalto terrorista
al edificio más protegido del mundo poniendo en peligro la vida del presidente
y con una única persona como esperanza para salvar la situación, mientras desde
el exterior el presidente de la Cámara debía ejercer las funciones del
Presidente y tomar difíciles decisiones.
Ya
comenté entonces la proximidad del estreno que hoy me ocupa, cuyo argumento no
podía llegar a imaginar que iba a ser tan milimétrico. Dirigida por Roland
Emmerich, el tipo que mejor destroza edificios icónicos de los USA, ese
argumento tan similar es una de los principales lastres de esta película, junto
al aspecto de panfleto patriótico, Presidentes de estado heroicos, un actor
principal muy limitadito y una serie de situaciones absolutamente increíbles. Y
toda esta colección de despropósitos iniciales son los que promueven que puntúe
la película con tan solo un ocho pese a rozar el nueve.
Porque
sí, la película es una vuelta de tuerca a lo ya visto mil veces,
propagandística y con muchas similitudes a otras obras de Emmerich como Independence Day, no lo voy a negar,
pero es también una sucesión de imágenes impactantes, brillantemente filmadas,
épicas, emotivas y emocionantes. Durante más de dos horas el espectador se
queda pegado al asiento contemplando tiroteos, explosiones, persecuciones,
lanzamientos de misiles, aviones explotando… Todo tiene cabida en esta locura
de película que, sin embargo, mantiene en todo momento una coherencia
argumental gracias, en parte, a que el guion viene firmado por un profesional
como James Vanderbilt (Zodiac, Amazing Spiderman) y el sosainas de
Channing Tatum (uno de los incomprensiblemente actores de moda que aquí no está
mal del todo) está muy bien secundado por actores de la talla de Maggie
Gyllenhaal (El Caballero Oscuro), Jason
Clarke (La noche más oscura), Richard
Jenkins (The Visitor), James Woods (al
que últimamente lo teníamos más visto en televisión que en cine), Joey King (lo
mejor de Expediente Warren: the Conjuring)
y, compartiendo protagonismo, Jamie Foxx, que ha pasado en pocos meses de ser
un esclavo caza recompensas en Django
Desencadenado a emular al mismísimo Barack Obama como líder del mundo libre
(aunque pronto volverá al mal camino interpretando al villano de Amazing Spiderman 2).
Emmerich,
que cuando tiene un buen guion entre manos demuestra que sabe medir con
precisión los goteos de comedia y drama que aderecen la acción adrenalítica, a
la vez de convertirse en un gurú de las
maquetas explosivas que tan bien lucen en Independence
Day o Godzilla, compone una
película brillante, en la que puedes encontrar varios personajes diferentes con
los que empatizar, no limitándose a regalarnos un reguero de bonitas pero vacuas
destrucciones, como le sucediera en las fallidas El día de Mañana y, sobre todo, 2012,
consiguiendo la que posiblemente sea la mejor pieza de su filmografía hasta la
fecha. Y aunque no engaña fingiendo en ningún momento que lo que importa aquí
son los fuegos de artificio tiene tiempo aún para dar cuatro pinceladas sobre
los problemas de un padre divorciado para conectar con su hija adolescente,
hablar sobre el duelo por la pérdida de un hijo, reflejar la visión de la
sociedad vista a través de los medios de comunicación o atreverse incluso a
lanzar un mensaje pacifista (en medio de tanta muerte y destrucción, ironías de
la vida) en forma del acuerdo que el Presidente quiere conseguir para lograr la
paz en Oriente Medio.
La
historia es sencilla: Cale, policía de la Casa Blanca por enchufe (en realidad
es más bien el chofer del Presidente de la Cámara) recurre a un favor para
conseguir una entrevista de trabajo para ingresar en el cuerpo de seguridad del
Presidente, consiguiendo un pase para su hija adolescente, una verdadera friki
de la política norteamericana. Estando con un grupo de visitantes turísticos se
verá embarcado en medio de un atentado terrorista con fines poco claros que lo
llevarán a un correcalles laberíntico por los recovecos de tan ilustre edificio
tratando primero de proteger a su hija y acabando tratando de sobrevivir mano a
mano con el propio Presidente.
Chaning
y Foxx son, qué duda cabe, los protagonistas absolutos de una película que
sigue fielmente los cánones impuestos hace ya veinticinco años por la magnífica
Jungla de Cristal de John McTiernan
(de hecho, toda la película desprende un aroma ochentero, incluso en su forma
de preparar la historia, con un inicio calmado en el que Emmerich se toma su
tiempo para que podamos conocer perfectamente a los personajes mientras el
drama se va mascando poco a poco), aunque como es habitual en la filmografía
del director germano hay un punto de coralidad, permitiendo que todos y cada
uno de los secundarios dispongan de su propio minuto de gloria, desde Emily, la
hija de Cale, hasta el guía turístico Donnie interpretado por Nicolas Wright.
Otro
de los méritos de Emmerich es lo bien que sabe filmar las escenas de acción, permitiéndonos
ver con claridad lo que sucede y huyendo de los planos confusos y precipitados
de , por ejemplo, Michael Bay, como demuestra con la persecución de coches por
los jardines de la Casa Blanca o las impresionantes escenas de los helicópteros
volando a ras de suelo por entre las calles de Washington. Tatum (que no por
casualidad termina la película en camiseta de tirantes y ensangrentado) y Foxx
tienen química juntos y consiguen que aceptemos a unos personajes totalmente increíbles,
un Supersoldado clon del Gerard Butler de Objetivo:
La Casa Blanca y un heroico y sacrificado Presidente, algo más terrenal por
eso que el que interpretara Bill Pullman en Independence
Day (con la alargada sombra del Presidente Bartlet en el recuerdo). De los
malos mejor ni hablo por no desvelar sorpresas, aunque sí apuntaré que la trama
urdida es inteligente, conformada por una especie de puzle de piezas totalmente
diferentes que terminan encajando son sencillez llegados al final.
No
estamos ante la mejor película del año, ni entrará en ninguna quiniela por los
Oscars, pero qué duda cabe que se trata de una de las peripecias más
divertidas, entretenidas y apasionantes del año, algo por debajo de esa obra
maestra de Abrams llamada Star Trek: en
la Oscuridad. Asalto al poder es una montaña rusa de adrenalina, dos horas en las
que el cine se hace espectáculo. Y tras un verano en el que hemos tenido que
lidiar con tonterías como Pacific Rin, El
llanero Solitario o El hombre de Acero ha sido un soplo de
aire fresco.
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