De
nuevo nos encontramos ante la adaptación de una novela, por lo que entramos de
nuevo en el debate de si hay que valorar a la película por su calidad artística
individual o por lo bien adaptada que pueda (o no) estar. Pero en esta ocasión tenemos
ya una adaptación anterior de la novela de Stephen King, y no una adaptación
cualquiera, sino todo un clásico del cine de terror (una reciente encuesta a
coronado al Carrie de Brian De Palma como
la película preferida para ver la noche de Halloween en Estados unidos).
No
se trata, como en los casos más recientes (aun en cartelera) de Los Juegos de Ender y Los Juegos del Hambre: En llamas, de una
novela juvenil, aunque hay que reconocer que cuando la escribió King tenía
veintipocos años y la trama versa sobre una adolescente y su baile de graduación.
Es, más bien, una mezcla de terror puro con drama, reflejando no solo la dureza
(a veces destructiva) que pueden guardar en sus corazones los niños (y así es
como se comportan los jóvenes americanos cuando les hablan del baile de graduación,
como niños) sino los peligros que la religión puede contener cuando se confunde
devoción con fanatismo.
Dejando
de lado la novela (considerando el resto de su vasta obra, Carrie posiblemente sea la historia más fácil de adaptar de Stephen
King), las comparaciones con el film de De palma del 76 son inevitables, no
solo por contar la misma historia sino por la forma de hacerlo.
Agradeciendo
siempre la fidelidad hacia la obra original, lo cierto es que el guion escrito
por Rodrigo Aguirre-Sacasa es prácticamente un calco del libreto de Lawrence D.
Cohen, hasta el punto que el autor de la versión del 76 consta como coguionista
del remake actual. Es entonces, cuando la innovación se reduce a la utilización
de los teléfonos móviles y los videos de youtube, cuando uno se pregunta la
necesidad de hacer otra versión de una historia que, por cierto, ha envejecido
francamente bien.
Kimberly
Peirce, una directora sin apenas experiencia, se encuentra tras las cámaras, y
aunque es cierto que tampoco De palma tenía en su haber ningún gran éxito con
anterioridad a su Carrie, se le nota
a la Peirce na cierta falta de contundencia, en una realización siempre
correcta pero poco arriesgada, casi televisiva, sobresaliendo algo en las escenas
de sangre pero patinando en la secuencia de más acción.
La
historia es de sobras conocida: educada con extrema sobreprotección por su ultra
religiosa madre, Carrie es una inadaptada social, sin amigas en la escuela,
cuyo máxima humillación le llega cuando es objeto de burla de sus compañeras al
tener su primera regla mientras se ducha en el gimnasio del colegio y
reaccionar aterrada ante lo que piensa que es una hemorragia interna. La
señorita Desjardin será (o intentará serlo) su única aliada, imponiendo un duro
castigo a las muchachas por su crueldad y provocando, inconscientemente, que
Carrie se gane su primera gran enemiga. Lo que nadie sospecha es que Carrie
está desarrollando poderes telequinéticos. Y no tardará en aprender a
utilizarlos.
Chloë
Grace Moretz cumple bien en su papel de Carrie, quizá algo sobreactuada en los
momentos más dolorosos, aunque su candidez y esa facultad que, aún sin ser una
gran belleza, tiene para seducir las cámaras (como ya demostrara en Kick-Ass) es lo que más brilla en el
film, en perfecto contraste con la oscuridad amarga de Juliane Moore, aunque
poco se puede destacar del resto de protagonistas, un puñado de chavales que
bien podrían haber salido de cualquier canal juvenil y a los que ni se espera
ni se exige nada especial.
No
es, entonces, una mala película, pero –aun olvidándonos de su predecesora-
resulta demasiado sosa, le falta algo para emocionar con todo lo que la
historia podría dar de sí. Y es una lástima, porque los medios para hacerlo
estaban ahí.
Inquieta,
pero no aterra.
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