La
película del director argentino Marcelo Piñeyro, autor entre otras de la
interesante El Método, es una apuesta por el melodrama puro y duro, un género
poco trabajado en el cine español con escasas excepciones, la mayoría
representadas en la figura de Pedro Almodovar.
Partiendo
de la historia de Ismael, un niño negro que escapa de su casa de Madrid para
viajar hasta Barcelona para conocer a su padre biológico, el desarrollo de la
trama es tranquilo y carente de sorpresas, con un ritmo sosegado y, en
ocasiones, demasiado bienintencionado, y con unos personajes que, analizados a
fondo, son quizá demasiado amables y comprensivos con lo que les sucede,
restando así algo de intensidad al drama que se supone nos están contando. No obstante,
Piñeyro tiene la habilidad (gracias en parte a su guion) de darnos ligeras
pinceladas de historias paralelas que si bien se entrecruzan con la principal
sin apenas influenciar en ella nos ayudan a disfrutar de cierta coralidad,
evitando la pesadez de dejar todo el film en manos única y exclusivamente de un
padre y su hijo, algo que podría recordar a aquella película de lágrima fácil y
bostezo generoso que unió a dos generaciones de Smith en En busca de la felicidad. Así, la relación entre Félix, el padre
del chico, y su propia madre, Nora; el pasado de su buen amigo Jordi; la
problemática social de un grupo de alumnos inadaptados de Félix o los restos
del amor no cicatrizado entre este y Alika, la madre de Ismael, quien sí parece
haber sido capaz de rehacer su vida; dan la suficiente salsa a la película para
no encontrarnos ante un simple telefilm lacrimógeno de media tarde.
Además,
junto a los preciosos paisajes de Cadaqués (parece que la costa mediterránea se
ha puesto últimamente de moda en nuestro cine), lo que más destaca en la
película es la capacidad de sus intérpretes para componer unos personajes
creíbles sin abusar de la sensiblería. Con los únicos peros del propio Ismael
(Larsson do Amaral, que hace un buen trabajo –muy por encima en la comparativa
con el insoportable Jaden Smith- pero al que se le nota que es su primer papel
en cine, transmitiendo simpatía pero poco más) y Juan Diego Botto (por debajo de
sus posibilidades, quizá por falta de dedicación por parte de los guionistas
hacia su personaje), el resto del electo protagonista está de diez, destacando
Belén Rueda, que se ha ganado por derecho propio ser considerada la gran
estrella del panorama nacional, ya sea en cine de terror, intriga o, como en
esta ocasión, en drama (y donde coquetea con acierto con el humor) y cuyas
escenas junto al magnífico Sergi López son lo mejor del film. La modelo, también
debutante en pantalla grande, Ella Kweku no desentona y Mario Casas sorprende,
dando un nuevo paso de gigante en su trayectoria y demostrando que puede distanciarse
de su imagen de pegatina de carpeta de adolescente que se ganó a pulso con las
taquilleras Tres metros sobre el cielo,
Tengo ganas de ti y la serie
televisiva de El Barco, mereciendo
ser valorado como intérprete no sólo por quitarse la camiseta en sus películas
más flojas sino por su buen hacer en títulos como la excelente Grupo 7, la interesante Las brujas de Zugarramurdi y, ahora, Ismael.
No
se trata de una película perfecta, pero sabe tratar con acierto los temas del
corazón, emocionando cuando debe emocionar y sacándonos una sonrisa cuando es
necesario sacarla. Y eso no siempre es fácil.
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