sábado, 21 de septiembre de 2013

ASALTO AL PODER (8d10)

Hace escasos meses se estrenó la película Objetivo: La Casa Blanca que explicaba con todo lujo de detalles el asalto terrorista al edificio más protegido del mundo poniendo en peligro la vida del presidente y con una única persona como esperanza para salvar la situación, mientras desde el exterior el presidente de la Cámara debía ejercer las funciones del Presidente y tomar difíciles decisiones.
Ya comenté entonces la proximidad del estreno que hoy me ocupa, cuyo argumento no podía llegar a imaginar que iba a ser tan milimétrico. Dirigida por Roland Emmerich, el tipo que mejor destroza edificios icónicos de los USA, ese argumento tan similar es una de los principales lastres de esta película, junto al aspecto de panfleto patriótico, Presidentes de estado heroicos, un actor principal muy limitadito y una serie de situaciones absolutamente increíbles. Y toda esta colección de despropósitos iniciales son los que promueven que puntúe la película con tan solo un ocho pese a rozar el nueve.
Porque sí, la película es una vuelta de tuerca a lo ya visto mil veces, propagandística y con muchas similitudes a otras obras de Emmerich como Independence Day, no lo voy a negar, pero es también una sucesión de imágenes impactantes, brillantemente filmadas, épicas, emotivas y emocionantes. Durante más de dos horas el espectador se queda pegado al asiento contemplando tiroteos, explosiones, persecuciones, lanzamientos de misiles, aviones explotando… Todo tiene cabida en esta locura de película que, sin embargo, mantiene en todo momento una coherencia argumental gracias, en parte, a que el guion viene firmado por un profesional como James Vanderbilt (Zodiac, Amazing Spiderman) y el sosainas de Channing Tatum (uno de los incomprensiblemente actores de moda que aquí no está mal del todo) está muy bien secundado por actores de la talla de Maggie Gyllenhaal (El Caballero Oscuro), Jason Clarke (La noche más oscura), Richard Jenkins (The Visitor), James Woods (al que últimamente lo teníamos más visto en televisión que en cine), Joey King (lo mejor de Expediente Warren: the Conjuring) y, compartiendo protagonismo, Jamie Foxx, que ha pasado en pocos meses de ser un esclavo caza recompensas en Django Desencadenado a emular al mismísimo Barack Obama como líder del mundo libre (aunque pronto volverá al mal camino interpretando al villano de Amazing Spiderman 2).
Emmerich, que cuando tiene un buen guion entre manos demuestra que sabe medir con precisión los goteos de comedia y drama que aderecen la acción adrenalítica, a la vez de convertirse en un  gurú de las maquetas explosivas que tan bien lucen en Independence Day o Godzilla, compone una película brillante, en la que puedes encontrar varios personajes diferentes con los que empatizar, no limitándose a regalarnos un reguero de bonitas pero vacuas destrucciones, como le sucediera en las fallidas El día de Mañana y, sobre todo, 2012, consiguiendo la que posiblemente sea la mejor pieza de su filmografía hasta la fecha. Y aunque no engaña fingiendo en ningún momento que lo que importa aquí son los fuegos de artificio tiene tiempo aún para dar cuatro pinceladas sobre los problemas de un padre divorciado para conectar con su hija adolescente, hablar sobre el duelo por la pérdida de un hijo, reflejar la visión de la sociedad vista a través de los medios de comunicación o atreverse incluso a lanzar un mensaje pacifista (en medio de tanta muerte y destrucción, ironías de la vida) en forma del acuerdo que el Presidente quiere conseguir para lograr la paz en Oriente Medio.
La historia es sencilla: Cale, policía de la Casa Blanca por enchufe (en realidad es más bien el chofer del Presidente de la Cámara) recurre a un favor para conseguir una entrevista de trabajo para ingresar en el cuerpo de seguridad del Presidente, consiguiendo un pase para su hija adolescente, una verdadera friki de la política norteamericana. Estando con un grupo de visitantes turísticos se verá embarcado en medio de un atentado terrorista con fines poco claros que lo llevarán a un correcalles laberíntico por los recovecos de tan ilustre edificio tratando primero de proteger a su hija y acabando tratando de sobrevivir mano a mano con el propio Presidente.
Chaning y Foxx son, qué duda cabe, los protagonistas absolutos de una película que sigue fielmente los cánones impuestos hace ya veinticinco años por la magnífica Jungla de Cristal de John McTiernan (de hecho, toda la película desprende un aroma ochentero, incluso en su forma de preparar la historia, con un inicio calmado en el que Emmerich se toma su tiempo para que podamos conocer perfectamente a los personajes mientras el drama se va mascando poco a poco), aunque como es habitual en la filmografía del director germano hay un punto de coralidad, permitiendo que todos y cada uno de los secundarios dispongan de su propio minuto de gloria, desde Emily, la hija de Cale, hasta el guía turístico Donnie interpretado por Nicolas Wright.
Otro de los méritos de Emmerich es lo bien que sabe filmar las escenas de acción, permitiéndonos ver con claridad lo que sucede y huyendo de los planos confusos y precipitados de , por ejemplo, Michael Bay, como demuestra con la persecución de coches por los jardines de la Casa Blanca o las impresionantes escenas de los helicópteros volando a ras de suelo por entre las calles de Washington. Tatum (que no por casualidad termina la película en camiseta de tirantes y ensangrentado) y Foxx tienen química juntos y consiguen que aceptemos a unos personajes totalmente increíbles, un Supersoldado clon del Gerard Butler de Objetivo: La Casa Blanca y un heroico y sacrificado Presidente, algo más terrenal por eso que el que interpretara Bill Pullman en Independence Day (con la alargada sombra del Presidente Bartlet en el recuerdo). De los malos mejor ni hablo por no desvelar sorpresas, aunque sí apuntaré que la trama urdida es inteligente, conformada por una especie de puzle de piezas totalmente diferentes que terminan encajando son sencillez llegados al final.

No estamos ante la mejor película del año, ni entrará en ninguna quiniela por los Oscars, pero qué duda cabe que se trata de una de las peripecias más divertidas, entretenidas y apasionantes del año, algo por debajo de esa obra maestra de Abrams llamada Star Trek: en la OscuridadAsalto al poder es una montaña rusa de adrenalina, dos horas en las que el cine se hace espectáculo. Y tras un verano en el que hemos tenido que lidiar con tonterías como Pacific Rin, El llanero Solitario  o El hombre de Acero ha sido un soplo de aire fresco.

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