Alex
de la Iglesia no solo es un gran director, sino también un gran amante del cine
que no duda en regar sus obras de guiños y homenajes a películas que le
marcaron. Alcanza, sin embargo, en su último título niveles extremos cuando
realiza un más que evidente revisionado del Abierto
hasta el amanecer que parieron Robert Rodriguez (director) y Quentin
Tarantino (guionista) allá por 1996.
Las
coincidencias no son pocas: Jose y Tony (Hugo Silva y Mario Casas) realizan un
atraco tal y como hicieran en aquella los personajes encarnados por George
Clooney y Quentin Tarantino y huyen a toda prisa con intención de cruzar la
frontera (aquí la francesa, en el anterior caso la mejicana), llevando consigo
a un rehén (Jaime Ordóñez en lugar de Harvey Keitel) y llevando consigo,
además, un niño (aunque es evidente que las comparaciones entre Gabriel Delgado
y Juliette Lewis son más esquivas). Justo en la frontera deben detenerse en un
bar de inquietante aspecto (mucho menos animado, eso sí, que la Teta Enroscada)
y a partir de ahí una trama policíaca de robos y persecuciones se transforma en
un festival de sangre y muerte, sustituyendo los vampiros de Rodríguez por
brujas con claras connotaciones sexistas (de hecho, todo el envoltorio de la película,
con brillantes diálogos que a la postre resultan lo más atractivo del film,
gira alrededor de la lucha de sexos, llegándose a la conclusión inapelable de
que las mujeres son malas, pero los hombres tontos).
No
falta ni el momento erótico, con Carolina Bang en ropa interior bebiendo de un
corazón y derramando sangre que recorre lujuriosa su cuerpo, evocando a Salma
Hayek en la ya clásica escena con el champán (y para rizar más el rizo, ambas
actrices eran en el momento del rodaje las parejas de los respectivos
directores). Incluso en un momento de la trama Jose y Tony se refieren a Manuel
(Ordóñez) diciendo que parece un cura, precisamente a lo que se dedicaba Keitel
en Abierto hasta el amanecer.
Siendo
coherentes con lo que supone la producción cinematográfica española con
respecto a la americana, hay que reconocerle a Brujas de Zagarramurdi un presupuesto proporcional mayor al que
tuvo Rodríguez en su bizarra fábula vampírica, con lo que aquí la acción va más
allá del bar y el reparto de personajes es más coral, con la aparición de la
exmujer de Jose (Macarena Gómez) y los dos inspectores que llevan el caso del
robo (Pepón Nieto y Secun de la Rosa) en medio de todo el fregado, aunque a
decir verdad son tramas que podría haberse ahorrado De La Iglesia por su escasa
aportación al film.
Y
es que si Abierto hasta el amanecer
presentaba unos personajes interesantes que se diluían cuando la historia se
transformaba en un delirio gore de lucha por la supervivencia, algo parecido le
sucede a Brujas de Zagarramurdi, que
tras un inicio brillante y emocionante termina dejándose llevar por los excesos
visuales del aquelarre satánico perdiendo esplendor y abusando de tantos exageraciones
y situaciones absurdas que roza en
algunos momentos el ridículo, y no solo ya por la aparición satánica final (que
no desvelaré aquí, aunque tampoco es que haya mucho que desvelar) que recuerda
a alguna producción de serie B que tanto gustaban a Sam Raimi, sino –sobretodo-
por la forzada subtrama romántica impuesta para aspirar a un final feliz, o al desperdicio
de personajes como los inspectores Calvo y Pacheco que no ayudan en nada al
desarrollo argumental.
Como
historia de entretenimiento a la que no se le pide demasiado, la película
funciona, y son muchos los momentos delirantes que provocan la carcajada al
espectador, pero teniendo a Alex de la Iglesia a los mandos cabría esperar algo
más de un film desigual, abrumador y con un último tercio alargado y cansino
que tiene su mejor virtud en el reparto, fundamentalmente televisivo, donde
Silva, Casas y Ordóñez brillan con luz propia aunque, como no se podía esperar
otra cosa, la verdadera reina de la función es una inmensa Carmen Maura, bien
secundada por Terele Pávez, que con su talento permiten que perdonemos paparruchadas
como las brujas interpretadas por Santiago Segura y Carlos Areces (y es que en España
esto del amiguismo funciona demasiado).
Divertida,
excesiva, apabullante, absurda, escatológica (la escena de Macarena Gómez en la
letrina es tan desagradable como brillante) y visualmente apasionante, Brujas de Zagarramurdi es una película que
sin duda provocará debate, pero que debe ser vista, pues aun con todos sus
defectos las virtudes terminan por predominar, aunque deje una sensación
agridulce por la cuesta abajo que supone el clímax final.
Talento
tiene, pero no suficientemente aprovechado.
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