Parece
que para combatir el calor del verano no hay nada mejor que una película de
terror, y esta semana tampoco va a ser una excepción. Tú eres el siguiente es una nueva vuelta de tuerca al manido tema
de las casas perdidas en mitad del bosque, los protagonistas aislados y uno o
varios psicópatas por ahí sueltos masacrando a la pobre gente una a una. En
esta ocasión, sin embargo, Adam Wingard
(director centrado hasta ahora en cortometrajes, incluyendo los segmentos de V/H/S y V/H/S 2) trata de no repetir el esquema de forma matemática,
huyendo ligeramente del copia y pega tan habitual en este tipo de películas y
tratando de trabajar un poco más el guion, dotando a la historia de cierto
sentido y coherencia que, sin embargo, a la hora de plasmarlo en pantalla, se
le escapa de las manos. Y es que una vez visto el resultado final de la
película nos encontramos no ante una historia de terror (sustos apenas hay, la
verdad), sino ante una fábula excesivamente violenta y cruel que, aunque al
final tenga un leitmotiv (no diré cual,
aunque tampoco es muy difícil de imaginar), durante buena parte de la película
se nos muestra violencia pura y dura, matar por el puro placer de matar, sin un
ápice de moral o consciencia.
Tras
un prólogo que homenajea a los clásicos psicokillers ochenteros (sexo, grandes
ventanales, música a todo volumen, una ducha, un tipo enmascarado y mucha
sangre, y todo en apenas cinco minutos), la historia arranca con un acomodado
matrimonio que ve cumplido su sueño de reunir a sus cuatro hijos y sus
respectivas parejas para celebrar juntos el aniversario de bodas. Lo que debía
ser una agradable reunión familiar se ve rápidamente revolucionada primero por la
mala relación entre algunos hermanos y después por el asedio al que son
sometidos de forma implacable, con rápidos asesinatos ejecutados desde el
exterior por medio de una ballesta y que deriva en una dura lucha por la
supervivencia. Alejada desde el primer momento de temas sobrenaturales (nada
tiene esto que ver, aparte de la sangre, con Posesión Infernal, House of Haunted
Hill, Expediente Warren: The
conjuring), los asesinos aquí son humanos, muy humanos, y como tal se les
puede herir, como comprueba muy pronto Erin (Sharni Vinson), en lo que supone
la principal diferencia entre esta películas y otras similares: las víctimas,
en lugar de huir hasta dejarse asesinar, tratan de plantar cara, en especial la
protagonista, aunque la explicación de que de pequeña su padre estaba
obsesionado por la amenaza nuclear y por eso la instruyó para la supervivencia
es bastante tonta. Así, nos encontramos más ante el subgénero de asesinos que
invaden la seguridad del hogar, como Funny
Games o la reciente The Purge: la
noche de las bestias, esta última con la que comparte además el punto de
angustia e inquietud que dan las máscaras que portan los asesinos. Sin embargo,
el gran acierto de la película es no desvelarnos hasta alcanzar el ecuador el
objetivo de esos tipos, manteniendo al espectador pegado a la butaca con una
buena dosis de tensión, sangre (sin abusar demasiado de ella) y mucha
violencia, teniendo aun tiempo para dejar ligeras pinceladas de carácter social
sobre la destrucción de la estructura familiar o la fragilidad de la misma.
Así, dentro de la sala de cine, el disfrute es total, sintiendo angustia por
esa pobre gente con la que no se llega a simpatizar (quizá falte algo de humor
o más tiempo para conocerlos) pero que tampoco llegan a caer mal (a mí me
sobrecoge especialmente la muerte de los patriarcas), aunque habría imaginado
un final un poco más creativo que el que plasma Wingard.
Eso
sí, una vez salgamos del cine no pretendamos meditar demasiado sobre ella, pues
encontraremos mil y un agujeros en la
trama, pero tampoco creo que sea objetivo de este tipo de filmes ser
imperecederos.
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