Cuando
se estrenó la primera parte de Los juegos
del Hambre: Sinsajo (a partir de ahora vamos a dejarlo en Sinsajo, si os parece), ya adelanté que
la película parecía más una especie de prólogo excesivamente largo que
terminaba en una especie de coitus interruptus, que dejaba totalmente
insatisfecho al espectador, casi con la sensación de que le habían tomado el
pelo. Vista de nuevo, compruebo que algo de razón tenía, más cuando recordaba
con agrado las dos primeras entregas de la saga mientras que esta tercera había
caído completamente en el olvido en mi ya de por sí caótica memoria, pese a ser
la vista más recientemente.

Ya
entrados en harina, esta última película que cierra de manera triunfal la saga
retoma la acción en el punto exacto en la que finalizó la primera parte de Sinsajo, amenazando con ofrecer más de
lo mismo, con Katniss convertida en un icono publicitario y dejando la guerra
en un despreciable segundo plano. Sin embargo, Francis Lawrence no decepciona y
Katniss, después de rebelarse contra el sistema al principio de la saga, se
rebelará también contra sus nuevos aliados con una sola idea en la cabeza:
matar al Presidente Snow.

Como
no puede ser de otra manera, repiten todos los viejos conocidos, algunos fieles
compañeros de viaje desde la primera película, aunque se echa en falta algo más
de presencia del gran Stanley Tucci, que ya en Sinsajo, parte uno, estaba muy desaprovechado. De todas formas, por
más que la mayoría de sus tomas parecen haberse podido aprovechar, un deje de
tristeza colma al espectador cada vez que el malogrado Philip Seymour Hoffman
copa la pantalla, resintiéndose su personaje de la trágica muerte del actor
solo en el desenlace final, donde se echa en falta una emotiva despedida tan
merecida y necesaria como la que tuvo Paul Walker en Fast&Furious 7 (claro que Walker era protagonista y Hoffman un
simple secundario de lujo).

Aunque
hay quien define la tercera entrega de la saga literaria como la más floja de
las tres la película recrea con notable fidelidad los pasajes principales,
siendo lógicamente algo más sutil en el trasfondo político aunque sin rechazar
hablar de las tentaciones y las atrocidades que se pueden llegar a cometer por
atesorar y mantener una posición de poder (algo previsibles en pantalla, por
otra parte). Metáforas sociales aparte, Sinsajo,
parte dos, es una muy entretenida película, mucho más espectacular y
palomitera que su antecesora, aunque algo abusiva en su duración. Como si de
una obra estirada de Peter Jackson se tratase nada hay en el argumento (y
recuerdo que he podido ver las dos partes de Sinsajo seguidas) que me indique que fuese imposible hacer una sola
película, y ese es el principal punto negativo para una obra que, en su totalidad,
ha necesitado de doscientos sesenta minutos para contar su final.
Los
juegos han terminado, esta vez para siempre. Aunque eso, en el mundo de
Hollywood (que se lo digan al entorno de Harry Potter) es mucho decir. Sí han
terminado, al menos, para Phillip Seymour Hoffman, y esta obra es una buena
despedida. Vaya con Dios…