No
hay ninguna duda de que dentro del género de las comedias románticas la
temática de las bodas luce mejor que ninguna otra. Y es que pocas cosas hay más
cinematográfica que una boda, ya sea en su más pura tradición mediterránea,
como en El Padrino, exótica, como la
de Mi gran boda griega, multiplicada
por cuatro, como en Cuatro bodas y un
funeral, con final triste, como La
boda de mi mejor amigo, o incluso terrorífica, como la de REC3.
De
hecho, en lo que llevamos de año ha habido dos grandes estrenos con boda como
leit motive: La gran boda y La gran familia española, más otras
tantas que no he tenido oportunidad de ver y que, por lo tanto, no tienen comentario
en este blog.
Hay
para todos los gustos y colores (aunque hablando de bodas el blanco y el rosa
son colores obligados), pero aunque aquí he nombrado algunos ejemplos
británicos o españoles casi podríamos asegurar que esto de las películas de
bodas es una especialidad americana (que parece que solo son capaces de reunir
a la familia alrededor de un pastel nupcial o un pavo de acción de gracias), lo
mismo que ese otro gran subgénero que son las despedidas de soltero.
Y
eso es lo primero que uno aprecia al visualizar Tres bodas de más: su deseo de aproximarse a los convencionalismos
americanos sin ningún tipo de disimulo, comenzando con esa hermosa panorámica
aérea de una urbanización del Garraf y
continuando con un personaje, el de la desastrosa Ruth, que bien podría haber
interpretado Sandra Bullock o, en sus buenos tiempos, Julia Robers, las reinas
de las comedias sobre corazones rotos.
No
es cosa extraña, si tenemos en cuenta que el director, Javier Ruiz Caldera, ya
homenajeó al slastic americano con su debut Spanish
Movie, que vuelve aquí (tras el bajón
que supuso Promoción Fantasma) al
humor más descerebrado, cogiendo referencias de aquí y de allí y elaborando una
receta que, aun teniendo poco de propia, es realmente efectiva.
Así,
en Tres bodas de más, podemos encontrar
el humor edulcorado del binomio que formaron Rob Reiner y Nora Ephron, la
ternura de Richard Curtis o los toques escatológicos de los hermanos Farrelly.
Dice
una frase popular que si no te gusta el arroz, toma dos tazas. En este caso, si
uno es alérgico a las películas de bodas, ¿qué mejor con encontrarse con tres
en la misma película? Y si encima corresponden a los respectivos ex de la protagonista,
pues mucho mejor.
Ese
es el planteamiento del film, que tras mostrarnos como Ruth es abandonada por
su actual novio en medio de… ¿adivinan?... una boda (que será al final la
cuarta de la película) se vuelca en su trabajo (es investigadora médica),
dejando de lado cualquier tipo de vida social (de la que es totalmente incapaz
de disfrutar si no es con mucho alcohol de por medio), hasta que el destino
(simpático cabrón) hace que reciba el mismo día tres invitaciones para asistir
a las bodas de los tres hombres de su vida que la abandonaron como a un juguete
roto. Aunque el primer instinto de la chica es huir de ellas, finalmente decide
acudir acompañada por su nuevo becario (y a la postre único amigo) con la
esperanza de conocer en alguna de ellas a su gran y definitivo amor, representado
en la figura (o no) del cirujano plástico Jonás.
Así,
Ruth iniciará un camino de irremediable autodestrucción hasta conseguir un
resurgimiento final, un renacer de sus propias cenizas, cual ave fénix, que
como en (casi) toda comedia romántica no sorprenderá a nadie (el desenlace se
puede imaginar a los diez minutos de película), pero que no importa, porque lo
que interesa no es saber a dónde llega, sino lo que pasa por el camino.
Y
lo que pasa por el camino son mil y una situaciones a cual más absurda y
extravagante que provoca las constantes carcajadas del respetable gracias a un
guion inspirado y unos buenos diálogos y, sobre todo, a la aportación de
grandes intérpretes cómicos (algunos poco relacionados con el mundillo
cinematográfico) como Paco León, Berto Romero o Joaquín Reyes, amén de la
participación de otros actores ya consagrados como Quim Gutierrez (que ya estuvo
invitado a la boda de La gran familia
española y actualmente en cartel también con ¿Quién mató a Bambi?) o Rossy de Palma o la sangre fresca que
aporta Martiño Rivas, que parece que lo único que le ha pedido el director que
haga es poner cara de guapo y tiene suficiente con ello para componer su papel.
Y
luego, claro está, se encuentra Inma Cuesta, Ruth, sobre quien recae todo el
peso interpretativo y a la que la cámara persigue durante el 99% de la
película. Ella es Tres bodas de más,
y sin ella el invento este nunca podría funcionar. Inma Cuesta llora, ríe y
ama, logrando hacernos llorar, reír y amar, convirtiéndose en la novia
perfecta, tanto en el lado de las abandonadas (¡qué bien hace de perrito
apaleado!) como en el lado de las enamoradas.
Tenemos
también una pequeña reflexión sobre las relaciones y el amor, pero no queramos
buscar donde no hay. Esto es una comedia y no tiene más pretensiones que la de
hacer reír, en ocasiones de forma muy políticamente incorrecta. Momentos bestias
(novias atropelladas, paralíticas con muy mala leche…) se alternan con otros
más tiernos y, aunque no sea una película perfecta, funciona en la mayoría de
las veces.
Javier
Ruiz Caldera da un salto de calidad, y deberemos estar muy atentos a su próximo
paso.
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