Quizá
demasiado reciente en el recuerdo la brillante exposición que David Fincher y
Aaron Sorkin hicieron sobre Mark Zuckerberg y la creación de Facebook, uno
esperaría que la aproximación a la figura de Steve Jobs, cofundador de Apple
siguiese los mismos derroteros, pero por desgracia no es así, quedando a años
luz de distancia de La red social, en
la cual podía uno simpatizar más o menos con el personaje que interpretaba
Jesse Eisenberg, pero al menos se salía del cine conociendo al personaje y sus
motivaciones.
No
es así con Jobs, ya que para empezar
no se sabe si admirar o despreciar a ese tipo larguirucho y desgarbado
demasiado pagado de sí mismo que logra hacerse millonario sin saberse muy bien cómo.
Y es que dejando de lado los conocimientos que uno pueda tener sobre el mundo
de Apple (o lo que nos pueda interesar), no queda bien definida en la cinta la
aportación de Jobs en la industria, quedando (a manos de un profano como yo) la
sensación de que se trata de un simple charlatán que se aprovecha del éxito de
otros, inicialmente de su amigo y socio Steve Wozniak (Josh Gad).
El
primer problema de la película está en la elección del director, Joshua Michael
Stern, un desconocido con apenas un par
de títulos en su currículo, con lo que se indica por dónde van los derroteros
en cuanto a ambición cinematográfica se refiere, y al que le tiembla la mano a
la hora de confeccionar una biografía totalmente carente de épica.
Continuamos
con el guion. No voy a insistir en comparaciones con la magnífica película de
Fincher (tampoco sería justo), pero cualquier biopic que se precie debe
conseguir transmitirnos algo del personaje a tratar, y la narración no lo
consigue en ningún momento. Es decisión del guionista decidir si quiere dar un
esbozo de toda una trayectoria (se me ocurren los ejemplos de Chaplin o Ed Wood), centrarse en una época determinada (como con Jerry Lee
Lewis en Gran bola de fuego) o
incluso minimizar la cosa y centrarse en apenas unos días (Mi semana con Marilyn). También conviene saber de qué se quiere
hablar, si de su trayectoria profesional, su vida personal o de todo en
general, dando importancia al hombre por encima del personaje. Esto son cosas
que se deben decidir en reuniones previas al comienzo del rodaje, de manera que
todos los miembros importantes del equipo (guionista, director y productor)
sepan que están en la misma onda. Obviamente, en el caso de Jobs esas reuniones no existieron, pues
o bien estamos ante una película recortada que debería durar cuatro horas más o
hay tantas lagunas en la historia que solo la tremenda incompetencia de sus
autores puede justificarlas. Y ¡ojo! no estoy haciendo prevalecer mis deseos.
No debe ser el espectador quien decida si le apetece más saber detalles
truculentos de la vida privada de Jobs o prefiere una película de enredos
empresariales. Pero lo que es inaceptable es que se entretengan en explicarnos
detalles íntimos como la relación de Steve con una novia a la que deja
embarazada para renegar luego de su hija para luego no volver a saber de ella,
se nos plantee una semilla de drama con la (mala) relación entre Steve Jobs y
su amigo Daniel Kottke (Lukas Haas) para que luego este personaje desaparezca
por arte de magia, o que de repente nos encontremos sin saber cómo con un Jobs
casado y con hijos. Por no mencionar que se ignora por completo cualquier
detalle sobre su enfermedad. Por otro lado, el recorrido de Jobs como dueño de
Apple se centra más en su mala relación con el presidente de la junta de
accionistas Arthur Rock que en sus logros tecnológicos.
La
película comienza con una imagen de Jobs ya mayor en la presentación del iPod,
pero esa secuencia solo parece servir para presumir de los buenos maquilladores
que hay en la película y en como consiguen que Ashton Kutcher se parezca a
Steven Jobs, al cual si hubiésemos visto directamente joven no habríamos podido
identificar, ya que tampoco avanza la historia hasta la creación del susodicho
iPod, así como no hay referencia alguna (ni siguiera en forma de títulos de
crédito finales explicativos) de la creación del iPhone, de iTunes o de la productora
de cine Pixar.
Dejando
aparte las evidentes limitaciones interpretativas de Kutcher, que tal y como
Daniel Day Lewis hacía en Lincoln se reduce
a pasear encorvado y con andares de gallina clueca por toda la película, Stern
–que apenas consigue un film digno para la televisión- parece creer que un buen
reparto lo soluciona todo, y así vemos deambular por aquí a Dermot
Mulroney, Matthew Modine, J.K.Simmons,
Leslie Ann Warren y un visto y no visto James Woods. Además, la decisión de
contratar como protagonista a Kutcher pesa mucho y está claro que el papel le
viene grande a un actor que ya hace tiempo que parecía haber renunciado a
triunfar en cine (por cierto, una curiosidad: para demostrar la supuesta
madurez del personaje se usa la metáfora de ver al protagonista cortándose algo
el cabello y quitándose la barba, justo lo mismo que hacía Kutcher con su
personaje en Dos hombres y medio).
Quizá
el verdadero problema estribe en lo reciente de la muerte de Jobs, un personaje
demasiado cercano como para no tener a todos sus herederos revoloteando
alrededor de la película, obligando a dar una imagen del informático demasiado
amable, pues si bien se dan algunos retazos de su carácter ególatra y
dictatorial, el resumen lo deja como un idealista, un creador de sueños, ignorando
las muchas denuncias que tenía por explotación y sus malos modos empresariales.
Me
duele dar una nota tan baja a una
película que tampoco es tan horrible, poro asistir a un biopic que te deja con
más preguntas que antes de verla no puede merecer un aprobado. Esperemos que la
aproximación a Wikileaks que se está ultimando en Hollywood cumpla con las
expectativas. Jobs no lo ha hecho.
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